Sé la respuesta incluso antes de coger la llamada que llevo todo el día esperando. Sé que tendré que volver a meterme en cientos de páginas nuevas para encontrar algo que me llene un poco o que de alguna forma se parezca remotamente a lo que llevo cuatro años dedicándome a mejorar.
Descuelgo la llamada y escucho la voz seria y medio dulce de una mujer.
—Lo sentimos mucho, hemos ofrecido la vacante a una persona que nos cuadraba más para el puesto. Sin embargo, nos quedamos con su portfolio y la tendremos en cuenta para futuras vacantes.
Mentira. Una vez la mujer colgara se olvidarían de mí y pasaría a ser un archivo olvidado en uno de esos carísimos ordenadores. Unos pocos segundos después, tras asegurarle que lo entiendo, la llamada se corta.
Con sus ojos azules, mi prima Carlota, me mira desde el otro lado de la mesa con una sonrisa llena de pena. Me coge de la mano y me intenta convencer de que ellos se lo pierden, que no valoran el talento. Pero, entonces, si tengo talento, ¿por qué no logro que nadie lo vea? Y me refiero a los peces gordos, a las empresas más conocidas del sector. No he estado cuatro años en Bellas Artes apenas durmiendo para encontrarme con cientos de puertas cerradas.
A ver, no soy estúpida, soy consciente que en el mundo del arte es complicado destacar. Sin embargo, yo no necesito ser la mejor, no necesito ganar ningún premio ni ser famosa. Solo quiero vivir de mi pasión al igual que muchos otros artistas.
—Ya no sé dónde buscar, Carlota —resoplo y me apalanco en la silla de la cafetería.
—Quizás te tengas que tomar las cosas con más calma, ¿sabes? —suelta mi mano para llevarse el taza a los labios—. ¿Y si haces un máster? Dicen que eso ayuda. Podrías conseguir unas prácticas a través de eso y puf, trabajo y experiencia conseguido.
—Supongo que no es mala idea, pero no sé... Después de casi un año de haberme graduado pensaba que al menos conseguiría un puesto como becaria.
No solamente había estudiado Bellas Artes porque amaba el arte, sino también porque quería poder plasmar mi visión del mundo en papel. No era una artista de la rama del realismo, tampoco destacaba en el arte abstracto. Me había enamorado de la ilustración, de los libros que venían con dibujos de los personajes. De aquellos cuentos ilustrados que tenía en mi estantería cuando era una niña.
Incluso mi trabajo de final de grado se había centrado en ilustrar un cuento para niños.
Había tenido la suerte de rodearme de gente creativa desde que terminé el instituto. Entre mis amigos se encontraban escultores, actores, cantantes y escritoras. Siempre son un gran grupo de apoyo, y constantemente nos ponemos al día sobre nuestros pequeños pasitos. Mi amiga Fiona, por ejemplo, ensaya cada día para mejorar sus dotes artísticos. Mientras que Carolina se obsesiona cada mes con una nueva idea para un libro.Yo no consigo avanzar, y eso hace que una parte de mí sienta rabia por no hacerlo. Otra parte me asegura que ya llegará el momento. Pero claro, cómo se supone que debo esperar y ser paciente cuando aún sigo viviendo bajo el techo de mis padres y no tengo ninguna forma de ganar dinero porque en cualquier sitio me piden una experiencia que no tengo.
Necesito respirar.
Nunca he trabajado, y quizás por eso está costando tanto entrar en el mundillo. En mi currículum solo hay mis estudios y los idiomas que domino. Entre ellos destaca el griego, y orgullosa estoy de poder de alguna forma dominar un lenguaje que no está tan expandido. Expandido en el sentido de que se use mundialmente.
Un amigo traductor me aseguró que la lengua más usada internacionalmente es el inglés. Sin embargo, la más hablada es el chino. Cabe decir, que la extensión de China y la cantidad de habitantes hace que eso sea bastante lógico.
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Santuario Berenice: Un verano gatuno
RomanceUn voluntariado en Grecia. Una tormenta que traerá a una persona inesperada. Una libreta esperando dejar de estar en blanco. Un verano que jamás olvidará.