Interludio: Besos que saben a sábanas.

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Eran las once de la mañana de un sábado, y estaba sentado en el sillón, jugando videojuegos, con las bragas negras y su camiseta de Seúl. Odiaba tener que darle la razón a Taehyung, pero la tanga era genial sólo cuando iba a llevarla un rato, y sólo porque se veía super sexy usándola.

Para el día a día, prefería unas más anchas, y las blancas eran todavía demasiado especiales para eso. Las bragas rojas de Eubin hacía mucho habían sido olvidadas en el fondo de su cajón.

Taehyung se sentó a su lado en el sillón, y dejó una jarra de jugo sobre la mesita. La primavera se había adueñado de Seúl, y la mayor parte del tiempo el clima era soportable, pero había días como esos, después de la lluvia, en los que el sol salía y el calor se volvía espeso e insufrible.

—¿Qué jugamos? —preguntó mientras tomaba el otro joystick.

Jungkook sacó el juego de matar zombies con el que estaba entreteniéndose porque Taehyung era horrible en eso, y sólo lograba ponerlo nervioso.

—Fifa—propuso en cambio, y se estiró para cambiar el juego de la consola.

Recién se dio cuenta del espectáculo que estaba poniendo para Taehyung cuando lo escuchó reír por lo bajo.

—¿Es una invitación o es uno de tus días en los que sólo quieres relajarte?

Jungkook se acomodó la camiseta para cubrirse mejor el trasero.

—Sólo uno de mis días, pervertido—lo regañó, pero no estaba realmente enojado.

No podía culparlo, porque Jungkook todavía era un tanto infantil cuando se trataba de ellos. Se movía en su relación como si ella estuviera hecha de cristal y Jungkook de pesados martillos, por eso medía todo lo que decía, lo que hacía, y hasta lo que pensaba, procurando sacarle todo el jugo posible sin salir lastimado.

No era una tarea fácil: Jungkook había tenido que aprender a leerse mejor que nunca. Sobre todo, había tenido que aprender a leer a Taehyung, a su mirada y sus manos, y a sus formas de decir sin hablar. Por ejemplo, había aprendido que una mano en la cintura era la invitación a un beso, que cuando halagaba sus remeras, realmente insinuaba que se las quitara. Y como Jungkook no sabía pedirle, todavía —demasiado asustado de que Taehyung se enterara de todo lo que quería cuando le ofrecía su cuerpo—, lo invitaba a acercarse con movimientos suaves y las bragas asomándose debajo de sus jeans.

Era un acuerdo tácito, entre ellos. Llevaban un mes jugando a las insinuaciones y las caricias torpes. Jungkook amaba todo lo que Taehyung le hacía, porque amaba sus manos, y el ritmo de sus suspiros, y lo mucho que conocía su cuerpo y cómo aprendía cada vez más, pero, sobre todo porque amaba a Taehyung, y cuando lo tenía encima, acariciándolo, Jungkook sentía que Taehyung lo amaba también. Aun así, quedaba un grito sin dar, un deseo postergado que le hacía comerse las uñas y querer arrancarse los pelos.

Quizá era lo mucho que quería decirle lo que sentía, sacarse eso del pecho y ponerlo sobre la mesa, aunque sólo fuera para ver a Taehyung intentando levantar las piezas de su corazón roto con tontas palabras de aliento y promesas vacías. Quizá —y bajo el tacto de sus manos, era sólo en eso en lo que pensaba—, Jungkook quería devolverle algo de todo lo que Taehyung le daba. Quería hacerle una mamada, y mordisquearle el lóbulo, el cuello y los pezones, y hacerlo sentir los escalofríos a los que Taehyung ya lo tenía tan acostumbrado. Quería entregarse todo para él, quería ser follado, y quería oír a Taehyung a duras penas conteniéndose de estallar en placer. Quería todo, y un poco más también, y a veces tanto quería que se agotaba de desear y caía derrumbado en busca de alguna caricia vagante para subsistir.

Puso el juego y volvió a sentarse en el sillón, mientras seleccionaba el equipo y otras tonterías. Taehyung lo esperaba de brazos abiertos, y apenas Jungkook se echó sobre su pecho, lo encerró entre sus brazos y el joystick. Era un poco incómodo, pensó Jungkook, y probablemente le daba ventaja, porque apenas podía mover los brazos, pero Taehyung olía a fresa y perfume de ropa, y el sol se asomaba por la ventana echando un halo blanco sobre la mesa ratona.

Bonito para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora