Capítulo X

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Al adentrarse en el bosque de Tesalia, los tres quedaron maravillados por la belleza salvaje del lugar. La espesura del bosque era un laberinto de árboles milenarios, sus ramas entrelazadas creando un techo verde que impedía que la luz del sol llegara al suelo. Los troncos, cubiertos de musgo verde y líquenes, parecían guardianes ancestrales que habían presenciado el paso de los siglos.

El aire, cargado de la humedad del bosque, olía a tierra húmeda, a hojas en descomposición y a flores silvestres que crecían a la sombra de los árboles gigantes. El sonido del viento que silbaba entre las hojas, junto al canto de las aves y el rumor del agua de un arroyo cercano, creaba una sinfonía natural que los envolvía en una atmósfera mágica.

Artemisa, con su pasión por la naturaleza, se sintió fascinada por el lugar.

—Deberíamos separarnos para buscar mejor," propuso Artemisa, con una mirada ávida de aventura.

– No sabemos qué peligros nos acechan– respondió Atenea con un tono severo. –Es mejor estar todos juntos. Y además, no puedo dejarte sola, Artemisa.– Su mirada era firme y protectora, una mirada que siempre había mantenido hacia su hermana.

—Te agradezco, hermana– respondió Artemisa, con una sonrisa cálida que reflejaba la profunda admiración que sentía por Atenea. –Eres más mi melliza que Apolo.–

Las palabras de Artemisa resonaron en Odiseo, trazándole un recuerdo en la mente.

—Atenea...– comenzó Odiseo, con un tono de voz melancólico. –En mi viaje de regreso a casa, pensé en algunas ocasiones que me habías abandonado.–

Atenea le dirigió una sonrisa pícara, llena de complicidad.

—Mi astuto héroe, hijo de Laertes, nunca lo he hecho .Eres mío desde que tus entrañas se estaban formando en el vientre de tu madre– Su tono era un tanto juguetón, pero sus palabras resonaron en Odiseo con una fuerza que lo estremeció. El héroe se erizó, sin saber qué responder ante la audacia de la diosa. 

—En mi vida inmortal vida ,me he dedicado a proteger y guiar a muchos héroes– continuó Atenea, con un tono más serio. "Y tú no fuiste la excepción."

– Es cierto– reconoció Odiseo, asombrado por la profundidad de las palabras de la diosa. –Incluso siendo una diosa muy joven, haz sido mentora de héroes muy famosos .–

Atenea se rio con un sonido melodioso que resonó en los árboles del bosque.

—Mi querido Odiseo– dijo, con un tono de burla.
–Probablemente tenga tres mil años más que tú. Soy demasiado mayor para ti.Lo siento mucho – dijo la diosa sin poder contener su risa

La risa de Artemisa y Odiseo resonó en el bosque, un coro de alegría que disipaba por un momento la tensión de la aventura que se avecinaba. El héroe se sintió un poco avergonzado por la broma de Atenea, pero no podía evitar sentir una profunda admiración por la diosa.

El viaje continuó entre la espesura del bosque, hasta que Odiseo interrumpió el silencio.

—Atenea, nunca he tenido la oportunidad de tener un combate amistoso contigo– dijo Odiseo, con un tono de voz lleno de picardía.

Atenea, por un instante, dejó de lado su seriedad y aceptó el reto con una mirada desafiante. Se deshizo de su armadura quedándose con solo la túnica puesta y el casco , desenvainó su espada. Odiseo, con una sonrisa traviesa, hizo lo mismo.

El choque de sus armas fue como un trueno que resonó en el bosque. Atenea, con una fuerza inusitada, elevó a Odiseo hasta la altura de su cara, arrebatándole el casco. Odiseo se quedó asombrado, contemplando los ojos de la diosa,  fuertes y llenos de furia, que se escondían bajo el casco de la indómita.Atenea tenía una belleza imponente, incluso aun con el casco, sus ojos azules brillaban con una intensidad que lo cautivaba.

Con una velocidad increíble, Atenea lo tiró al suelo,plantando su pie sobre su abdomen, su espada apuntando hacia su corazón.La diosa retiró con la mano que tenía libre ,retiró su casco sacudiendo  su majestuosa cabellera al compás del aire.
 
Odiseo se sintió completamente indefenso ante la fuerza de la soberana de los dioses . Se quedó mirando a Atenea, con una mezcla de admiración y miedo, mientras la diosa se preparaba para acabar con él.

—No te preocupes, Odiseo– dijo Atenea, con un tono de voz suave y sarcástico. –Solo estoy jugando–

La diosa retiró la espada y se apartó de Odiseo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.   El héroe se quedó mirando a la diosa, con un nudo en la garganta, sin saber qué decir. La batalla había terminado, pero la lucha por su corazón acababa de empezar.

Artemisa , con una sonrisa pícara, extendió una mano hacia Odiseo para ayudarlo a levantarse.

—Fue un buen combate, Odiseo– dijo con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas sobre su satisfacción. – Te has defendido con valentía.–

Odiseo, aún aturdido por la velocidad y la fuerza de la diosa, se levantó con la ayuda de la diosa  y se sacudió el polvo de su túnica. Su corazón latía con fuerza, no solo por el esfuerzo del combate, sino por la admiración que sentía por ella .

Artemisa, que había estado observando la escena con una sonrisa divertida, soltó una carcajada.

—Ni siquiera le diste la oportunidad de defenderse, hermana– bromeó, con un tono juguetón.

–Eso es cierto ,lo siento mucho – respondió su hermana mayor

Los tres se rieron, pero Odiseo seguía impresionado. La habilidad de Atenea en el combate cuerpo a cuerpo era sobrehumana. No podía imaginar lo que le ocurriría a quienes se atrevieran a desafiarla.

Las dos diosas y el héroe continuaron su camino por el bosque. La espesura del lugar, con sus árboles altos y sus ramas entrelazadas, proyectaba una sombra inquietante sobre la tierra. El aire se sentía denso y húmedo, con un aroma a tierra mojada y hojas en descomposición que causaba una sensación de misterio y peligro.

De pronto, sintieron una presencia que se acercaba entre los arbustos. Atenea, con una agilidad asombrosa, se dirigió hacia la fuente del sonido, interceptando a una figura mientras le ponía la punta de su espada en el cuello.
—Hécate– dijo Atenea, con un tono de voz gélido, su mirada fulminante.

La figura, envuelta en un manto oscuro, se estremeció al sentir la espada en su cuello.

—Yo también me alegro de verte, Atenea– dijo Hécate, con una voz áspera y sibilante.

Atenea, furiosa, retiró la espada del cuello de Hécate con un movimiento rápido.

—¿Qué haces aquí?– preguntó Atenea, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas sobre su ira.

Hécate se enderezó, con una sonrisa fría que no llegaba a sus ojos.

—Pues qué casualidad, yo te iba a preguntar lo mismo– respondió Hécate, con un tono de voz burlón.

El aire se espesó, cargado de tensión. El encuentro entre Atenea y Hécate prometía ser más que explosivo.

El precio del Olimpo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora