Volar.
Es, simplemente, impactante.
Pasar de verlo todo tan de cerca, a todo tan lejos. Sentir ese retortijón al despegar, esa pequeña falta de sensación que te une a la tierra. Subir y subir hasta ver las montañas. Sin embargo, lo que más disfruto es traspasar las nubes, meterme en ellas, ver que son como algodón de azúcar. Puro aire, puro irrealismo. Y una vez cruzadas, el cielo despejado, el sol saludándome con el amanecer, la línea roja al horizonte que se transforma en amarilla y finalmente todo lo azul.
Y, arriba del todo, llegas a ver el mar de nubes que brilla con la calidez del sol. Te lo puedes llegar a imaginar, pero nada se compara a la hora de verlo. Desde la distancia las nubes parecen tan cercanas a la tierra. Quizás por eso me encanta tanto viajar, por ese maravilloso mar de nubes en el que me querría tumbar y dormir. Quedarme a vivir para siempre ahí, donde no hay ruido, donde no hay preocupaciones. Solo nubes y cielo.
Así que, al iniciar el viaje hacia mi querida Grecia, no puedo evitar las ganas de llorar.
Perdón, me pillais sensible. He escrito esto en el avión. Vuelvo a estar en Reino Unido (voy a visitar a una amiga) y no he podido resistir la emoción al verme de nuevo en las nubes. Literalmente JAJAJAJA
Un besoooo ♡
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Santuario Berenice: Un verano gatuno
RomanceUn voluntariado en Grecia. Una tormenta que traerá a una persona inesperada. Una libreta esperando dejar de estar en blanco. Un verano que jamás olvidará.