Cap 12- Sable

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Un ruido me despierta, pero mis hermanos siguen durmiendo. Sable está conmigo, ambos nos dormimos pegados el uno a le otre -ahora tengo la cama llena de pelos-. Si fuera una casa normal, donde no pasan cosas raras con mis padres, me hubiera vuelto a dormir, pero como no es el caso toca investigar. Voy acompañade de Sable, por supuesto, así tengo a alguien para que muerda a Adolfo en caso de que el ruido de antes haya sido él. Ahora también hay unas luces, creo que de la cocina. El lobo está a mi derecha, preparado para atacar. Cuando me acerco al lugar proveniente de las luces veo a mis padres. No voy con ellos, me quedo al otro lado de la puerta, pegade a la pared y haciendo lo posible para que Sable se esté quieto. Pasan unos minutos en completo silencio, nadie habla, lo único que se escucha es algún que otro vaso, ya sea de agua, café, té o alcohol. No es hasta que mi madre empieza a hablar que tienen una conversación. No los escucho muy bien, hablan muy bajo para el poco oído que muestran tener. Aunque las palabras no sean del todo claras, puedo jurar haber escuchado a mi madre decir "¿cómo se lo vamos a decir a los niños?" Y a Adolfo contestando "no les tenemos que decir nada, ya se enterarán ellos solos" ¿se van a divorciar? Es lo que suele pasar cuando se dicen esas cosas. Si se separan yo me pido la custodia de Nico, ese niño no lo puede criar nadie más que yo. Que ganas de que de repente mi madre venga a mi habitación a decirnos a mis hermanos y a mí que ya no está con mi padre, si es que solo de imaginármelo me emociono. Me quedo ahí, intentando oír algo más, pero me lo ponen difícil -yo creo que en verdad no están medio sordos por la edad, sino que nos ignoran a Elena, a Nico y a mí, como son tan buenos padres-. Después de unos quince minutos apagan la luz, señal para que corra de vuelta a mi habitación y arrastre a Sable conmigo. Por la mañana es un poco igual, con la diferencia de que esta vez Adolfo y su mujer saben que mis hermanos y yo estamos despiertos. Hablan con más cautela, diría que incluso, en algunas ocasiones, con señas. Desde luego son creativos para lo que quieren. Al menos no hay gritos ni discusiones, es una mañana tranquila, la primera que tengo en dieciséis años. Hoy no toca instituto, pero igual voy para ver si aún siguen investigando lo que había pasado días antes. Elena va conmigo, pues al igual que yo, tiene curiosidad. Como no quería dejar a Nico solo con nuestros padres también le dije que se viniera, más Sable, que lo he tenido que sacar por el patio trasero para que mi madre y su esposo no lo vieran, todo un espectáculo. Cuando llegamos a Alma Vieja todo el patio está hecho un desierto, no hay nadie. Se ve que o se han tomado un descanso o han terminado la investigación. En seguida me acuerdo de Gael y que no sé nada de él desde hace unos días, por lo que miro el móvil para revisar mi correo. Tengo unas cuantas notificaciones, pero solo una es del profesor. Me escribe una disculpa por estar ausente y que cuando nos veamos me explicará todo. Mis hermanos también leen el mensaje, los muy chismosos -soy igual que ellos- y me hacen prometer por mi hijo no humano que les contaré todo el chisme nada más vuelva de mi futura quedada con Gael. Ahora volvemos a la casa de nuestros padres, ya que no hay mucho más que ver del instituto y queremos comprobar algo sobre nuestros padres. Mientras yo vuelvo a meter a Sable en nuestra habitación, Elena y Nico van con nuestra madre, que está en la cocina. Yo me uno a ellos una vez me aseguro de que el lobo no se va a ir a ningún otro sitio y que tiene agua y comida suficiente -tengo un cajón lleno de la comida que Clarisa le compró a Sable-. Ahora que estamos los tres, decimos la pregunta por la cual hemos vuelto tan pronto a la casa. Elena hace de portavoz y le pregunta a nuestra madre si hay algo que nos tengan que decir Adolfo o ella. Vamos por lo discreto, no es buena idea ser muy directo cuando se trata de algo serio. Nuestra progenitora solo nos dice que estamos muy pesados con el tema y se va molesta. No nos hemos hablado en semanas, yo me atrevería a decir que incluso en un mes o más. Ahora tengo que abrir una nueva investigación si quiero averiguar qué pasa con esos dos, a este paso debería de hacerme espía o algo así, seguro que ganaría lo suficiente como para pagar dos pisos en Benimaclet y aún poder permitirme todo tipo de lujo. Al menos me entretengo poniéndole nombre a la investigación, puede llamarse "Operación secreta", por el secreto que guardan mis padres. El caso es cómo puedo descubrir lo que pasa, pues no tengo muchas salidas cuando se trata de Adolfo y su mujer, lo único que se me ocurre es trasnochar. Esta misma noche empieza mi travesía como espía o detective, lo que cobre más -aunque mis hermanos a veces me llaman acosadore,-. Por suerte hoy han pasado el día en casa, por lo que es más fácil saber donde están para seguirlos. Espero sentade en un rincón durante horas, pero no pasa nada. Todo está oscuro y no hay ni un solo ruido. A este punto ya estoy empezando a imaginar cosas, que si se han ido sin que me diera cuenta, que si debería irme a dormir porque no van a hacer nada raro esta noche, que si no sé qué, que si no sé menos, siempre comiéndome la cabeza. No es hasta que escucho unos pasos que empiezo a estar tranquile, pero recuerdo que tengo que espiar a mis padres y se me pasa. La tranquilidad se convierte en nervios, pero no puedo entrar en pánico ahora, tengo que seguir a delante. La luz de la cocina se enciende, por lo que me acerco y pego la oreja para intentar oír si dicen algo. Lo único que puedo escuchar son murmullos, pero con un poco de concentración en lo que dicen logro descifrar algo. Parece que van al hospital por algo de Adolfo, pero aún no tengo muy claro el qué. En seguida pienso lo peor, como siempre. Me imagino que tiene algo terminal y que está enfermo, pero como aún no tengo nada asegurado mejor no me hago ilusiones. Por la mañana despierto a Elena, al principio se cabrea conmigo, pero cuando le digo que es por nuestros padres se levanta de un salto. Le explico todo lo que he oído esta noche y que aún me falta información. Me pregunta si se lo voy a decir a Nico y yo le contesto que sí, pues mientras intentaba dormir, aunque fueran un par de horas, estuve pensando en las palabras adecuadas para explicarle la situación a un niño de diez años. Cuando mi hermano despierta espero a que primero desayune y asimile que ha empezado un nuevo día, lo que tarda al rededor de unas dos horas. Después me acerco a él y lo siento, me pongo de rodillas enfrente suya y le miro a la cara.
-Nicolás, hay veces que el papá y la mamá van a al hospital por cosas que no necesariamente tienen que ser muy graves, pero pueden serlo.
-Ya, ¿pero qué pasa con eso? ¿Han ido al hospital?
Miro sus ojos, se le ve preocupado. Vale, nuevo plan, seguir investigando y contarle la verdad cuando sepa todo lo que hay detrás de lo que oí anoche.
-No es eso lo que quiero decir, es que, digo. Al igual que nuestros padres pueden ir al hospital, tú también puedes, en caso de que te encuentres mal, lo digo porque te he visto un poco desanimado estos días.
Puedo notar la mirada penetrante de Elena detrás de mí, pero no quiero preocupar al niño, así que no puedo decirle toda la verdad, al menos no ahora. Por suerte nuestra conversación se queda en que él está bien y no le pasa nada. En seguido coro hacia Elena y la llevo a la cocina -ya me siento como nuestros padres, ocultándole secretos al pequeño mientras hablamos en la cocina-. Mi hermana y yo tenemos una pequeña discusión, hablando entre susurros para que Nico no nos oiga. Quedamos en que es mejor no contárselo, pues si no sé los motivos del porqué se han ido al hospital sería preocuparle a lo tonto. Si tan solo hubiéramos tenido esta discusión antes me hubiera ahorrado tener que ponerle una excusa a nuestro hermano, pero al menos hemos llegado a un acuerdo, no hablar del tema hasta que tenga toda la información necesaria. Nada, toca trasnochar otra vez, a este paso voy a tener que empezar a ponerme maquillaje para que no se me noten las ojeras. Para despejarme un poco la cabeza de todo lo que ha pasado entre la noche y la mañana saco a Sable a pasear, esta vez yo sole. Confío en que el lobo no se vuelva a escapar, así que le dejo libre, sin correa. Parece que disfruta estar por la calle, a pesar de los obstáculos como bancos, farolas y papeleras y personas de por medio y que no sea un terreno tan liso como el descampado. Mientras mi hijo no humano olfatea todo lo que ve y hace sus necesidades, yo intento no darle vueltas a todo lo que está pasando, se supone que he salido para despejarme la cabeza, no para seguir comiéndomela con el mismo tema. Tengo que intentar pensar en otro tema, en Gael, por ejemplo, tengo que quedar con él. Ya sé, le voy a enviar un correo para citarle. Cuando vuelvo a guardar mi móvil me doy cuenta de que a unos metros de mí está el 1900, ahora sin vendas ni escayola, pero sí acompañado de una muleta. Me está mirando, peor cara no me puede poner, hasta parece que se esfuerza por mirarme mal, como si fuera un concurso. Silbo a Sable para que vuelva a mi lado, si el muy idiota aprecia su pierna buena no se acercará a mí. Creo que va siendo hora de volver a casa, no me haría mucha gracia encontrarme con alguien más que no me quiero encontrar, a demás, tengo sueño, hoy he dormido como dos horas -menos mal que es fin de semana-. Una vez llego a la casa de mis padres me subo a mi habitación junto a Sable y me echo a mi cama a dormir. El lobo hace lo mismo, poniéndose encima de mí, lo que aprovecho para abrazarlo cual peluche. Nico me despierta unas horas más tarde, no sé exactamente cuantas, pero parece que no son pocas, pues cuando me fui a dormir era temprano y ahora el niño me pide que haga la comida. Aparto a Sable para poder levantarme y mirar la hora, son las tres y algo de la tarde, no veo muy la hora estando recién despertade. Por un momento pienso en pedir a domicilio y volver a dormir, pero sé que no es sano cambiar así mi horario de sueño, así que voy a la cocina para hacer la comida, lasaña casera, el plato favorito de Nico. El lobo nos hace compañía durante la comida. Noto algo raro en él, es como si estuviera desanimado. Dejo mi plato a un lado para revisar si es que le falta comido en su comedero, pero está lleno, al igual que el bebedero. Sable está conmigo en todo momento, no se separa de mí, así que me agacho para ponerme a su altura y preguntarle qué le pasa. Sé que no voy a recibir respuesta, aún no he llegado a ese nivel de locura, eso se lo dejo a las pobres víctimas que trabajan cara al público. Solo recibo un par de lametazos en la cara como respuesta, pero eso no me sirve para saber qué le pasa. No parece estar cansado, sobre todo por la pequeña siesta matutina que ha tenido conmigo, por lo que eso no es. Se supone que Sable tiene solo unos meses, aún es un cachorro, debería estar hiperactivo y todo eso. Al final decido llevarlo al veterinario para ver si está enfermo o no, así que le cojo prestado a Adolfo algo de dinero para poder pagar la revisión y me voy con mi hijo sin siquiera terminar de comer. Una vez llegamos al veterinario me hacen sentarme en la sala de espera mientras atienden a Sable. Estoy inquiete, más de lo normal, están siendo los minutos más largos de mi vida, que lento pasa el tiempo cuando une está bajo presión. Después de lo que juraría que han sido dos horas -según la veterinaria ha sido solo media hora-, me dicen que el lobo está bien y que no le pasa nada. Es un alivio saber que tengo un hijo sano. Pago con una sonrisa de oreja a oreja, después de todo, es el dinero de mi padre, no el mío. Salgo con el lobo a la calle y doy un paseo con él, tal vez es lo que necesita. Nos paseamos por todo Benimaclet y más, vamos a sus parques favoritos, al descampado -donde jugamos con su palo favorito, que lo tiene guardado detrás de la jaula en donde vivía- e incluso vamos a un parque para perros, a ver si socializa un poco. Aunque al principio le cuesta, termina adaptándose a los perros que hay ahí. Estamos en el parque hasta que me entra hambre y me doy cuenta de que apenas he comido en el día. Durante el camino de regreso a la casa de mis padres, mi hijo parece más animado que al principio, pero cuando entramos al domicilio vuelve a su actitud melancólica y desanimada. Creo que estar aquí le deprime -ya somos dos-. Será mejor que lo lleve de vuelta a casa de Clarisa, no voy a retenerlo en un entorno donde no se siente bien, pero eso después cenar, muero de hambre.

Las vueltas que da la vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora