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Mateo

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Mateo

La noche había caído como una manta oscura sobre la ciudad, y el frío se hacía más intenso a medida que avanzaba. Las luces de la calle parpadeaban a lo lejos mientras caminábamos rápidamente, mis pensamientos eran un torbellino de preocupación y ansiedad. Ámbar, Tiago y yo estábamos en camino hacia el refugio temporal que Emiliano, el amigo de Tiago, había mencionado. Mientras caminábamos, el silencio entre nosotros era pesado, cargado de la tensión que había dejado la confrontación con Tomás.

—¿Sabés si Tomás tiene algún lugar al que pueda ir? —le pregunté a Tiago, intentando mantener la calma mientras me esforzaba por pensar con claridad. La incertidumbre me estaba matando, y la sensación de no tener control sobre lo que estaba ocurriendo me estaba desgastando.

—No, la verdad es que no —respondió Tiago, su voz tensa y preocupada. —Es impredecible. Puede estar en cualquier lugar, y eso es lo que más me inquieta. Si tiene algo en mente, es imposible saberlo.

Ámbar, que caminaba a nuestro lado, tenía una expresión de preocupación y agotamiento en el rostro. A pesar de su intento de mantener la compostura, no podía evitar notar lo afectada que estaba por la situación. Su rostro pálido y sus ojos cansados eran prueba de lo que había pasado.

Emiliano nos condujo hacia un pequeño café que, según él, serviría como un lugar seguro para planear nuestros próximos pasos. Era un lugar pequeño y acogedor, con luces cálidas que ofrecían un breve respiro de la frialdad de la noche. La entrada crujía ligeramente cuando la abrimos, y el aroma a café y pasteles nos envolvió de inmediato.

Entramos y nos dirigimos a una mesa cerca de la ventana. Nos sentamos y observamos el exterior con una mezcla de ansiedad y esperanza. Emiliano se ofreció a pedir algo de beber mientras nosotros tratábamos de relajarnos un poco.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Ámbar, su voz temblando ligeramente. —No tengo idea de dónde podría estar Tomás o qué podría hacer a continuación.

—Primero, tenemos que mantenernos alerta —dije, tratando de sonar más seguro de lo que me sentía. —No podemos permitirnos bajar la guardia. Tomás no se detendrá, y debemos estar preparados para cualquier cosa.

—Lo sé —respondió Ámbar, mirando por la ventana con una expresión de incertidumbre. —Solo espero que no nos encuentre.

El tiempo parecía pasar lentamente mientras estábamos en el café. La preocupación y el miedo nos envolvían, y el ambiente cálido del lugar no lograba aliviar completamente la tensión. Cada vez que la puerta se abría, sentía una punzada de ansiedad, temiendo que Tomás pudiera estar a punto de aparecer.

Emiliano regresó con las bebidas y nos repartió una ronda. Mientras tomábamos un sorbo, el café caliente brindaba un breve consuelo en medio de nuestra angustia. La conversación era mínima, y el silencio se sentía más pesado que nunca.

—¿Y si no encontramos un lugar seguro? —preguntó Tiago, su tono sombrío. —¿Qué hacemos si Tomás nos encuentra aquí?

—No vamos a dejar que eso pase —respondí con firmeza, aunque sabía que no había garantías absolutas. —Vamos a mantenernos alertas y movernos si es necesario. Solo tenemos que esperar a que pase la tormenta y luego planear nuestro próximo movimiento.

Ámbar me miró con gratitud y cansancio. —Gracias por estar aquí, Mateo. No sé qué haría sin ustedes.

Sentí una ola de calidez al escuchar sus palabras. Había una conexión entre nosotros, y aunque la situación era grave, la presencia de Ámbar me brindaba algo de consuelo. Sin embargo, sabía que el momento no era el adecuado para explorar esos sentimientos. Nuestra prioridad era asegurar la seguridad de Ámbar y encontrar una solución para el problema que enfrentábamos.

La conversación continuó en un tono bajo, con cada uno tratando de distraerse de la creciente sensación de miedo y ansiedad. Finalmente, decidimos que era hora de movernos. Emiliano nos ofreció llevarnos a un apartamento cercano que conocía y que podría servir como un refugio temporal.

Salimos del café y nos dirigimos hacia el apartamento. La noche era aún más fría ahora, y cada sombra parecía ocultar un potencial peligro. Nos apresuramos hacia el edificio, y al llegar, Emiliano nos mostró el apartamento que habíamos estado esperando. Era modesto pero funcional, y aunque no era lujoso, ofrecía una sensación de seguridad temporal.

Mientras Emiliano nos mostraba el lugar, no podía dejar de pensar en la situación que estábamos atravesando. La amenaza de Tomás seguía pendiente sobre nosotros, y la incertidumbre de no saber qué podría pasar a continuación era abrumadora.

—Aquí estaremos más seguros —dijo Emiliano, tratando de transmitir una sensación de calma. —Vamos a asegurarnos de que Tomás no pueda encontrarnos aquí.

Nos acomodamos en el apartamento, y a medida que nos instalábamos, el ambiente parecía más relajado. Ámbar y Tiago estaban visiblemente agotados, y yo también me sentía cansado, aunque no podía permitirme bajar la guardia. La preocupación seguía presente, pero el hecho de estar en un lugar cerrado y protegido al menos nos daba un breve respiro.

Mientras preparaba algo de comida en la cocina, traté de mantenerme ocupado para distraerme de la ansiedad que sentía. El sonido de los utensilios y el aroma de la comida eran un pequeño consuelo en medio de la situación tensa. Cuando regresé al salón con la comida, encontré a Ámbar sentada en un rincón, su expresión mostrando una mezcla de agotamiento y preocupación.

Me acerqué a ella y me senté a su lado. —¿Cómo te sientes? —pregunté, tratando de sonar más reconfortante.

Ámbar me miró con una sonrisa cansada. —Gracias por todo esto, Mateo. No sé cómo expresar lo agradecida que estoy.

—No tienes que decirlo —respondí, tomando un bocado de la comida. —Estamos aquí para ayudarte, y eso es lo que importa.

La noche avanzaba lentamente, y mientras intentábamos relajarnos en el apartamento, la preocupación por lo que vendría después seguía pesando en mi mente. La pregunta sobre el futuro seguía sin respuesta: ¿Cómo íbamos a enfrentar la amenaza de Tomás y qué sorpresas nos depararía el futuro? La incertidumbre era la única constante, y con cada minuto que pasaba, la tensión solo aumentaba.

Finalmente, mientras intentaba dormir en el sofá, no podía evitar reflexionar sobre la pregunta que seguía en mi mente: ¿Cómo íbamos a superar esta tormenta y qué nos esperaba en el futuro? La incertidumbre continuaba pesando sobre nosotros, y mientras la noche se estiraba en un silencio inquietante, las preguntas sin respuesta seguían dominando mis pensamientos.

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