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James y Regulus habían pasado cada vez más tiempo juntos en los últimos días, y poco a poco, Regulus comenzó a sentirse más cómodo con él. Al principio, se había resistido a la cercanía de James, temeroso de lo que significaba abrirse a alguien después de todo lo que había vivido. Pero James era diferente. Había algo en su calidez, en su risa contagiosa y en la forma en que parecía entenderlo sin necesidad de palabras, que derribó las barreras de Regulus, permitiendo que su corazón comenzara a abrirse nuevamente.

Aquella tarde, James y Regulus habían decidido alejarse del bullicio de la ciudad y pasar un día en el campo. Habían encontrado un claro en medio de un pequeño bosque, con un arroyo que corría suavemente al lado. El sol brillaba alto en el cielo, y el aire estaba lleno del dulce aroma de las flores silvestres.

—Este lugar es perfecto, —dijo James, tendiéndose sobre la hierba, con las manos detrás de la cabeza. Cerró los ojos y dejó que el cálido sol bañara su rostro—. Podría quedarme aquí para siempre.

Regulus, sentado a su lado, lo observó con una sonrisa. Había algo casi mágico en la forma en que James irradiaba felicidad, como si su sola presencia pudiera iluminar el lugar. El corazón de Regulus se aceleró al darse cuenta de lo profundamente que se estaba enamorando de él.

—¿Para siempre, eh? —bromeó Regulus, arrancando una flor cercana y girándola entre sus dedos—. Eso suena bastante ambicioso.

—Cuando estoy contigo, todo parece posible, —respondió James, abriendo un ojo para mirarlo. Su expresión era suave, casi vulnerable, y la mirada en sus ojos hizo que Regulus sintiera un nudo en la garganta.

Regulus apartó la mirada, tratando de disimular el sonrojo que se extendía por sus mejillas. Comenzó a recolectar flores a su alrededor, una idea surgiendo en su mente.

—Quédate quieto un momento, —le dijo a James, mientras reunía una pequeña colección de flores de colores brillantes.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó James, levantando una ceja con curiosidad, pero se quedó quieto como le pidió.

—Ya verás, —respondió Regulus, comenzando a entrelazar los tallos de las flores con cuidado, formando un círculo.

James observó en silencio mientras Regulus trabajaba, sus movimientos elegantes y meticulosos. Había algo profundamente íntimo en la escena; el sonido del arroyo, el viento suave que acariciaba las hojas, y Regulus concentrado en su tarea.

Después de unos minutos, Regulus terminó su obra y levantó la corona de flores que había hecho. Se inclinó hacia James, y con una sonrisa tímida, la colocó suavemente sobre su cabeza.

—Ahí tienes, —dijo, sin poder evitar reírse suavemente—. Ahora eres el rey del campo.

James sonrió ampliamente, su corazón sintiéndose más ligero que nunca. La corona era simple, pero para él, tenía un significado profundo. Era un símbolo de la conexión que estaba formando con Regulus, una señal de que, poco a poco, Regulus estaba empezando a confiar en él, a dejarlo entrar en su corazón.

—Gracias, Regulus, —dijo James, sus palabras llenas de sinceridad—. Esto significa mucho para mí.

Regulus se encogió de hombros, tratando de restarle importancia, pero la forma en que sus ojos brillaban lo delataba.

—Solo son flores, James. No es gran cosa.

—Para mí lo es, —insistió James, tomando la mano de Regulus en la suya—. Porque lo hiciste tú.

Regulus sintió cómo su corazón latía con fuerza al sentir el contacto de la mano de James, tan cálida y segura. En ese momento, se dio cuenta de que ya no podía negar lo que estaba sintiendo. Se estaba enamorando de James Potter, y aunque una parte de él temía lo que eso podría significar, otra parte se sentía esperanzada por primera vez en mucho tiempo.

I will always look for youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora