Capítulo 6: El Peso de la Traición

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Julio llegó puntual a casa de Karla, sin sospechar lo que le esperaba. Al abrir la puerta, la sonrisa cálida en su rostro revelaba un orgullo y admiración genuinos.

—¡Hola, mi amor! Estás más bella que nunca —le dijo, con una mirada que parecía iluminar la habitación.

—Gracias, amado. Igual estás hermoso —respondió Karla, sus ojos reflejando un cariño que ocultaba tormentas internas.

Karla trató de mantener la conversación ligera mientras su mente evaluaba cada palabra de Julio, buscando pistas, señales de una posible mentira.

—¿A qué heladería iremos? —preguntó Karla, con un tono despreocupado.

—A la que está aquí a la vuelta, la que abrió hace un par de semanas. Creo que es la misma a la que fuimos la primera vez que salimos juntos —dijo Julio, su voz teñida de nostalgia.

El aire entre ellos parecía ligero, pero debajo de la superficie, las emociones de Karla burbujeaban de una manera que solo ella conocía. La dulzura de Julio le resultaba amarga, una fachada que ella no podía ya confiar completamente.

Ya en la heladería, Julio se detuvo un momento y, con una sonrisa de complicidad, sacó dos cadenas de su bolsillo. Cada una llevaba grabada la inicial de cada uno y la fecha de su primer encuentro.

—Mira lo que tengo aquí —dijo Julio, colocando las cadenas sobre la mesa con un gesto ceremonioso.

Karla observó las cadenas, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y emoción. La nostalgia llenó el espacio entre ellos, pero esa emoción no fue suficiente para disipar la nube de dudas que la seguía a todas partes. La mirada de Karla se posó en las cadenas, el símbolo de su unión, pero en su mente, esas cadenas eran un recordatorio de la atadura que la relación ahora representaba.

—Quería que tuviéramos algo para recordar este momento especial, como en nuestra primera cita. —Julio se inclinó hacia ella, esperando su reacción, su amor por Karla evidente en cada gesto.

El gesto era dulce, pero Karla no pudo evitar una sombra de inquietud. Tomó una de las cadenas en sus manos, sintiendo su peso. Ese metal frío se sentía como la frialdad que había empezado a enterrar su corazón. ¿Era esto una señal de compromiso o simplemente una manera de encadenarla a una mentira?

—Gracias, amado mío, por estas cadenas —dijo Karla, su voz cargada de una emoción intensa mientras miraba el obsequio—. Pero no necesito regalos, solo necesito tu lealtad. Eso es lo que necesitaba. Tu lealtad, tu compromiso, tu confianza.

Julio, al escuchar esas palabras, sintió un leve escalofrío, como si detrás de la dulzura de Karla se ocultara algo más, algo que no lograba entender.

Susurros del Delirio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora