Cap 18- Adiós

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Me he tenido que ir a casa de Aurora con una maleta, porque Clarisa ha invitado a su esposo a quedarse en su casa para tener un mejor apoyo emocional ante todo lo que ha pasado con su hijo. Podría haberme quedado, sí. Nada me lo impide, pero el solo pensar en ver a mi abuelo me da náuseas. No es que no le quiera dar una oportunidad, en parte lo de desaparecer de la vida de sus hijos no fue solo su plan, pero verle así, tan de repente... creo que no estoy preparade para eso. Al menos estoy con Aurora, que con todo lo que ha pasado no la he podido ver desde que me quedé a dormir en su casa. Tal vez me quede una semana con ella y después me iré con Alex durante una semana más, pues no quiero ser mucha molestia para su madre. De momento no sé cuánto tiempo voy a estar fuera, pues Clarisa me ha avisado de que lo más probable es que su esposo se mude con ella permanentemente. Aunque no creo tardar dos semanas, sí me va a tomar unos días, ya que aún tengo que digerir que ahora ya no solo vamos a ser mi abuela, mi hermana y mi hijo no humano -que estos dos últimos sí se han quedado en la casa de la anciana-, además de que aún me tengo que preparar mentalmente para no ponerme a la defensiva nada más lo vea y para poder ser capaz de convivir con él, al menos hasta que consiga independizarme. Para lograr esto intento hacer meditación, pero no logro concentrarme, siempre hay algo que me distrae, ya sea un ruido del exterior o el silencio que se va volviendo más perturbador a medida que me vuelvo más consciente de que estoy sole en la habitación de Aurora. La gran mayoría de veces disfruto de que no haya ningún ruido a mi alrededor, pero esta vez siento que me falta algo, o alguien. Entonces voy a por Aurora y la siento conmigo en su cama, agarro mi móvil para poner música relajante e intentamos meditar juntes, pero no hacemos más que reírnos de las posturas raras que cada une pone, como si estuviéramos haciendo yoga. Incluso viene la madre de Aurora para ayudarnos y enseñarnos, ya que ella da clases de meditación. Puedo decir que es una tarde que nunca me hubiera imaginado, pero supongo que esa es la gracia de vivir, que nunca te esperas hacer algo y terminas haciéndolo. ¿Lo mejor de todo esto? Ahora le caigo bien a la madre de Aurora, hasta he cocinado la cena con ella -según yo eso es símbolo de cariño- y se ha preocupado de que no pasemos calor a la hora de dormir.
Por la mañana, una vez me despego de Aurora, me encargo de hacer el desayuno. Como su madre no está puedo decorarlo a mi gusto, con frases cursis escritas con sirope o chocolate fundido y panqueques con forma de corazón. Al hacer todo esto en el desayuno me doy cuenta de lo tonte que me pongo cuando me gusta alguien y me doy cuanta de que nunca me hubiera imaginado sintiendo algo romántico por alguien o con pareja, ya que siempre que he visualizado a mi yo de mayor viviendo sole, con alguna que otra mascota. Tal vez eso cambie, o tal vez no, nunca lo sabré hasta que lo viva, hasta que nos separemos o hasta que decidamos compartir nuestras vidas con le otre. Mientras tanto solo puedo disfrutar el presente, aunque no por mucho más tiempo, pues Elena me llama para que vuelva a la casa de Clarisa, ya que esta quiere celebrar ya el funeral de su hijo, junto a su esposo y sus nietos, su familia. Parece que mi estancia como compañere de piso de Aurora no va a durar más, así que la despierto con un beso en la frente, la invito a desayunar conmigo y una vez terminamos el festín de panqueques del amor, me visto, recojo mis cosas y vuelvo por donde he venido. Al final voy a tener que ver al esposo de mi abuela antes de lo previsto, sin darme tiempo para prepararme. Tardo poco en llegar y en llevarme mi primera sorpresa, pues nada más abrir la peineta me lo encuentro de frente. Aquí es donde pongo en práctica la clase de meditación que me dio ayer la madre de Aurora. Respiro e intento calmarme, tomo control sobre mi impulsividad y me callo todo lo que me gustaría decirle por decidir que es buena idea seguirle el juego a su esposa y hacerle creer a sus hijos que está muerto, incluso intento llevarme bien con él, pero no hace más que ponérmelo difícil. No para de quejarse por todo y decir "en mis tiempos..." o "cuando yo estaba en la guerra..." y que no se hable de sus comentarios hacia "las tareas de la mujer". Estoy empezando a dudar de si realmente Elena me ha llamado por el entierro de Adolfo o porque no aguanta más a este tipo -si ella cae, me arrastra a su lado-. Siquiera se ha presentado con su nombre, solo me ha dicho "pues yo fui uno de los mejores en la mili", no sé cómo se llama, no hasta que Clarisa se acerca a mí y me dice su nombre. Sebastián, así se llama. Al menos ahora sé cómo referirme a él, aunque eso no mejora mucho la cosa, pues, para sorpresa de nadie, no respeta mis pronombres. Hasta Adolfo los respetaba, ¿en serio he encontrado a alguien peor que él? Esa pregunta se responde por sí sola, solo hay que oírlo hablar para confirmarlo. Por suerte no tengo que aguantarlo todo el día, ya que Elena y yo teniendo la maravillosa idea de salir e ir al parque de la esquina, con la excusa de sacar a Sable de paseo. Nos quedamos en un columpio redondo, donde caben dos o tres personas. Mientras que hablábamos, el lobo camina por el parque, olfateando y haciendo sus necesidades al lado de los árboles y algunos matorrales.
-Tú también lo odias, ¿verdad? -me pregunta Elena.
-Sí, pero al menos ahora entiendo mejor por lo que ha tenido que pasar Adolfo. No solo ha tenido una crianza violenta y un padre ausente, sino que también ha tenido una muy mala influencia durante su niñez.
-Yo creo que Clarisa les dijo a nuestras tías y a papá que Sebastián había muerto, porque sabía la mala influencia que era para ellos.
-En el fondo les hizo un favor.
Aunque ahora entienda con más profundidad todo por lo que ha tenido que pasar Adolfo, no justifica en lo absoluto todo el daño que ha hecho, mucho menos la muerte de Nico. Sí, ha tenido una mala vida, pero no por eso tiene que ser una horrible persona, aunque también es verdad que los médicos me dijeron que tenía no sé qué trastornos que le dificultan a gran escala mostrar empatía. Y yo me pregunto, ¿qué tan diferente hubiera sido todo si Adolfo hubiera ido a un psicólogo? Ahora que no está vivo no puedo saberlo, pero yo me imagino una vida mucho más tranquila y con Nicolás, una vida que no es perfecta, pero tampoco un completo desastre. Le planteo también esta pregunta a mi hermana, a lo que me responde algo que al principio me sorprende, pero que luego lo vuelvo a pensar y me doy cuenta de que tiene lógica.
-Si papá hubiera ido a un psicólogo es posible que siquiera hubiéramos nacido, o si sí, tendríamos un padre ausente por se una persona psicopática.
-Pero Adolfo no tenía psicopatía, los médicos me dieron un papel donde ponía todo lo que le habían diagnosticado y no salía nada de eso.
-Mientras que estabas ingresase, Clarisa me dijo que desde pequeño notaron en él una gran dificultad en lo social y un egocentrismo y necesidad de poder que no era normal. Para cuando cumplió los veintitrés años, le convenció de ir a un psicólogo, donde le hicieron varias pruebas, pero en la que más destacó fue en la de psicopatía. Clarisa incluso me ha enseñado el diagnóstico.
En ese momento silbo para que Sable vuelva a mi lado y me levanto del columpio. Elena también se pone en pie y me agarra del brazo antes de que pueda avanzar de vuelta a la casa de la abuela. Me dice que me tranquilice y que no sea impulsive, y por una vez le hago caso, aunque lo que en verdad me ayuda es recordar la sesión de meditación con la madre de Aurora y respirar. Después de una explicación lógica de parte de Elena del porqué aún no podemos volver a casa de Clarisa -básicamente, porque está Sebastián-, me dice de dar una vuelta y así hacer algo de tiempo y relajar un poco el ambiente que se ha formado por la nueva noticia del informe de psicopatía de Adolfo. Sable aprovecha esto para correr y hacernos a mi hermana y a mí ir detrás de él, llevándonos, como ya es costumbre, al descampado. Al menos es un lugar fresco, donde podemos refugiarnos del arduo calor del verano. Ahí planeamos cómo va a ser el funeral de nuestro padre, aunque es algo que tendría que hacer Clarisa, después de todo es su hijo, además de que yo no voy a asistir y creo que Elena tampoco. Bueno, el caso es planearla, llevarla a cabo y terminar con todo esto, poder dejar de tener algo que me una a ese señor. Entre Elena y yo acordamos que la ceremonia será algo sencillo, con poco público, posiblemente siquiera aparezca nuestra madre y solo sean Clarisa y Esteban los únicos presentes. Es algo triste, sí, pero no se puede esperar algo más grande cuando en vida ha causado más daño que bienestar. Ahora el gran misterio es a dónde mandar la carta de invitación para que María la reciba. ¿A su casa? No sabemos si está ahí o no y tampoco nos hace mucha ilusión ir a comprobarlo. No es que no queramos verla, pero con todo lo que ha pasado y lo mal que parecía estar la última vez que la vimos no tenemos mucha garantía de que verla sin un policía presente sea algo seguro. En todo caso de que reciba la invitación y se presente, no se sabe si va a montar un escándalo, si va a parecer que se le ha ido la cabeza o algo así. A lo mejor estoy siendo muy insegure al crear tantos escenarios en mi cabeza, pero mi preocupación por mi madre no hace más que ascender a medida que los días pasan y no sé nada de ella. Intento no pensar en María, hacer como si no me importara el cómo está y que hace semanas que no la veo. Aún no le he dicho ninguna de mis preocupaciones a Elena ni a nadie y tampoco tengo la intención de hacerlo, siento que no debo sacar este tema, al menos no aún. Además, María se ha vuelto un tema aislado de todo, siquiera es mencionada, es como si fuera un tabú, lo que significa que, aun queriendo, no puedo hablar sobre mis preocupaciones hacia ella. Supongo que es cuestión de distraerme con otra cosa para no pensar más en el tema, tal vez quedando con amigos o yendo a la casa de la madre de Aurora a ver a ambas. También puedo llamar a Andruan, no he hablado con él desde que me habló sobre su discusión con su madre y a qué le había conducido eso. Sí, creo que será mejor que lo visite antes de que pueda pasar algo más. Ya lo tengo claro, voy a ver a mi amigo, pero primero tengo que terminar de prepararlo todo junto a Elena para el funeral de Adolfo, pero cuando le digo de volver a casa de Clarisa, me pregunta algo totalmente fuera de tema. "¿Cuántas veces habremos dicho a lo largo del día funeral de Adolfo?" "Yo creo que muchas, pero dentro de pocos días ya no las diremos más y nos alejaremos todo lo posible de ese hombre enterrado treinta metros bajo tierra, y tendremos una vida con preocupaciones comunes, que se puedan resolver de una manera sencilla", le respondo, pero no hay respuesta de vuelta, al menos no verbal, porque en seguida se pone en pie y me agarra del brazo para obligarme a levantarme y empezar a correr por el descampado, sin soltarme. No es hasta que Sable se une a nosotres que mi hermana deja de correr por el descampado y empieza a hacerlo por la calle, siguiendo el camino de vuelta a la casa de Clarisa. Llegamos cansades, con falta de aire y un poco sudoroses, pero no voy a mentir, me ha gustado correr con mi hermana y con mi lobo, ha sido divertido. Por supuesto, con todo esto nos habíamos olvidado de la presencia de Sebastián, así que cuando entramos por la puerta principal y escuchamos su voz, nos arrepentimos al instante de haber vuelto tan pronto. Lo primero que oímos de él son sus comentarios antiguos, a lo que Elena le da una respuesta agresiva, ya harta de su mal comportamiento, pero se ve que Sebastián hoy ha desayunado payaso y se cree que tiene un diploma en comedialogía, porque entre risas le responde a mi hermana "tranquilízate, ¿o es que tienes la regla?" En ese momento me pongo entre los dos, miro al hombre a los ojos y sin más rodeos le doy una bofetada. Ese comentario ha sido la gota que ha colmado el vaso, no voy a permitir ni un solo comentario más. No me importa que esté viviendo en una casa que no es mía, si vamos a vivir más de una persona bajo el mismo techo tiene que haber unas normas de convivencia y unos límites marcados, porque si no, difícilmente puede haber un buen ambiente. Como es de esperar, Sebastián no se toma muy bien el golpe, así que se pone a gritarme todo tipo de barbaridades. Ante esto me muestro indiferente, dándole la espalda y poniéndole más atención a mi hermana que a él. Llega un punto en el que se cansa de intentar aterrorizarme con sus falsas amenazas y decide quejarse con Clarisa, pero le sale mal la jugada, pues la abuela se pone de mi lado una vez le explico todo lo que ha pasado. Esto no hace más que alimentar mi creencia de que, en el fondo, la anciana quiere echar a su esposo de casa, pero ahora que ha vuelto, después de tanto tiempo sin verle en persona, le es difícil. Por suerte nos tiene a Elena y a mí, que estamos hasta las narices de ese señor y vamos a darle la lata hasta que por fin le diga que o cambia esa actitud prehistórica o se va de la casa. Aunque creo que es mejor que empecemos a insistir con eso después del funeral, después de todo, Sebastián ha venido aquí por eso. Clarisa me dijo que la funeraria no va a tardar mucho en llamar para avisarnos de que está todo listo, pues solo hemos pedido unas cinco sillas, no nos hemos esmerado nada en la decoración. Entre Elena y yo hemos intentado pensar en algo, mínimamente globos de color beis, negro o algún color apagado, pero llegamos a la conclusión de que es mejor no hacerle ninguna decoración, porque no se la merece. Siempre que intentábamos pensar en algo para decorar un poco la tumba, siempre recordábamos la decoración de nuestros cumpleaños: ninguna. Nunca había decoración, nunca se celebraba nada, como mucho nuestra madre nos compraba algún detalle, pero claro, como ahora no hablamos de ella, tampoco comentamos eso, solo nos quedamos con lo malo, con lo poco que hizo Adolfo para celebrar un día que era especial para nosotres. Elena y yo le estamos devolviendo lo que nos ha dado, o al menos así lo veo, pues como bien dice el dicho, ojo por ojo y diente por diente. Si él en vida no ha mostrado interés por nosotres, nosotres no mostramos interés por él, así de simple. Cuando lo dijimos por primera vez en voz alta parecía que le guardábamos rencor, pero esa percepción cambió cuando nos preguntamos por qué le daríamos algo a alguien que no nos ha dado nada, por qué daríamos más de lo que hemos recibido. La respuesta es muy clara, y es que no hay un porque, que responda a esta pregunta, pues no hay motivo alguno para dar más de lo que te dan, o dicho de otra forma: o la balanza está equilibrada o no hay balanza, o recibo lo mismo que doy o se acabó. Ahora está muy claro lo que queremos darle a ese señor de nosotres, absolutamente nada, y para nuestra fortuna, Clarisa respeta esto. Sí, es su hijo, lo quería mucho y está triste de que haya muerto, pero sabe que no ha sido el mejor padre y aunque no le gusta la idea de que la celebración del funeral de Adolfo vaya a ser tan pobre, respeta mi decisión y la de mi hermana.
La funeraria no tarda mucho en llamar y decirnos que ya está todo listo para el funeral, tal y como lo advirtió la anciana. Se va a hacer mañana, por la tarde, e irán solo la abuela, su esposo y, si hay suerte, mi madre. Yo ya le he mandado una invitación escrita en papel, incluso Elena le ha mandado un mensaje por WhatsApp, el cual ha leído, pero no ha respondido, por lo que informada está. Tanto como mi hermana, como yo nos vamos a quedar aislades de ese evento, pues no tenemos ningún interés en ir, aparte de que ya hemos hecho suficiente planeando gran parte de la ceremonia. Ahora es momento de descansar, de tomarme un respiro de todo, pues ha sido un día largo por culpa de Don Sebastián y su ideología chapada a la antigua -que al menos me ha servido para confirmar y demostrar mi teoría de que los neandertales no se han extinguido, solo les han cambiado el nombre-. Siquiera me voy a mi habitación, me duermo en el sofá, con Sable encima de mí, dándome calor y permitiéndome abrazarlo cual peluche, como ya es costumbre. De normal suelo dormirme y despertarme con él, pero esta vez, al levantarme por la mañana, me doy cuenta de que ya no está acostado encima de mí, por lo que me levanto para buscarlo. No lo encuentro por ninguna parte y no sé por donde más mirar, hasta que me doy cuenta de que la puerta principal está entreabierta. Es raro que se escape, de normal suele ser muy obediente y fiel a quien considera parte de su manada, tal vez solo quería salir a pasear. Sea lo que fuere, no creo que haya podido ir muy lejos, así que voy a investigar por las calles. No tengo que caminar mucho para encontrarlo, pero al ver lo que está agarrando con su boca me paralizo por un momento, para luego avanzar rápido hacia él y comprobar que estoy bien, pues lo que el lobo está agarrando es a una cría de lo que creo que es su misma especie. No sé cómo sentirme al respecto, ¿debería de alegrarme? Ahora soy abuele, pero no sé si Clarisa aceptará a este nuevo miembro de la familia o me obligará a darle en adopción. Por un momento miro a Sable y le pregunto qué piensa hacer con el cachorro, sin esperar respuesta de vuelta, claro, pero para mi sorpresa acerca al pequeño a mí y lo deja a mis pies, entiendo que para que lo agarre, así que eso hago, lo cargo entre mis brazos mientras llora por no tener cerca el aroma de su padre. Sable es un lobo listo que parece entender lo que le digo, así que ahora le pregunto por la madre. Al principio empieza a aullar sin parar, hasta que se escucha una respuesta, otro aullido, que se escucha algo lejos de donde estamos. En ese momento el lobo empieza a andar, y yo voy tras él, mientras aúlla y calla para escuchar una respuesta, así hasta que hallamos a otro lobo, una hembra, más bien dicho, la madre del cachorro. También hay otros dos iguales al bebé que tengo en brazos, siendo custodiados por la loba. Ahora sí estoy en un dilema. Una cosa es acoger a un cachorro, otra muy distinta es también acoger a la madre y a su dos hermanos. No puedo dejarlos a su suerte, eso está claro, pero tampoco creo que Clarisa acepte tener toda una manada en su casa. Lo único que se me ocurre es llevarlos a un refugio, pero eso no le haría ninguna gracia a Sable. De momento los voy a llevar conmigo, pasearé con ellos alejade de la casa de la abuela, y cuando ya se haya hecho la hora del funeral, los meteré dentro de la casa para darles de comer, aprovechando que solo va a estar Elena. Para iniciar mi plan primero tengo que ver cómo cargar a los tres cachorros a la vez, pero por suerte tengo ayuda de Sable y de su... ¿novia? Yo digo que es su novia. Cada uno carga con un cachorro, así hasta que nos detenemos en el descampado, que ya parece un segundo hogar. Mientras que los animales juegan, intento entender cómo Sable ha podido dejar embarazada a una loba. ¿Cuándo? Tal vez haya sido mientras estaba viviendo en el descampado. No, imposible, el embarazo de un perro dura al rededor de dos meses, hace más tiempo de eso y los cachorros parecen ser recién nacidos, no les doy más de dos semanas. Menudo lío en el que estoy metide, encima no he comido nada en todo el día. A lo mejor tengo que cambiar mi plan, llamar a Elena y que traiga algo de comer para mí y para los dos padres.
-Elena, necesito que me traigas algo de comida al descampado.
-¿Por qué? ¿Pasa algo?
-Es que esta mañana he visto que Sable se había ido y viendo he ido a buscarlo me he encontrado con un pequeño inconveniente.
-¿Qué tan pequeño es ese inconveniente?
-Tamaño familiar.
-Félix, no estás pidiendo una pizza, hablo en serio.
-Yo también hablo en serio.
-¿A qué te refieres?
-Es mejor que lo veas por ti misma.
Elena no tarda mucho en llegar, pues la gran intriga de saber cuál es el pequeño inconveniente de tamaño familiar que le espera gana a cualquier síntoma de pereza, o al menos así me lo explica ella. Su más honesta reacción es quedarse en frente de la madre y los cachorros con la boca abierta, sin articular una sola palabra por la impresión, incluso tengo que empujarla para despertarla de ese trance. Una vez despierta, me ayuda a darle de comer a la madre de los bebés y a Sable, para luego empezar nuestro camino de vuelta a Casa de Clarisa, pues aunque no es lo planeado, Elena tampoco me ha dejado muchas más opciones -aun sabiendo que tengo hambre no me ha traído comida-. Cuando llegamos, en un principio solo dejo pasar a Sable, pues la abuela y Sebastián aún están en la casa. No es hasta que se van que empieza a entrar un cachorro, luego otro y otro y finalmente la madre. Ahora el único plan que tengo es esperar a que regresen del funeral de Adolfo y rogar para que la anciana acepte a los nuevos integrantes de la familia. En un principio Clarisa me dijo que ella y su esposo no van a tardar mucho más de una hora, pero parece que no calculó bien el tiempo cuando me advirtió, pues terminan llegando casi dos horas y media después de lo planeado, con una invitada sorpresa, cuya presencia hace que tanto mi hermana, como yo, sudamos frío. Después de tanto tiempo sin saber nada de ella, aparece con mi abuela, llorando la muerte de su esposo. Sebastián es el primero en pasar de la puerta de entrada y notar la presencia de los tres nuevos lobos, pero no dice nada, tampoco creo que le importe, con que no le molesten yo sigo que todo bien. El verdadero problema empieza cuando María comienza a hablar, intentando explicar por qué ha estado desaparecida por tanto tiempo y por qué actuó como actuó. Hay miradas entre Elena y yo, pues ningune quiere oírla, al menos no ahora, que siquiera hemos asimilado que no está muerta o loca. Clarisa nos sienta en el sofá a mi hermana y a mí, sin prestar atención a la llegada de la novia de Sable y sus cachorros. En ese momento mi madre empieza a hablar, quiere contarnos su versión de la historia, una versión que muestra mucho más de lo que hemos podido ver. La cuanta con todo tipo de detalles, no se salta ni una sola coma. Habla de todo lo que ha tenido que pasar con Adolfo, lo mucho que le quería, pero lo en desacuerdo que estaba con él ante el trato que nos daba a mis hermanos y a mí; lo mucho que siente no haber podido ir al funeral de Nico, lo arrepentida que está de no haber parado el mal comportamiento de Adolfo cuando pudo y cómo intentó protegernos alejándonos de él, haciendo que fuéramos con Clarisa. Nos hace ver todo lo que hemos vivido estos últimos meses desde una perspectiva diferente, una que muestra más lucha que locura, que era lo que pensábamos Elena y yo que estaba pasando con nuestra familia, que se estaba volviendo loca. En el fondo es un alivio saber que todo este tiempo hemos tenido a nuestra madre de nuestro lado, pero aún me queda una duda que resuena en mi cabeza una y otra vez. ¿Qué sería de mis hermanos y de mí si Clarisa no nos hubiera reconocido como sus nietes?

Las vueltas que da la vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora