El motor del avión rugía mientras Dei V miraba por la ventanilla. Era su primer vuelo en meses que no estaba relacionado con una gira o promoción. Había sido invitado a un evento benéfico en Valencia, un pequeño respiro en su agitada vida. Dei necesitaba ese descanso, aunque fuera solo un fin de semana. Los escenarios, los gritos de los fans y las interminables horas en el estudio de grabación habían empezado a pesarle.
Aterrizó en el aeropuerto de Valencia y fue recibido por su mánager, Alex, quien lo llevó directamente al hotel. Después de instalarse, se dirigió al evento benéfico en el que era uno de los invitados especiales. Era un acto que combinaba música y deportes, organizado para recaudar fondos para un hospital infantil.
Al llegar al evento, los flashes de las cámaras y el murmullo de la gente llenaban el ambiente. Dei sonrió para las fotos y estrechó algunas manos, pero su mente estaba en otro lugar. Necesitaba una copa. Se dirigió a la barra y pidió un whisky. Mientras esperaba, echó un vistazo alrededor. Había una exposición de motocicletas en un extremo del salón. Las máquinas brillaban bajo las luces, y la multitud las rodeaba con admiración.
—¿Interesado en las motos? —preguntó una voz femenina a su lado.
Dei se volvió y se encontró con una mujer de cabello castaño y ojos penetrantes. Llevaba una chaqueta de cuero que resaltaba su figura atlética.
—No mucho, en realidad. Pero se ven impresionantes —respondió él, levantando su copa en señal de saludo.
Sara sonrió y extendió la mano.
—Soy Sara, piloto de MotoGP.
Dei estrechó su mano, sintiendo la firmeza de su apretón. Había algo en su presencia que irradiaba confianza y determinación.
—Dei V, cantante —respondió con una sonrisa.
—Sé quién eres —dijo ella—. He escuchado algunas de tus canciones. Tienes talento.
Dei se sintió halagado, aunque estaba acostumbrado a los cumplidos. Había algo en la forma en que Sara lo dijo que se sintió genuino.
—Gracias. He oído hablar de ti también. Debe ser increíble correr a esas velocidades.
Sara rió, una risa franca y llena de vida.
—Lo es. La adrenalina, la velocidad, es algo que no se puede describir con palabras. Tienes que vivirlo.
Ambos tomaron un sorbo de sus bebidas, un silencio cómodo se instaló entre ellos. La música de fondo y las conversaciones a su alrededor parecían desvanecerse mientras se observaban mutuamente.
—Entonces, ¿qué te trae a un evento como este? —preguntó Dei, genuinamente curioso.
—Me invitaron a participar en una subasta para recaudar fondos. Ofrecí un día en el circuito con el equipo de MotoGP. ¿Y tú?
—Voy a dar un pequeño concierto esta noche, también para la subasta. Siempre me gusta contribuir a causas benéficas cuando puedo.
Sara asintió, su mirada llena de aprecio.
—Es genial ver a alguien de tu calibre haciendo cosas así. Necesitamos más de eso en el mundo.
Dei se encogió de hombros modestamente.
—Es lo mínimo que puedo hacer con lo que tengo. Además, me gusta ver sonrisas genuinas en la gente.
Un presentador subió al escenario y anunció el comienzo de la subasta. Sara y Dei se dirigieron a la zona del escenario, donde se encontraban los otros invitados especiales. Mientras esperaban su turno, continuaron conversando, descubriendo más sobre las vidas y pasiones del otro.
—Siempre he admirado la dedicación y el coraje que se necesitan para ser piloto de MotoGP —comentó Dei—. Debe ser una vida llena de desafíos y riesgos.
—Lo es —admitió Sara—. Pero cada segundo en la pista vale la pena. Es mi vida, mi pasión. ¿Y tú? ¿Siempre supiste que querías ser cantante?
Dei sonrió, recordando sus comienzos.
—Desde niño, siempre quise estar en el escenario. La música es mi forma de expresar lo que siento, de conectar con la gente. No hay nada que se le compare.
El presentador los llamó al
escenario, interrumpiendo su conversación. Sara fue la primera en subastar su experiencia en el circuito. La puja fue intensa y recaudó una suma considerable, dejando a todos impresionados. Luego fue el turno de Dei, quien se acercó al micrófono y, con su voz característica, anunció una actuación sorpresa para todos los asistentes.
Cuando terminó, la ovación fue ensordecedora. Dei bajó del escenario y encontró a Sara esperándolo con una gran sonrisa.—Eres increíble —dijo ella—. Esa canción fue hermosa.
—Gracias, Sara. Me alegra que te haya gustado.
El evento continuó, pero algo había cambiado entre ellos. Habían encontrado en el otro una conexión inesperada, un entendimiento tácito de lo que significaba vivir con pasión y dedicación. Mientras la noche avanzaba, continuaron charlando, riendo y descubriendo que, a pesar de sus diferentes mundos, compartían mucho más de lo que imaginaban.
Al despedirse al final de la velada, intercambiaron números de teléfono, prometiendo mantenerse en contacto. Ambos sabían que esta no sería la última vez que sus caminos se cruzarían.