Cap. 29

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—Mi madre nos va a matar, y todo es por tu culpa —le digo justo cuandosalimos del taxi, y me mira con esa sonrisa ladina. Si es que soy demasiadodébil; sabiendo cómo se pone mi madre de nerviosa, he dejado que sesaliera con la suya. 

Tras hacer las compras, Luigi se ha empeñado en pasear por el mercadonavideño, aun con unas cuantas pulgadas de nieve cubriendo las calles; asíque hemos probado los vinos artesanales que ofrecían en los puestos, que,la verdad, estaban buenísimos. Supongo que la magia de la Navidad nos haembaucado a los dos; la sonrisa de Luigi, mientras caminaba agarrado de mimano, era de felicidad. Nada le ha impedido acompañarme a cada uno delos puestos, donde era el centro de atención, aunque supongo que en elfondo siempre lo ha sido; de un modo u otro, Luigi ha tenido los ojos detodo el mundo fijos en él. 

Hemos ido a comer al Fairmont, aunque yo hubiera preferido ir a mipiso, pero estaba tan a gusto que me he dejado llevar sin quejarme; alcontrario, he disfrutado de la decoración del interior del hotel como unaniña pequeña que lo ve por primera vez... y, no contento con ello, hemossubido a una habitación, imagino que era la que había reservado por si no leabría la puerta de mi casa, y allí es cuando hemos perdido la mayor partedel tiempo, pero es que no he podido resistirme; tener a Luigi desnudo sobrela cama es todo lo que he necesitado. No quería moverme, no quería quesaliera de mi cuerpo, y no lo hubiese hecho si él no me hubiera obligado adarme una ducha con él, en la que no he dudado en enjabonarlo yacariciarlo mientras le he repetido una y otra vez el cambio que ha sufridosu cuerpo; si antes imponía, ahora creo que lo hace mucho más. Su rostrotambién es más fuerte; lo ocurrido lo ha cambiado mucho, pero para mejor.Hoy he descubierto a una persona nueva. Sigue siendo el provocador queconocí, ese que me mira con esos ojos cafes que se oscurecen y alque no puedo negarle nada porque necesito tenerlo conmigo, y, cuandoacaricio su piel, sé que es mi perdición; que, por mucho que quisieranegarlo, su embrujo es tal que continuaría siendo irresistible. Pero hoy,además, me ha demostrado que este nuevo Luigi no tiene límites, menos queel que ya conocía. Todavía no sé ni cómo ha sido capaz de empotrarmecontra la pared de la habitación para follarme como un animal, dejándomeexhausta, hasta el punto de olvidarme del día que era y de quién nosesperaba. 

—¿Crees que podrá perdonarme? —Se abrocha el botón de la chaqueta yme quita las bolsas que llevaba en la mano para sostenerlas él. 

—Me estabais preocupando —es lo primero que dice mi madre cuandoabre la puerta, poniendo los brazos en jarras—. No os quedéis ahí, que haceun frío tremendo. —Aparece una sonrisa de oreja a oreja dibujada en surostro y se lanza a darme un abrazo y un beso, y después a Luigi, que sequeda parado, bastante sorprendido. 

—Venga, vamos —lo invito a pasar delante de mí, pero él espera a queyo pase primero con un gesto caballeroso del brazo y, una vez dentro, mimadre nos pide los abrigos para colgarlos en la entrada. 

—Estás guapísima, hija. 

Inconscientemente lo miro a él. Todavía no me creo que, estando enQuebec, sea capaz de estar en todo. Cuando he salido de la ducha, teníapreparado sobre la cama unos vaqueros, unas botas negras de media caña,con pelo en la parte superior, y un jersey de cuello alto. 

Justo al lado de mi muda estaba la suya, tan informal como le heexplicado que usábamos en estas fechas en casa, sin darme cuenta de queme estaba sonsacando información, mientras comíamos. Entre bocado ybocado le he comentado un poco cómo son las Navidades con mi familia, yno ha perdido detalle, porque se ha encargado de que nos dejaran en lahabitación del Fairmont todo lo que podríamos necesitar para no pasar porcasa. 

—Algo cómodo para estar frente a la chimenea, ¿no? —recuerda mispalabras, y sonrío ante la mirada de mi madre, que nos observa sin decirnada—. Estás preciosa. —La intensidad con la que me mira consigue queme olvide de que tengo a mi madre apenas a unos centímetros, y creo queella se siente del mismo modo, porque no deja de observarlo, embobada. 

Luigi no tiene limites...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora