03 | No soy la «super» Diane

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Y ahí estaba yo, surcando las olas con mi fiel bote, en busca de un buen lugar para pescar.

—Ya estoy cansada de esta historia —murmuró una niña a mi lado, aburrida.

¡Sshh! —le espeté, mirando de vuelta al señor Eisele.

—¡El gran mar azul se extendía frente a mí! —exclamó—, solo éramos él y yo, y mi super caña de pescar, por supuesto.

Un olor a galletas recién horneadas inundó el jardín. Bajando la escalinata de entrada viene la señora Margaret con una bandeja de aluminio, de ahí viene el olor.

—¿Otra vez contando esa historia, Freddie?

—¡Es una gran historia!

Un vecino de mi edad dijo detrás de mí en medio de una toz:

—No lo es...

La señora Eisele sonrió al grupo de cinco niños de siete años sentados en su césped.

—¿Quién quiere galletas?

—¡Yo!

Las palmeras se mueven a causa de la brisa, que trae el olor a maresía que inunda la habitación. Quise creer que ese olor salado fue lo que hizo a mis ojos llenarse de lágrimas.

¿De verdad nunca tuvo miedo de que la rechazara?

El miedo es parte de nosotros, Didi. Nunca se desvanece o se va, siempre está ahí, acompañándonos, depende de nosotros si decidimos hacerle pleno caso.

Recuerdo tardes de juegos y risas, de cantos y películas en blanco y negro. En mi cabeza no se dejan de reproducir los momentos alegres de mi infancia que pasé con los señores Eisele, mis tardes con chocolate caliente y problemas emocionales con la señora Margaret. Las bromas que solía gastarle con referencia a su edad, como ella me contaba historia de su juventud y cuando conoció al señor Frederick. Cómo a veces nos llamábamos «tocayas», y como las dos odiabamos ese nombre.

Pasé grandes años con esa pareja. Estoy segura que mi infancia no hubiera sido la misma sin ellos, también creo que, de no haber sido por los consejos de la señora Eisele, jamás habría tenido el valor de decirle que me gustaba.

Les debía mucho, oía sus historias para que la mía no fuera tan desastrosa, indirectamente me ayudaron en muchos aspectos de mi vida, y me habría gustado devolverles el favor algún día. A la señora Margaret... me habría gustado decirle que ya no era una ignorante emocional.

Ahora no podré hacer ninguna de las dos cosas.

No puedo dejar de repetir las palabras de Hannah.

Recibimos... recibimos una llamada desde tu casa —en ese instante, un nudo se formó en mi vacío estómago—, tu padre nos comunicó que... alguien cercano a ti ha fallecido.

Mil escenarios se crearon en mi cabeza. Mil escenarios para cada persona importante para mí. Estaba a punto de tener un ataque de pánico, o tal vez uno cardíaco, cuando Hannah agregó:

Lamento mucho tener que ser yo quien te diga esto, Diane, pero... tu vecina, Margaret Eisele, falleció hoy en la mañana.

Desde entonces no he dejado de reproducir los momentos que pasé a su lado. Cada palabra que quise decirle y ahora se quedarán atrapadas en mi garganta.

Nunca antes había experimentado un sentimiento así, la pérdida... es rara, siento que debería estar llorando, pero a su vez el shock no me deja. ¿Esto es normal? ¿De esta manera se reacciona al dolor de haber perdido a alguien importante para ti? ¿O solo soy yo y mi complejo emocional?

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⏰ Última actualización: Nov 06 ⏰

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