Capítulo 4: Eterna juventud

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Stanford Pines.

Con cuidado, ayudé a mi esposa a sentarse delante de mí, tomando un botiquín de primeros auxilios. Acaricié su muslo sabiendo que estás partes eran las que siempre le dolían. Hebe sonrió cerrando sus ojos, y yo llevé un pequeño algodón con alcohol a su mejilla.

—Bien, solo arderá un poco... —susurré, quedándome con la palabra en la boca. La herida de Hebe cerró por si sola, lineas negras pretendiendo ser puntos de sutura cerraron su herida, antes de desaparecer en vapor.

Me alejé sentándome delante suyo, mirándola con seriedad. Hebe dejó de sonreír abriendo sus ojos, sabiendo que había visto. Nos miramos mutuamente en silencio un buen rato, yo buscaba las palabras para seguir, y ella, compasiva, solo acariciaba mi muslo.

—Tú... Hiciste un trato con Bill, ¿Verdad? —susurré preocupado. No podría sentirme decepcionado, yo mismo caí en sus trucos, y pocas veces llegué a advertirle a mi esposa de la grandeza de la catástrofe que significa negociar con un mounstro así.

Hebe asintió con serenidad, su mano se elevó delante de mi, y quitó con cuidado el dedal de oro. La punta de su meñique ya no estaba y había cicatrizado, pero pequeñas runas, que reconocía como el lenguaje de Bill, se pintaban alrededor de la herida muerta.

Tomé con cuidado su delgada mano entre las mías, acariciándola afligido. No dudo que Hebe pueda tomar sus propias decisiones, pero no puedo dejar de atribuirme parte de la culpa. No importa que tan beneficioso parezca un trato, se trata de un demonio de los sueños, un ser peligroso que tomará algo de ti sin importar qué.

—¿Qué se llevó? —pregunté. Algo debía haberle quitado.

—Literalmente, se comió mi dedo —describió con cierta consternación en su voz.

Tomé el pequeño dedal dándome cuenta de la profecía de Bill grabado en él, fruncí el ceño asqueado, girándolo en mis dedos.

—Soy parte de él, lo llamó "propiedad"—. Hebe parece demasiado tranquila para la magnitud de noticia que acaba de contarme. Puede que no entienda la gravedad del asunto, o solo no le importa. —Va a poseer mi cuerpo por una hora entera, si es que no lo hizo ya.

—¿Estuvo intentando algo? —pregunté seriamente. Esa palabra, "propiedad", no me gustaba en lo más mínimo.

—Habla en sueños, habla mucho —describió con honestidad. Mientras tanto, yo atrajé su mano hacia mis labios, depositando un pequeño beso ahí.

Narrador.

Puede que ya hayas escuchado los rumores de un ser de tres lados que habita en la mente de las personas, buscando a una nueva presa cada dia. Cuando intentó poseer a Hebe, manipulándola, se topó con pared durante varias noches. 

—Traeré a tu amado esposo de vuelta. Trabajé durante meses junto a él, sé dónde se encuentran sus diarios—. Hebe, se sentó sobre su cama no entendiendo quien era la criatura delante suyo, hasta que su memoria fotográfica recordó la profecía de Bill, escrita en rojo. No dijo nada, y solo lo miró, hasta que Bill, cansado, se fue.

—Stanley se ve cansado, ¿Qué hay de un breve descanso? Sé cada cosa que pasa en este mundo, el número de la lotería está en mi lengua —canturreó a su lado, Hebe se había quedado dormida sobre el suelo del laboratorio, y Bill se asomó desde su dimensión hasta estar delante de ella. Hebe no dijo nada una vez más, entrecerrando los ojos, no entendiendo la obsesión de la criatura de tres lados por ella. Bill miraba con interés lo que Stanford había amado, y lo quería también. Pero al final, se volvió a ir.

—¿No es un desperdicio esperar por un hombre que podría estar muerto? El amor de tu vida podría estar más haya de este pueblo —exclamó con su voz cantarina, siguiendo a Hebe, quien entre sus sueños caminaba hacia la costa de una playa. —Podría ayudarte a conocerlo, sacarte de aquí, darte otra vida.

Hasta Traerte De Vuelta | Stanford Pines Donde viven las historias. Descúbrelo ahora