Parte 3 - La primera adoración

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En su casa, al ver a su familia tan necesitada del dinero, Gokú tomó su decisión. Ingresaría al Templo Musculoso como un dios musculoso y recibiría dinero por ser adorado por las personas más ricas del mundo, pero necesitaba inventarle algo a su familia para no decirles la verdad de su nuevo trabajo y justificar su ausencia, ya que tendría que mudarse al Templo.

Gokú inventó que había conseguido trabajo como maestro de educación física en una prestigiosa escuela privada, pero dicha escuela era un internado, por lo cual tendría que mudarse para allá. Acostumbrados a las largas ausencias de Gokú, su familia no tuvo problema y al otro día lo despidieron con la esperanza de que su situación mejorara.

Gokú llegó al Templo Musculoso e inmediatamente informó a Ulrich su decisión de unirse. Con gran alegría, Ulrich llevó a Gokú hasta la que sería su habitación, la cual era tan grande como su casa. Contaba con cama, baño con jacuzzi y una serie de comodidades más. Además, un amplio guardarropa donde había prendas para diferentes ocasiones, además de una amplia selección de ropa interior de todo tipo: bóxers ajustados, trusas, tangas y posadores de fisicoculturismo. Las telas y los estampados de estas prendas eran de lo más variado, desde telas lisas hasta estampados como piel de leopardo, tigre o cebra. Los había con lentejuelas, tela tipo malla o metálica.

Gokú preguntó intrigado por qué tanta variedad de prendas interiores. "Cuando seas adorado, Dios Gokú, tu adorador pedirá que muestres tu cuerpo musculoso en toda su gloria, es por eso que es necesario toda esta ropa interior. Usa la que prefieras. Sugerimos empezar con una bata y luego desprenderte de ella para mostrar tu esplendor en alguna prenda íntima". Gokú lo entendió todo y siguió instalándose. Se le indicó que el Templo contaba con gimnasio, spa, aguas termales, piscina y un elegante comedor. A lo único que Gokú se dedicaría en el lugar sería a comer, dormir, ponerse más musculoso y, por supuesto, a ser adorado.

Por la tarde, Ulrich informó muy emocionado a Gokú que a los segundos de colocar sus fotos en el catálogo en línea del Templo Musculoso, un rico empresario ofreció una impresionante suma por tener una sesión de adoración con Gokú. La cita quedó agendada para las nueve de la noche.

El corazón de Gokú se aceleró por los nervios y toda la tarde estuvo ansioso al pensar en la primera vez que sería adorado. Daba vueltas en su habitación y se tronaba los dedos. Conforme se acercaba la hora del encuentro comenzó a prepararse. Se dio un baño y se depiló por instrucción de Ulrich. Se perfumó y se dirigió al guardarropa para elegir la ropa con la que recibiría a su adorador. Estaba nervioso pero decidido, debía ofrecerse como el mejor Dios musculoso si quería mantenerse en el templo. Eligió una bata roja de tela brillante, y para abajo, una tanga anaranjada, muy ajustada y de hilo dental.

Llegó la hora, y se le indicó al saiyayín dirigirse al recinto de adoración número 9. Gokú entró al lugar designado para la adoración y era como el que antes se le había mostrado: un lujoso cuarto con tapetes, cojines y cortinas de fina tela, con una pequeña tarima al centro. Además, había un trono al fondo, donde se le dijo a Gokú se sentara para esperar a su adorador. Gokú tomó asiento en dicho trono y se asumió en su papel de Dios, con su corazón acelerado como si se le fuera a salir.

Llegó el momento y la puerta se abrió, entrando un pequeño hombre de unos 70 años, calvo y panzón, con actitud sumisa y tímida. Apenas vio a Gokú y corrió a lanzarse a los pies de su trono. "Oh mi Dios musculoso, no soy digno de estar en presencia de tu gloria, permíteme adorarte como mereces, llenarte de halagos y adoración. Permíteme ver tu gloria de Dios musculoso". Gokú se sintió impresionado por este acto pero la sumisión del hombrecito le infundió confianza y se metió más en su papel de ser superior.

"Silencio, el Dios musculoso está listo para ser adorado", dijo Gokú con una inusitada confianza. Se levantó de su trono e imponente, inflado por su gran ego, dirigió su musculoso cuerpo a la tarima al centro de la habitación. El hombrecito avanzó detrás de él hincado, sin despegar sus rodillas del suelo. Gokú con un movimiento soberbio subió a la tarima. "¿Estás listo para ver la gloria de tu dios?", preguntó al hombre. "Sí mi Dios, sí, espero poder soportar tanta belleza", dijo el hombre casi babeando.

Con un rápido movimiento, Gokú dejó caer su bata y quedó ante el hombrecito usando sólo la tanga. "Oh mi Dios, que cuerpo tan imponente, eres un ser superior", dijo casi gritando el hombre. Gokú, mirando hacia abajo a su adorador, comenzó a hacer una serie de poses de fisicoculturismo, mientras el hombre se deshacía en halagos sin quitar la mirada de Gokú.

Gokú sentía su ego inflarse ante todos los halagos. Palabras como enorme, gigante, superior, hermoso, soberbio, no dejaban de salir de la boca del adorador, que no despegaba la mirada de Gokú mientras éste flexionaba sus músculos: sus enormes bíceps, su ancha espalda, sus abultados pectorales, sus piernas gruesas como troncos y sus enormes glúteos de acero, todo enfundando en la tanga que dibujaba un enorme paquete en la entrepierna del guerrero.

El hombre estaba en un éxtasis que apenas le permitía tocar un poco los pies de Gokú mientras este le posaba. Gokú por su parte estaba descubriendo algo nuevo para él: disfrutaba la admiración, disfrutaba los halagos, disfrutaba la adoración y que alguien lo reconociera como un ser superior por su cuerpo. En ese momento Gokú realmente se creía un Dios y estaba sumergido en el placer de ser admirado, se estaba disfrutando a sí mismo y su pene comenzó a reaccionar debajo de la apretada tanga.

Así, mientras hacía una de sus mejores poses para el adorador, la tanga de Gokú formaba una enorme carpa sostenida por el falo erecto del Dios Gokú. El hombrecito en ese momento no pudo resistir, y al estar en presencia de tal gloria, del Dios Musculoso Gokú posando sus enormes músculos y con su pene erecto bajo la tanga, no pudo resistir más y emitió un potente gemido después del cual quedó tendido boca arriba en el suelo.

Gokú miro con atención y, en la entrepierna del hombrecito, en su pantalón, se marcaba una gran mancha de humedad. El hombre se había corrido, así sin más, sin siquiera tocarse, tan sólo ante la visión de Gokú como Dios musculoso mostrando su cuerpo y su gloria. El guerrero se sintió más poderoso que nunca. Ninguna batalla le había dado tanta satisfacción como este acto. Serio, guardando la compostura y en su papel de Dios, tomó su bata del suelo, se la colocó y salió de la habitación dejando detrás de sí al hombrecito tendido en el suelo, con dificultad para respirar y en un trance como si no creyera lo que acababa de observar.

Gokú se dirigió a su habitación, ahora sí, con la sensación de ser un Dios.

                Gokú se dirigió a su habitación, ahora sí, con la sensación de ser un Dios

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Gokú y el Templo MusculosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora