Cap. 17

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—Que se lo digas... que sepa tus intenciones y sea él quien te detenga. 

—Lo haré: no sé cuándo, pero se lo diré. 

Me hace considerar que es cierto: irme a escondidas no es una solución.Si realmente le importo debe reaccionar de algún modo; no creo que leguste la idea de que me vaya a la otra punta del país. 

—Así me gusta. Ahora te dejo, que tengo una visita. Nos vemos elviernes. 

—Hasta entonces. 

Zoé tiene razón, aunque conociéndolo no sé cuál será el mejor momentopara comunicárselo. Me quedo unos minutos sentada en la terraza, sin hacernada más que observar lo que tengo delante de mis ojos, y consigorelajarme, olvidarme del mundo. Pienso que me quedaría toda la vida así sino tuviera responsabilidades, aunque generalmente no soy una persona a laque le guste contemplar cómo pasa la vida sin hacer nada; siempre he sidoun ciclón que no ha parado de hacer cosas que me han hecho feliz, y dudoque ahora haya cambiado tanto. 

Supongo que la actitud de Luigi me ha servido como toque de atenciónpara darme cuenta de que me estaba olvidando de mí misma, de lo querealmente me hace feliz, sin duda no es esta vida que llevo. No es formar apersonas que no quiero y que apagan la ilusión que siento por mi trabajo, nitan siquiera estar esperando que una persona decida si quiere verme o no.Está claro que me gustaría ayudarlo a superar lo ocurrido, aunque para élsea más fácil apartarme de su lado, quizá para siempre, dejándome estevacío con el que me siento perdida, desarmada ante la dureza de la vida,que me está ganando la batalla lentamente. 

Me froto la cara hasta bajar la cabeza y miro la taza de café vacía. Ya eshora de tomar las riendas de mi existencia de una vez, así que cojo la bolsadel fabuloso vestido que me ha preparado Teo para la boda de mis mejoresamigos y me pongo de pie para pagar la cuenta y marcharme a casa, apensar en organizar mi nuevo destino, porque, me guste o no, la decisión yaestá tomada: acabo de resolver alquilar un piso en Quebec, uno que nadieha elegido por y para mí, pues he sido yo la que ha tomado la decisión, ytengo que comenzar a sopesar cuándo y cómo me mudo. 

* * * 

Entro por la puerta de casa cargada como una mula porque de camino mehe parado para hacer la compra, pues ya era hora de llenar un poco lanevera para no correr el riesgo de morir de inanición. Voy hasta la isla de lacocina y dejo todas las bolsas encima para colocar lo fresco en el frigoríficoantes de que se estropee, y luego subo a mi habitación para colgar el vestidode Teo en el vestidor, no quiero que se arrugue. El sábado me lo pondré, ytiene que estar perfecto. Acaricio la tela y aún me choca que vaya a asistir ala boda de Luis... Jamás imaginé que llegaría ese día y aquí estamos, a puntode verlos jurarse amor eterno, en una ceremonia que han preparado en unasemana escasa, con la idea de que todo lo hacen con el fin de completar sufamilia adoptando a un bebé. Ese niño va a ser el ser humano másafortunado del planeta. 

Dejo de acariciar la prenda y salgo del vestidor hacia mi habitación, perome paro delante de la baranda que da a la planta inferior y mi mente merecuerda momentos felices que he vivido en este lugar, como cuando lo pisépor primera vez con Luis, o cuando Lukas y yo, medio borrachos, caímossobre el sofá y nos acostamos por primera vez, la primera de muchas ensolitario... y luego en compañía del que era mi marido. Estoy sumida enesos pensamientos cuando de pronto aparece en mi mente su rostro,observando mi loft la primera vez que entró, cuando Luigi aún no sabía queestaba casada y, por tanto, desconociendo que lo estaba engañando a él y aLuis. Entonces me giro y veo mi cama perfectamente hecha; doy unos pocospasos y llego a ella, para sentarme y luego tumbarme mirando al techomientras asumo lo que estoy a punto de hacer. 

Permanezco unos segundos inmóvil, hasta que mi teléfono comienza asonar y bajo corriendo hasta el piso inferior. 

—Hermanito —logro responder antes de que finalice la llamada—, ¿quétal todo? 

Luigi no tiene limites...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora