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-Abril, ¿qué demonios te pasa?   
 
Abril miró a Sara con una mirada impasible mientras le metía un palito de helado a la pequeña en la boquita. La hija de Ivan se había enfermado los últimos días debido a la ola de frío que azotaba la ciudad, y no era la única: ese día, Abril tenía su agenda llena por lo menos durante una semana más.  
 
No le importaba demasiado, porque Abril amaba a los niños y no dudaba en ayudarlos si era posible.   
 
Siempre quiso un niño dentro de su familia, y el sueño de adoptar uno seguía ahí metido en su cabeza, a pesar de la inestabilidad con Samantha.   
 
Inestabilidad. Como si fuera eso. Como si estuvieran pasando un mal momento y no le hubiera pedido el divorcio oficialmente tres días atrás.   
  
En esos tres días, Abril no tuvo noticias de su todavía esposa, pero no la iba a llamar para presionarla.  
 
Abril conocía a Samantha lo suficientemente bien como para saber qué decisión iba a tomar finalmente.  
 
-Tose, cariño -le pidió dulcemente a la pequeña, que obedeció.  
 
La hija de Ivan, que fue producto de su exnovia, era un
encanto con todo el mundo. Educada, bonita y tierna, estaba siendo criada por sus dos padres a pesar de que no estuvieran juntos, ya que todavía conservaban una gran amistad aun cuando hubieran sido novios en el pasado.   
 
La exnovia de Ivan no tenía problemas en que la niña pasara semanas completas con su padre, pues tenía un trabajo pesado como gerenta de una empresa de moda y, por lo mismo, solía viajar durante largos períodos de tiempo; sin embargo, no era una madre ausente como muchos solían pensar. Llamaba a la pequeña cada noche preguntando como le fue en el día, y cuando la mujer estaba en casa, le ponía total atención a su hija. Además, conocía a Sara también, la actual pareja de Ivan, y no ponía reparos en que Sara fuera como una segunda madre para su hija.   
 
-Has estado comiendo helado a escondidas de tu tía Sara, ¿no es así, enojona? -se burló dulcemente Abril de la pequeña niña, que enrojeció por la culpa y vergüenza.   
 
-No me cambies el tema -reclamó Sara, detrás de ella-.
Abril, demonios, ¿cómo se te ocurre...? ¡Samantha no merece ninguna oportunidad! ¡Te engañó con su asistente!   

El breve recuerdo de ver a Samantha tomándole la mano a Rocio en su oficina, hablándole al oído mientras provocaba que se riera, causó una punzada de dolor en su corazón. Sin embargo, fingió una indiferencia que no sentía para que Sara no la siguiera regañándo.   
 
Abril nunca se consideró a sí misma como una persona celosa, no así como Samantha. Mientras Samantha era toda posesividad y gruñidos, Abril era calma y silencio, porque Samantha nunca le dio motivos para dudar de ella en esos ocho años que estuvieron juntas.  
 
No hasta ahora.   
 
-Bronquitis aguda -le dijo a Sara-, sólo descanso, mucho líquido y acetaminofén para bajar la fiebre.    
 
Sara murmuró por lo bajo mientras comenzaba a abrigar a la
pequeña. 
 
-Deberías firmar sus tontos papeles -regañó Sara--,y deshacerte de ella. Le pides la casa, dinero y la mandas al diablo.   
 
-Sara -dijo Abril con la voz seca-, sigue siendo mi esposa y
la mujer que amo. Tú no lo entiendes, así que te lo diré de una forma fácil: Samantha me sigue amando, lo sé, sólo tiene que darse cuenta de eso, y la ayudaré para que luego no se arrepienta por haberse divorciado.   
 
-¿Arrepentirse?-farfulló Sara, con rabia tiñendo su voz-.
¿Cuándo Samantha Rivera se ha arrepentido de algo?   
 
Nunca. Samantha era una persona que pensaba bien las cosas antes de hacer algo. Si le estaba pidiendo el divorcio, no era por una decisión apresurada, sino porque tuvo que pasar semanas pensando en si era lo Correcto o no.    
 
-Y si realmente te ama-agregó Sara, tomando en brazos a
la niña-, entonces que se dé cuenta sola y te pida de rodillas perdón. ¡Te ha humillado! ¿Dónde demonios está tu orgullo, Abril?  
 
Abril levantó la vista luego de firmar la receta médica de la niña. 
 
-Sara -dijo, con suavidad ahora-, ¿sabes que el orgullo no lo
es todo en esta vida? Si nos dejáramos guiar sólo por el orgullo, entonces la vida sería una miseria-sonrió con tristeza-. La vida no se trata de quién es el más orgulloso, sino de ser capaz de perdonar y dar segundas oportunidades.    
 
La expresión dura de su mejor amiga se suavizó un poco, para  dar paso a la pena.   
 
-No quiero verte llorar más –murmuró Sara-, no te lo mereces,
Abril. No una persona como tú-tomó aire, arreglándole el gorrito a la niña antes de abrir la puerta- Sigo sin apoyarte en esto, pero eres mi mejor amiga, así que si las cosas no resultan... bueno, siempre estaré para que llores en mi hombro.   

Apego | RivariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora