El sol de la tarde se colaba entre las hojas de los árboles del bosque de Calidón, creando un mosaico de luces y sombras que danzaban sobre el musgo húmedo. Un aroma dulce, mezcla de tierra húmeda y flores silvestres, flotaba en el aire. Era un día glorioso, uno de esos días que recordaban a Artemisa su infancia, cuando el mundo era un lugar mágico donde las aventuras se sucedían sin descanso.Atenea, con una sonrisa pícara, corría tras Artemisa, su espada de acero brillante reflejando los rayos del sol como un espejo. Su risa resonaba por el bosque, un sonido que se mezclaba con el canto de los pájaros y el susurro de las hojas. -¡Te alcancé, pequeña cazadora!–exclamó, haciendo una parada repentina que obligó a Artemisa a esquivar con un movimiento ágil.
Artemisa, con una sonrisa traviesa que se extendía por sus labios, se dio la vuelta y disparó una flecha hacia el cielo, la cual se clavó en el tronco de un árbol a unos pasos de Atenea. -No tan rápido, hermana!–respondió con una voz llena de alegría.
Atenea, con un gesto de asombro, rió a carcajadas. –¡Eres una tramposa, Artemisa! ¡Nunca te podré atrapar!–
Las diosas se persiguieron entre los árboles, sus pasos ágiles y silenciosos como los de las gacelas, sus risas resonando como el eco de la naturaleza. Se deslizaban entre los troncos, trepaban por las rocas, se ocultaban tras las enredaderas, creando una danza de astucia y diversión que se prolongó por horas.
Finalmente, agotadas y llenas de alegría, las diosas se dejaron caer junto a un manantial de aguas cristalinas que brotaba entre las raíces de un árbol centenario. Un aroma dulce, mezcla de tierra húmeda y flores silvestres, flotaba en el aire. Era como si el mismo bosque las invitara a descansar y compartir un momento de paz.
Atenea, con una sonrisa de satisfacción, observaba a Artemisa mientras ella mordisqueaba un fruto rojo que habían recogido durante su recorrido por el bosque. -Te ves feliz, hermana–comentó
Atenea, con una mirada comprensiva, le acarició la mejilla. -También yo, Artemisa.Ha sido muy gratificante este tiempo para mi -
Artemisa, con un suspiro, se recostó sobre la hierba. "Pero hay algo que me preocupa, Atenea. Escuché tu conversación con Hera."
Atenea, con un gesto de sorpresa, preguntó: "¿Qué escuchaste?"
"Escuche sobre del nuevo poder que tendrías siendo la reina del Olimpo -a Artemisa se le humedecieron los ojos -Que no quería que fueras tú quien gobernara. Pude notar que estaba llena de envidia y quería que sus hijos con Zeus fueran los que controlaran el Olimpo. Tiene miedo de que tú le quites el poder.-
Artemisa, con un corazón lleno de inquietud, le habló a Atenea con voz baja: -Tengo miedo, Atenea. Tengo miedo de que el poder te ciegue, de que cambies y te olvides de quién eres. No quiero que el Olimpo te haga ser diferente , que ya no seas la misma de antes-
Atenea, con una expresión de tristeza, le tomó la mano a Artemisa. –No temas, hermana. No me olvidaré de ti. El poder no me corromperá. Siempre estaré ahí para ti, para protegerte, para amarte.–
Artemisa, con un nudo en la garganta, le habló a Atenea con un tono entrecortado: -Pero no eres solo la diosa de la sabiduría y la guerra. Eres mi hermana. Siempre has sido mi protectora. Recuerdo...-
Varios recuerdos invadieron su mente, llenando el claro de imágenes vívidas y emociones intensas:
La noche en Delos era oscura, llena de tormentas que retumbaban en el cielo. Leto, la madre de Artemisa y Apolo, abrazaba a sus hijos, susurrando palabras de consuelo mientras el trueno retumbaba. Sus pequeños cuerpos temblaban bajo la lluvia que azotaba la isla. De repente, una sombra se alzó en la oscuridad, una sombra poderosa y amenazadora.
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El precio del Olimpo
FantasyEl Olimpo es un total caos ,Zeus dios del rayo y soberano de todos los dioses ha desaparecido legando a su primogénita y heredera Atenea el trono del Olimpo .Su legado era pesado : la responsabilidad de gobernar un Olimpo dividido, un Olimpo donde l...