El cuadro reposa delante de mí.
Quizás ese verbo no sea el indicado técnicamente, pero a mí me sirve. Pues el cuadro ha pasado por manos expertas que lo han cuidado, y el lienzo aguanta el trote. Aguanta las miradas asombradas, las desinteresadas y las juzgadoras. El cuadro se encuentra bajo un escrutinio de ojos críticos. Y él, que solo puede mostrar lo que tiene, debe soportarlo.
Me alejo de ese recuerdo en el Louvre de hace unos años, pero mi cabeza no logra deshacerse de algunos pensamientos.
Y es que a veces uno no puede hacer nada para hacer cambiar la opinión de los demás hacia sí mismo.
Curioso cómo los humanos no paran de juzgarse entre ellos, buscar imperfecciones en los otros. La comparación pasa de ser un acto de reintrospeccion a convertirse en un arma letal. Nos pasamos la vida mirando cómo viven los demás la suya, cuando deberíamos centrarnos en vivir la nuestra. Con nuestros objetivos, nuestros valores y nuestras decisiones. La comparación entre obras muestra las diferencias, pero no por eso gana una y pierde otra.
Al igual que las obras de arte, cada humano es único. Un humano surge del amor. Un humano es la mezcla de otros seres humanos. Y este será diferente a cualquier otro que exista o haya existido.
Muchos pueden llegar a parecerse. El pelo, la piel, los ojos, la sonrisa, incluso los dedos de los pies. Sin embargo, si nos ponemos a diseccionar a un humano encontraremos que no solo existe una parte palpable, si no una sentimental y mental.
Pensamientos, miedos, gustos, palabras, expresiones, paranoias, dudas, preguntas...
No hay un humano igual, tampoco una obra de arte igual. Y aún así, se nos mete entre ceja y ceja la competitividad para ver quién es mejor en cualquier aspecto.
Quizás no nací para ser artista, pero nací para apreciar el arte. Sentirlo.
Ese se ha convertido en mi mantra estos últimos días. Lo que me decía al ver la página en blanco y no saber qué hacer con ella, por dónde empezar o qué plasmar. ¿Qué historia quería contar? ¿Qué quería transmitir?
¿Cómo plasmar lo que soy?
¿Quién soy?
—Creo que si miras durante unos segundos más la hoja de papel, quizás logras que se reduzca a cenizas —dice una voz que no reconozco.
Clavo la mirada sobre la chica que me observa desde arriba, con un café en la mano. Lleva un pequeño delantal atado a la cintura. Definitivamente en sus manos está el café que he pedido.
—Perdón —intento reír para no sentirme tan loca—. Me he quedado sumida en mis pensamientos.
—Y vaya pensamientos, serían intensos.
La chica luce una melena negra por los hombros, un maquillaje digno de profesionales y unos ojos verdes que serían bonitos de pintar. Lleva un collar sencillo con una piedra preciosa. Será un tanto bruja seguramente, lo sé porque muchos amigos me han hablado de todos los ámbitos espirituales y me han introducido brevemente a las piedras y su fuerza y poder. Me habían recomendado una amatista para la creatividad.
Es la primera vez que vengo a esta cafetería y lo cierto que tiene su encanto, aunque no es el mejor sitio para trabajar. La luz natural es inexistente y las artificiales son tan apagadas que apenas puedes ver. Sin embargo, sé que tiene que ver con la temática. Puesto que El Bosc de les Fades quiere hacerte viajar a un mundo de hadas y naturaleza.
—Te dejo seguir pensando intensamente —Me muestra una sonrisa—. Por cierto. ¡Me encanta tu pelo! Perdón, es que he visto cómo te lo recogías y he flipado cuando he visto el pelo blanco. Es increíble, me recuerdas a uno de esos gatos blancos con manchas naranjas. Vale, ya me callo.
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Santuario Berenice: Un verano gatuno
RomanceUn voluntariado en Grecia. Una tormenta que traerá a una persona inesperada. Una libreta esperando dejar de estar en blanco. Un verano que jamás olvidará.