Pijamada

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Los padres de Sofía se preparan para salir, moviéndose apresuradamente por la casa mientras Sofía los sigue con la mirada desde la cocina. La decisión de volver al pueblo para recoger las cosas que habían dejado atrás fue repentina, pero necesaria. Su madre, con una mano en el bolso y la otra en las llaves del coche, le da un último consejo.

—Sofía, nos vamos por unos días. Ya sabes, no dejes entrar a extraños, y si necesitas algo, llama —dice con una sonrisa, aunque su tono tiene una ligera sombra de preocupación—. ¿Estarás bien sola?

—Sí, mamá. No te preocupes, estaré bien —responde Sofía, ocultando la ligera inquietud que siente al quedarse sola en la casa nueva.

Su padre asiente, ajustando la maleta en el maletero del coche. Ambos se despiden con un beso rápido en la frente de Sofía antes de subirse al coche y partir por la carretera. El rugido del motor se desvanece, dejando a Sofía en un silencio que nunca antes había notado en su nuevo hogar.

Suspira, sintiendo la soledad apoderarse de la casa. Aunque siempre había deseado un poco de independencia, ahora que la tiene, la sensación es más extraña de lo que había imaginado. Sin embargo, antes de que la ansiedad pueda asentarse, el sonido del timbre la saca de sus pensamientos.

Al abrir la puerta, se encuentra con Isabela, que la observa con esa sonrisa que parece guardar más de lo que dice.

—Hola, Sofía —saluda Isabela, su voz suave y melodiosa—. Me enteré de que te has quedado sola por unos días... pensé que tal vez te gustaría algo de compañía.

Sofía se sorprende por la oferta, pero la idea de pasar la noche sola en esa casa vacía no le entusiasma demasiado. Asiente lentamente, sintiendo una mezcla de alivio y esa inquietud que siempre aparece cuando está cerca de Isabela.

—Claro, suena bien. Gracias por pensar en mí —responde, su tono más animado de lo que realmente se siente.

—Perfecto. ¿Qué te parece una pijamada en mi casa? Podríamos ver películas, comer algo... —dice Isabela, con un brillo en los ojos que Sofía no logra interpretar del todo.

—Eso suena genial —acepta Sofía, y siente cómo su estómago se retuerce ligeramente al ver la sonrisa de satisfacción en el rostro de Isabela.

Más tarde esa noche, Sofía cruza la calle con una pequeña mochila, sintiéndose un poco más nerviosa de lo que esperaba. Al llegar, Isabela la recibe en la puerta, vestida con un camisón de seda que se desliza por su cuerpo como un río oscuro, delineando sus curvas de manera que resulta imposible no notar.

—Me alegra que hayas venido —dice Isabela, su tono más bajo, casi un susurro—. Pasa, ponte cómoda.

La casa de Isabela está iluminada con luces suaves, creando un ambiente íntimo que hace que Sofía se sienta al mismo tiempo cómoda e incómoda. Se cambia rápidamente en el baño, poniéndose un pijama sencillo que había traído, y luego se une a Isabela en la sala.

Isabela ha preparado una bandeja con vino y bocadillos, y le ofrece una copa a Sofía mientras se sientan juntas en el sofá. Empiezan a hablar de cosas triviales, pero Sofía nota que Isabela, sin dejar de sonreír, siempre parece encontrar la manera de acercarse un poco más, de hacer que sus rodillas se rocen, de inclinarse hacia ella de una manera que hace que el aire entre ellas se cargue de algo indefinido.

—Me alegra que estés aquí, Sofía —murmura Isabela, su voz apenas un susurro mientras la noche avanza—. Es agradable tener alguien con quien compartir la noche.

Sofía se ríe nerviosamente, sintiendo que algo en la atmósfera cambia. La conversación fluye con facilidad, pero hay momentos en los que Sofía se da cuenta de que está siendo observada, de que los ojos de Isabela se posan en ella de una manera que le hace sentir como si fuera la única cosa importante en la habitación.

Poco a poco, la noche avanza, el vino hace efecto y el cansancio empieza a hacer mella en Sofía. Se recuesta en el sofá, sintiendo que los párpados le pesan. Isabela la cubre con una manta, su toque suave pero firme.

—Puedes quedarte aquí esta noche si quieres —sugiere Isabela, y Sofía, demasiado cansada para negarse, asiente.

—Gracias... creo que lo haré —murmura Sofía, ya medio dormida.

Isabela la observa mientras sus ojos se cierran lentamente, la respiración de Sofía se vuelve más lenta y profunda, entrando en un sueño profundo. Se queda en silencio, viendo cómo la joven se hunde en la inconsciencia. Una sonrisa lenta y oscura se forma en sus labios.

Isabela se levanta del sofá y apaga todas las luces, excepto una tenue lámpara que apenas ilumina la habitación. Se quita el camisón, dejándolo caer al suelo, quedando completamente desnuda. El aire de la noche acaricia su piel, pero la única cosa en su mente es el cuerpo dormido de Sofía, tan cerca y tan vulnerable.

Se arrodilla junto al sofá, sus ojos recorriendo cada centímetro del cuerpo de Sofía bajo la manta. Lentamente, desliza la mano por debajo de la tela, sus dedos rozando la piel desnuda de la joven con una suavidad casi reverente. El simple contacto de la piel cálida de Sofía hace que el cuerpo de Isabela reaccione, un estremecimiento recorre su espina dorsal.

Cierra los ojos, dejando que su imaginación se desate. Piensa en el cuerpo de Sofía, en la forma en que se movía, en cómo se veía desnuda la otra noche a través de la ventana. Con esos pensamientos en mente, sus manos comienzan a moverse sobre su propio cuerpo, buscando el placer que sabe que solo Sofía puede darle, aunque sea de esta manera retorcida.

Mientras sus manos exploran cada rincón de su piel, la respiración de Isabela se vuelve más rápida, más pesada. Sofía, aún profundamente dormida, emite un suave gemido cuando la mano de Isabela roza el borde de su pijama, cerca de donde comienza su intimidad. El sonido solo aviva la lujuria en Isabela, quien se inclina más cerca, su aliento caliente sobre el cuello de Sofía.

Isabela deja que sus dedos vaguen más abajo, tocando el borde de la ropa interior de Sofía, sintiendo la suavidad del tejido y la promesa de lo que yace debajo. Su otra mano sigue acariciando su propio cuerpo, alimentada por las fantasías de lo que podría ser.

Sofía gime nuevamente, esta vez un poco más fuerte, sus caderas se mueven ligeramente, como si en sus sueños estuviera siguiendo el ritmo del placer que Isabela está provocando. Pero no se despierta, sigue perdida en su mundo onírico, inconsciente del deseo que se desata a su alrededor.

Finalmente, Isabela no puede contenerse más. Desliza su mano dentro de la ropa interior de Sofía, tocando su intimidad con una ternura que contrasta con la oscuridad de sus pensamientos. Los gemidos suaves de Sofía se convierten en un canto de placer en los oídos de Isabela, quien se abandona completamente a la sensación, su propio cuerpo temblando al borde del clímax.

Sofía se mueve ligeramente en su sueño, una sonrisa pequeña se forma en sus labios, reflejo del placer que está sintiendo sin saber por qué. Isabela se queda quieta por un momento, observándola, absorbiendo cada sonido, cada movimiento, antes de finalmente terminar, jadeando en silencio mientras la deja, retirándose suavemente.

Vuelve a ponerse el camisón, sus manos aún temblorosas por lo que acaba de hacer. Se queda allí, de pie, observando a Sofía mientras duerme, el rastro de una sonrisa satisfecha en su rostro. Se inclina y le da un beso suave en la frente antes de volver a su habitación, dejando a Sofía con la impresión de un sueño profundo y placentero, sin recordar nada al día siguiente.

Pero Isabela, oh, Isabela, ella lo recordará todo. Y la próxima vez, quizás, Sofía no esté tan profundamente dormida.

QUERIDA VECINA | RELATOS LÉSBICOS ERÓTICOS +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora