Después de la última cita en el restaurante con Manuel, Amber no podía dejar de pensar en cada momento compartido. La conversación, las miradas cargadas de deseo, y la forma en que Manuel la había hecho sentir especial, todo se repetía en su mente una y otra vez. Pero lo que más la mantenía en un estado de constante excitación era el dispositivo de castidad que llevaba. Cada movimiento, cada pensamiento sobre Manuel, era un recordatorio de la sumisión y del control absoluto que él ejercía sobre ella.
Unos días después, mientras Fernando atendía su pequeño local de implementos deportivos, se sumergía en su rutina diaria, intentando concentrarse en los clientes y dejar de lado los pensamientos que lo distraían. El sonido de la puerta al abrirse lo sacó de su ensimismamiento, y al levantar la vista, su mundo pareció detenerse.
Ahí, de pie frente a él, estaba Manuel, el hombre que conocía todos sus secretos, el hombre que lo había convertido en Amber. Fernando sintió un escalofrío recorrer su espalda al verlo en ese contexto completamente distinto. ¿Qué estaba haciendo Manuel en su tienda? ¿Cómo lo había encontrado?
Manuel caminó hacia el mostrador con una expresión serena, casi como si nada inusual estuviera ocurriendo. Parecía un cliente más, pero Fernando sabía que nada de lo que Manuel hacía era por casualidad.
—Buenos días —dijo Manuel con una sonrisa, como si estuviera saludando a un extraño—. Estoy buscando una licra de ciclismo. ¿Tienes alguna recomendación?
Fernando tragó saliva, sintiendo que su garganta se secaba. La simple solicitud lo dejó atónito. Manuel estaba actuando como si no supiera quién era realmente, pero Fernando sabía que no era así. No podía ser una coincidencia. Sin embargo, no había señales de que Manuel quisiera revelar su doble vida en ese momento. Era una actuación perfecta.
—S-Sí, claro —respondió Fernando, luchando por mantener la compostura. Se dirigió a uno de los estantes cercanos y comenzó a buscar la licra que Manuel había pedido, intentando ignorar el latido frenético de su corazón.
Mientras Fernando se ocupaba, Manuel observaba el local con una mirada casual, pero sus ojos volvían constantemente a Fernando, como si disfrutara del juego silencioso que había iniciado. La tensión en el aire era palpable, y Fernando podía sentirla crecer con cada segundo que pasaba.
Finalmente, Fernando encontró una licra de ciclismo de alta calidad y se la entregó a Manuel, quien la tomó con una expresión satisfecha.
—Perfecto, esta me viene bien —dijo Manuel, y luego, como si fuera un simple detalle, agregó—. Sabes, este lugar es bastante agradable. Quizás pase por aquí más seguido.
Antes de que Fernando pudiera responder, Manuel miró la licra que sostenía en sus manos y, como si fuera la cosa más natural del mundo, preguntó:
—¿Te importa si me la pruebo aquí mismo? Quiero asegurarme de que me quede bien.
Fernando, aún sorprendido por la presencia de Manuel, asintió automáticamente, señalando el pequeño probador al fondo de la tienda.
—Claro, el probador está por allá —dijo, intentando mantener su tono profesional.
Manuel sonrió y comenzó a caminar hacia el probador, pero antes de entrar, se detuvo y se volvió hacia Fernando.
—Ven conmigo, necesito que me ayudes a asegurarme de que me quede perfecta.
La petición dejó a Fernando sin aliento. No podía rechazarlo, no después de todo lo que habían compartido. Con un nudo en la garganta, lo siguió dentro del probador.
El espacio reducido intensificó la cercanía entre ambos. Manuel, con una calma estudiada, comenzó a quitarse los pantalones frente a Fernando, quien intentaba no dejarse llevar por la mezcla de nerviosismo y excitación que lo invadía. Manuel se deslizó dentro de la licra con una gracia natural, y mientras lo hacía, sus ojos no dejaban de observar a Fernando.
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La Sumisión de Amber
Historia CortaLa historia sigue a Fernando, un hombre de 30 años que lleva una vida secreta como Amber, una travesti en el clóset. Fernando conoce a Manuel, un empresario dominante, y comienza una intensa relación de sumisión. Manuel le ofrece a Amber vivir en un...