Cap 8- Pasado

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Es una mañana difícil, como todas desde que mi marido falleció hace dos años, por aquella enfermedad que, a día de hoy, no se sabe con exactitud cómo se pudo originar. Desde ese trágico día, lucho para seguir a delante y mantener a mis dos hijas y a mi hijo yo sola. Por suerte ya son lo suficientemente mayores como para no necesitarme para todo, lo que me da un poco de tiempo para respirar, pero no mucho, pues aún tengo que prestarles mucha atención para ayudarles con sus deberes, que aunque para mí sean cosas simples, a ellos les cuesta, ya que no hace mucho que empezaron a practicar estas actividades, como las divisiones. También intento sacar algo de tiempo para ellos, aparte de ayudarlos con lo escolar, pero se me es imposible, entre que tengo que coser las prendas rotas de mis hijos, porque no nos alcanza el dinero para ropa nueva y que mi trabajo como joyera ocupa gran parte de mi tiempo, no me da la vida para pasar tiempo de calidad con ellos. Me gustaría darles una mejor vida, pero ellos tampoco me lo ponen fácil, siempre están haciendo algo que no deben, como romper cualquier pieza de cerámica que hay por la casa o algún plato o vaso de cristal. Desde luego, no me queda de otra que corregirles con mano dura, a veces, incluso, me pongo creativa y les doy con una escoba o les tiro una chancla, tal y como mi abuela enseñó a mi madre y mi madre me enseñó a mí. Ahora, que es un sábado por la mañana, está todo mucho más tranquilo, no hay gritos de peleas, ni niños corriendo y jugando por el comedor, ya que aún siguen dormidos. Aprovecho esto para tomarme un tiempo para mí, terminar de coser la camisa de mi hijo Adolfo, el menor, los calcetines de mi hija Marta, la mediana y los pantalones de mi sucesora, la más mayor de mis retoños, María. Los tres nombrados no tardaron mucho en despertar y empezar a darme la lata con el desayuno, pero al menos me ha dado tiempo de acabar los arreglos. Cuando me levanto para ir a la cocina y hacer el desayuno, Adolfo ya está toqueteando todo lo que ve, siempre ha sido un niño muy curioso con las texturas, pero no puedo dejar que ensucie todo con sus manos sucias, por lo que le grito y me amenazo con pegarle o castigarle para que mantenga la curiosidad a un lado y deje en paz a mis pobres muebles y utensilios de cocina. Ya, con mis tres hijos bajo control, saco unas tazas para servirles algo de leche. Es lo único que tengo que hacer para que desayunen, si quieren comer algo más ya saben que hay galletas en el armario que está cerca del horno. Cuando termina de desayunar, el ruido se apodera de la casa, menos por Marta, que siempre ha sido la más tranquila y casi nunca se mete en problemas, siempre leyendo en su habitación y jugando con sus muñecas sin hacer ruido, aunque sí le han caído unos cuantos manotazos por hacerme perder la paciencia con las tablas de multiplicar. En cuanto a María y Adolfo, ellos dos siempre son los que más dolores de cabeza me dan, con la mayor liderando y el menor creando aún más caos, al final siempre tengo que ponerles las manos encima y castigarles, encerrándolos en su habitación o haciendo que limpien la casa por mí. Eso sí, pobre del que me responda, me contradiga o me desobedezca, porque le va a ir mal de verdad.

Al escuchar como Clarisa educó a mi padre y mis tías, empecé a entender algunas cosas. Aunque no se sepa si el esposo de mi madre es verdaderamente autista o no, esa no tiene que ser necesariamente la razón por la cual es tan agresivo, más bien es porque así es como le han enseñado ser. Adolfo no ha tenido ningún otro referente adulto que mi abuela para que le explique que golpear y gritar a sus hijos no estás bien, por lo que él solo ha estado imitando la única forma de criar y enseñar que le han enseñado, la violencia. Eso explica muchas cosas, pero no las justifica. No porque lo haya pasado mal en su infancia está justificado todo el daño que nos ha hecho a mis hermanos y a mí, porque la violencia no se justifica, pero al menos ahora sé de donde viene su comportamiento. Una vez asimilo toda esta nueva información, le agradezco a Clarisa por su sinceridad y vuelvo a mi habitación, con cuidado de no despertar a mis hermanos. Es una noche larga, pues no puedo dejar de pensar en todo lo que me ha dicho Clarisa sobre cómo ha criado a mi padre y mis tías y lo mucho que ha cambiado su actitud desde ese entonces. Por suerte pude dormir algo antes de que sonara mi despertador para ir al instituto, pero aún me quedan unas cuantas cosas por hablar con la anciana. Para sorpresa de nadie, mi abuela no está en casa, aunque sean las cinco de la mañana, sigue manteniendo ante mis hermanos y yo su fama misteriosa, incluso podríamos apodarla "la desaparecida" o algo así, de lo ausente que está, pero no lo hacemos porque es nuestra abuela y en el fondo nos sabes mal. Al dejar a Nico en su escuela y llegar a mi instituto, me reúno con Alex y Andruan, aprovechando que los tres solemos llegar unos diez minutos antes de la hora a la que empiezan las clases. Tengo una cosa clara, que quiero contarle toda la historia sobre el esposo de mi madre y mi abuela a mi amiga, pero me lo impide el chico, que también es mi amigo, pero no confío mucho en él y no quiero dejarle de lado. Ahora estamos hablando los tres, mis amigos creando aún más teorías sobre Adolfo, y yo escuchándolas todas, sin saber cómo pueden ser tan creativos y tener tanta energía a tan temprana hora, pensando ideas que tienen muy poco sentido. ¿Cuántos cafés me tengo que tomar para estar así? Me vendrían bien para cuando toca matemáticas a primera hora. Una parte de mi cabeza está prestando atención a las teorías locas de mis amigos, pero hay otra parte que no deja de pensar en todo lo que ha hecho Andruan por mí, incluso me ha ayudado cuando tuve un ataque de ansiedad. Creo que ya va siendo hora de que pueda confiar un poco más en él, después de todo, me ha enseñado, junto a Gael, que no todos los hombres son crueles y unos idiotas. No pude decírselo en ese momento, pues entre que no terminaba su lluvia de ideas con Alex y que ya se estaba haciendo la hora de entrar a clases, no me dio tiempo. ¿Me fastidia un poco? Sí, pero al menos tengo la hora del almuerzo, tengo más oportunidades para hablar sobre la infancia de mi padre con ellos, con los dos. Son dos clases de lo más aburridas -en serio, ¿qué loco decidió poner mates a primera y física y química a segunda?-, pero, por suerte, tengo lengua a tercera, lo que me alegra la mañana, ya que puedo chismear con Gael al final de la clase y es mi asignatura favorita. Al acabar la clase de castellano, Andruan viene a mi aula y espero junto a él, Alex y el profesor, que se queda porque se huele que pasa algo y está de chismoso, a que salgan todos lo demás para poder hablar en un lugar más privado que el patio o los baños. Una vez estamos los cuatro solos y con la ortiga cerrada, empiezo a hablar, les explico cómo ha sido la infancia del esposo de mi madre y que, aunque no haya tenido las herramientas necesarias para poder ver que la crianza de mi abuela no era la correcta, no justifica sus acciones ante mí y mis hermanos. Los tres se toman un par de minutos para asimilar lo dicho y unir las piezas sueltas que completan el puzle, como yo cuando Clarisa me lo contó. El primero en responder es Gael, preguntándome cómo estoy, después de enterarme de esto. No sé muy bien qué responderle, pues simplemente he estado actuando como si nada me afectara, intentando ser comprensive ante toda esta situación y mantener la calma, pero la verdad es que siento que necesito gritar, decir todo lo que pienso sobre mi padre y lo innecesario que ha sido todo este sufrimiento, causado solo porque el señor no cree en los psicólogos y no acepta que tiene un problema o incluso varios. A ver, nunca es fácil aceptar que necesitas ayuda profesional, pero el echo de pensar que tanto mis hermanos como yo podríamos habernos ahorrado tanto trauma si el esposo de mi madre hubiera dedicado un momento de su vida para reflexionar sobre lo que está pasando en su vida y cómo le está afectando, me hace hervir la sangre en, lo que creo que es, una mezcla de frustración y rabia. No digo que le guarde rencor, pues siempre he intentado trabajar en ese tema, ya que es algo que solo me hace daño a mí y no causa ningún bien. Más que odio o rencor, yo diría que lo que siento se acerca más a la desesperación. Cuando explico lo que siento a mis amigos y a Gael no terminan de entender por qué me desespero, pero yo me hago una idea.
-¿Qué hace que te desesperes? -Andruan pregunta.
Al principio no sé muy bien cómo responderle, pero no tardo en mucho en elegir mis palabras.
-He estado toda mi vida intentando proteger a mi hermano pequeño de Adolfo y padeciendo cada que a mi hermana le hacía algo y yo no podía hacer nada al respecto. Ahora, qué sé por qué nos ha tratado tan mal, me desespera no poder hablar con él de una manera pacífica, no para intentar convencerlo de que vea a un psicólogo, sino para explicarle que todo lo que nos ha estado haciendo está mal y no resuelve nada con violencia, solo lo empeora.
Hacía tiempo que no me quedaba tan a gusto quejándome de algo. Sé que ni mi amiga, ni mi única figura paterna, ni mi amigo, pueden ayudarme con esto, pero al menos me han escuchado y han dejado que me desahogue con ellos, eso es más que suficiente para mí. Pero el profesor intenta ayudarme como puede, proponiéndome, como en otras veces, llamar a la policía para que se encarguen ellos de este caso, pero yo, tan testarude como siempre, le digo que puedo sole -me da miedo lo que pueda pasar con mi madre si mando a su esposo a prisión, pues entre mis hermanos y yo tenemos la creencia de que sigue a asada con él por conveniencia económica-. Alex, que no había hablado todavía, se pone de lado de Gael, por lo que no me queda de otra que contarles la razón del porqué no acepto llamar a las autoridades. Les pido que me den un poco más de tiempo para pensar qué hacer, al menos hasta que tenga que volver otra vez a la casa de mis padres, junto a mis hermanos. El patio no dura mucho más, pero si lo hubiera hecho, estoy segure de que me habrían puesto un ultimátum, ya parecen incluso más desesperados que yo por resolver todo este asunto, aunque la verdad es que siquiera sé si podré salir de esta, al menos ahora, que tanto Nico como yo somos menores de edad. Elena ya tiene sus dieciocho cumplidos, pero no tiene ahorros ni ha encontrado trabajo, además de que no tiene mi custodia ni la de mi hermano, por lo que los problemas legales estarían por todos lados, como ahora si mi madre y su esposo llaman a la policía -pueden denunciar a Clarisa por secuestro-. El instituto acaba después de las tres últimas horas y puedo irme, por fin, a la casa de mi abuela, después de recoger a Nico de su escuela. Como de costumbre, la anciana está fuera, así que me toca esperar para poder hablar con ella, otra vez. No es muy distinto a la vez pasada, lo único que cambia es que hoy, cuando voy al descampado con Sable, este tiene un comportamiento un poco extraño, como si estuviera protegiéndose de algo o alguien. Incluso ha gruñido, pero no sé si ha sido por mí o porque ha pasado algo en mi ausencia que no le ha gustado, ¿pero el qué? Se me ocurren muchas cosas y ninguna acaba en un final feliz. Después de unos minutos intentando pensar en alguna idea que no acabe en desastre total, no sé por qué, empiezo a disociar, me desconecto del mundo real. No tardo mucho en volver a despertar, pues Sable empieza a aullar y poco después escucho pasos, hojas secas y ramas caídas rompiéndose. No puedo pensar mucho, pues apenas me estoy recuperando de mi momento de trance y mi mente ya es un caos. Lo único que se me ocurre en ese momento es llevar conmigo al lobo a la casa de mi abuela, esperando que aún no haya llegado. No es difícil hacer que Sable entre en una casa, está claro que más cómoda que una jaula es, el problema está en que la anciana ha vuelto más pronto de lo que esperaba. Claramente y como ya me había comentado antes, no le hace mucha gracia que traiga a un lobo a su casa, no obstante, lo acepta, pues confía en que no lo he hecho por capricho. De verdad, cada vez quiero más a esa anciana, ¿qué importa que haya traumado a mi padre y gracias a eso él nos haya llenado de traumas a mis hermanos y a mí? Ha sabido aprender de sus errores y ahora es una abuela estupenda, pero eso no quita que aún tenga que hablar con ella sobre el pasado de mi padre, no se va a libar de esa conversación. Espero a que Nico y Elena se vayan a nuestra habitación para sentarme cerca de Clarisa y sacarle el tema.
-¿Estás arrepentida? -sé que he sido muy directe, pero tampoco se me ha ocurrido otra cosa.
-Sí, la verdad. Me gustaría haber podido aprender antes a cuidar y educar sin ayuda de golpes.
-No te tortures tanto, hiciste lo que pudiste con las herramientas que tenías, me imagino que ser madre viuda en esa época no fue fácil -intento ser comprensive con la anciana, pero sin minimizar el daño que ha provocado en sus hijos, mis tías, mi padre -no obstante, sigue sin estar bien lo que hiciste, aunque fuera la "moda" de cómo criar a un hijo, en ese entonces.
-No sabía que les estaba haciendo daño, solo quería hacer lo mejor para ellos.
-Muchas veces lo mejor para un hijo no es lo que el padre o la madre quiere -hay unos segundos de silencio entre Clarisa y yo.
-Al menos, ¿lo estoy haciendo bien como abuela? -se me escapa un poco de risa ante la pregunta.
-Sí, eres una muy buena abuela, aunque estés un poco ausente.
Nuestra conversación no duró mucho más, ya que al escuchar el porqué la anciana casi nunca está en casa, quise cortar la conversación ahí, pues siento que ya ha sido mucho por hoy. A la mañana siguiente, veo a mi abuela en el desayuno y la percibo de una manera distinta por nuestra conversación de anoche. De alguna manera, saber que está arrepentida y que ha intentado mejorar para ser una buena abuela para mis hermanos y para mí, me hace cambiar mi perspectiva de ella, es una buena mujer que ha pasado por muchas cosas y ha hecho lo que ha podido, aunque no siempre fuera lo mejor. Tengo que hablar con Elena sobre todo esto, pues quiero mantenerla informada porque estamos viviendo los mismos problemas familiares, además de que no quiero cargar con toda esta información yo sole -si yo caigo, ella cae conmigo-. Como hoy es sábado no tengo mucha prisa en salir, pues aún tengo que llenarle el bol de la comida a Sable y he quedado con Alex y Andruan por la tarde. Por suerte mi abuela aún me deja tener al lobo en casa, pero dice que no tarde mucho en sacarlo. Mi plan es llevarlo por la noche para ver si quien estaba la otra noche vuelve a aparecer y, en ese caso, ir preparade para ello. La mañana transcurre tranquilamente, incluso he podido hablar con Elena sobre mi conversación con nuestra abuela, mientras preparaba la comida para todos. Cuando se acerca la hora de la quedada con mis amigos, me llevo a Sable conmigo y paso antes por donde D. Manolo para comprarle un collar y una correa para evitar problemas con cualquier perro que nos crucemos. Cuando llego al parque donde habíamos quedado, siquiera me preguntan por el lobo, me miran, serios, como si estuvieran enfadados conmigo. Recordando mi última conversación con ellos dos, puedo imaginar lo que me espera. No tardan más de unos poco segundos en romper el hielo y empezar a hablar, confirmando mis sospechas de que, efectivamente, me han reunido con ellos para darme un maldito ultimátum. Bien, no se me da nada bien manejar el estrés, pero actúo increíble, por lo que puedo estar con una cara seria y mantener la compostura, aunque en verdad me quiera tirar al suelo y hacerme bolita mientras hiperventilo. El trato es el siguiente: llamo a la policía yo o lo hacen ellos. Intento convencerles de que me dejen actuar por mi cuenta, pues si llaman a la policía todo será mucho peor. Les explico que si las autoridades intervienen, tendré tres posibles futuros, lo cuales son quedarme con Adolfo, junto a mis hermanos, porque él tiene mejor economía que mi madre; quedarme con mi madre, pero tener dinero escaso; y como quedarme con mi abuela no es una opción, porque ya está muy mayor para que le den la custodia de cualquier niño, mi hermano y yo nos iremos a un orfanato y con el tiempo nos iremos separando hasta ya no saber nada los unos de los otros. Sable ladra un par de veces cuando termino de hablar, como si me estuviera entendiendo y quisiera dar su opinión. Dejando los ladridos del lobo a un lado, el primero en hablar es Alex, diciéndome que estoy muy alterade y que me monto muchos escenarios ficticios en la cabeza. El segundo que dar su opinión es Andruan, diciendo que me estreso demasiado por las historias que creo en mi cabeza y que lo más posible es que no pase nada de lo que imagino. ¿Y yo cómo me tomo eso? No me ayuda en nada. Les vuelvo a pedir que no llamen a la policía y que me den un tiempo, ni siquiera estoy teniendo problemas con mi padre ahora, es más, ahora siquiera vivo bajo su techo. Al final pude convencerles para que no llamaran a la policía, pero me advirtieron que esto solo duraría hasta que vuelva a la casa de mis padres. Al menos es algo, aún tengo algo de tiempo para pensar un plan. Para mantenernos los tres en paz, cambiamos de tema y vamos a pasear por ahí y vamos a parques de perros para que Sable pueda jugar con más o menos los de su especie, aunque estando siempre alerta de que no haga daño a ningún can por ser muy bruto en los juegos. No pude quedarme hasta muy tarde con ellos, pues, conociendo a mi abuela, ahora mismo estará fuera de casa, sin intenciones de volver muy pronto, por lo que tengo que encargarme yo de la cena, ya que soy una especie de chef privade para mis hermanos, si no cocino yo, no lo hace nadie. Al llegar, le sirvo su cena a Sable, junto a unas sobras de la comida, y confirmo mis sospechas de que Clarisa está fuera, así que me pongo a hacer la cena. Por primera vez en semanas, no me hago un plato a parte porque lo que cocino me parece un plato exagerado para la cena, sino que me atrevo a comer lo mismo que mis hermanos, sin arrepentimientos, sin culpa. Creo que por lo único que voy a sentirme mal este día, va a ser cuando tenga que volver a dejar a Sable en el descampado, el pobre nunca antes había estado tan cómodo y hoy se lo voy a arrebatar, pero eso será por la noche, antes de que venga la abuela, que ahora estará en lo de siempre. Tal vez le venga bien una visita, así que le pongo el collar y la correa al lobo y voy a ello. Solo son unas calles las que tengo que caminar, antes de encontrarme con un bar, el cual tiene una tragaperras con un grupo de personas a su alrededor y alguien jugando. Antes de acercarme, dejo a Sable atado afuera del local para que no me llamen la atención por traer animales. Confío en que él y en que no atacará a nadie a menos que sea necesario. Una vez me acerco al grupo de adultos -unos sobrios y otros no tanto-, veo que quien está jugando es Clarisa. No me sorprende mucho, pues me dijo que siempre que está fuerte va a un bar muy ambicioso, veo que se refería a esto. No le voy a llamar la atención ni nada por el estilo, después de todo solo es una anciana que sabe lo que hace y quiere divertirse, yo no soy quien para impedírselo, mientras no haga daño a nadie estará bien. No tardo mucho en salir de ese ruidoso bar y desatar a Sable para ir al descampado con él y jugar un rato antes de dejarlo en su jaula. Por el camino me encuentro a Gael, quien se sorprende al verme con el lobo -no pone muchas caras, pero esta vez se le ha notado la sorpresa-. Como no, me vuelve a sacar el tema de Adolfo y la policía, pero yo no estoy de humor para seguir lidiando con eso, simplemente no puedo. El profesor ve mi clara cara de agotamiento, por lo que decide ir directamente al grano y preguntarme que cuando voy a volver a la casa de mis padres. Yo le contesto que cuando el esposo de mi madre se gane el título de padre. Al decir esto y no escuchar respuesta alguna, veo desconcierto en Gael, lo cual me sorprende, pues pensaba que sabía un poco más de paternidad. Le explico que el ser llamado papá o mamá también hay que ganárselo, ya que ser padre no es solo engendrar, al igual que ser madre no es solo parir, también es estar presente en la vida del niño, intentar entenderlo y darle apoyo en su infancia y también cuando crezca y esté pasando por un momento difícil, no ser agresivo con él e intentar hacerle sentir seguro. ¿Puede dar un montón de problemas a lo largo de su niñez? Pues sí, pero no por eso sus padres le tienen que gritar o darle castigos severos, porque es un niño que aún está aprendiendo a cómo gestionar sus emociones, está aprendiendo a distinguir lo que está bien y lo que está mal, está aprendiendo a vivir una vida que aún no sabe cómo funciona. Ser padre o madre es eso, prestarle atención y darle cariño, protegerlo, enseñarle lo que es correcto y lo que no, corregirle cuando hace algo mal sin necesidad de violencia, validar sus emociones, ya sean negativas o positivas. Ahora, más que desconcierto, Gael se queda patidifuso. Ni que fuera tan difícil de entender, todo lo que le he dicho sale en los típicos libros de paternidad. Cuando sale de su asombro me explica que lo que le sorprende es que yo, teniendo dieciséis años, parezca un libro de autoayuda para padres, por lo que le explico que al estar cuidando de mi hermano desde pequeñe y fijándome en las cosas que me han hecho mis padres que no me han gustado para no cometer los mismos errores, he aprendido mucho sobre cómo cuidar a un niño. Por suerte, con toda esta explicación de la maternidad y paternidad, pude hacer que se olvide del asunto de la policía, por lo que me despido rápido, para no darle tiempo a que se acuerde y me lo vuelva a comentar. Una vez llego al descampado, hago lo habitual, jugar, correr y ser libre, junto a Sable, mi hijo no humano. Esta vez solo pude quedarme un par de horas, pues entre la visita de mi abuela, la conversación con Gael y que el descampado está un poco lejos, cuando quise darme cuenta, la luna ya era presente y el cielo se había vuelto oscuro. Por mucho que no me gustara, tuve que volver a meter a Sable en su jaula y volver a la casa de mi abuela, aunque con algo de dificultad, pues entre mi pésimo sentido de la orientación y que está todo oscuro, se me complica más saber donde estoy y donde tengo que ir.

Las vueltas que da la vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora