Ante cualquier par de ojos, soy una chica perdida por las calles de Atenas buscando el hotel más barato donde pasar la noche. Y no podrían estar más equivocados. ¿Yo? ¿Tomar una decisión tan precipitada que ni siquiera había pillado un sitio donde dormir por la noche antes de buscar la manera de llegar a la isla?
A quién quiero engañar, un poco repentina había sido.
Vayamos paso por paso:
Había cogido un vuelo de tres horas desde Barcelona hasta Atenas, esperado unas cinco horas para que la maleta de facturación saliera por fin y llamado un taxi justo al tenerla en mis manos. Días atrás había encontrado una ganga de hotel cerca del puerto. Inciso importante; el vuelo había sido un infierno por todos lados —sin tener en cuenta que he podido volver a ver las nubes—. Me ha tocado el asiento del medio, con un niño atrás pegando patadas, un señor al lado con las piernas lo más abiertas posibles y una abuela que se ha quedado dormida en mi hombro. Por ella me he sentido mal, pero por el hombre, no. He estado prácticamente intentando recuperar mi espacio todo el vuelo y dibujar en mi tableta.
Y, para la sorpresa de nadie, no he dibujado nada. Me he pasado tres horas dibujando corazones aleatoriamente, caritas felices y manzanas. ¡Manzanas! Como aquellas que tocaba dibujar cuando nos ponían un bodegón en clase. Mi única esperanza era llegar de una vez al hotel y tumbarme en esa gigantesca cama. Una buena ducha con música Jazz de fondo y una ensalada de esas con un cacho de burrata. Me chiflan.
Tristemente, el universo no está de mi lado, porque qué ilusión me ha hecho cuando me he encontrado que el supuesto hotel era realmente una jodida mentira. Bueno, a ver, el hotel existe. La cosa es que se ve que me metí en una página web bastante poco fiable, y la habitación por la que había pagado, de hecho, ni existía. Así que el hotel existe, pero la habitación no. Así de bien me va en la vida.
Sin embargo, perdida no estoy. Al menos no del todo. Venga ya, ya he vivido en Atenas, me la conozco como a la palma de mi mano y tengo una idea. Quizás no es la mejor, pero al menos es una idea.
Me meto en los contactos de mi teléfono cuando consigo sentarme en un banco y busco hasta el final de todo. Miro el nombre en pantalla y respiro hondo, esto no va a ser nada agradable.
A tomar por culo, es mi única salvación. Llamo y espero.
Y espero de nuevo.
Espero demasiado.
Bueno, quizás está durmiendo, sería lo más normal del...
—¿Hola? —se escucha una voz en el otro lado de la línea.
Por Dios, ¿qué he hecho?
—¿Alessia? —está igual de sorprendida que yo.
—Hola, Cora.
Ya me estoy arrepintiendo. Ya sabía que era una mala idea, pero creo que no lo he pensado demasiado bien. ¿A quién se le ocurriría llamar a su antigua mejor amiga con la que fue uña y carne? Bueno, eso no es ningún problema. La cuestión es: ¿quién llamaría a la chica que se lió con el pavo con el que estuve saliendo? Ahora sí, mucho mejor explicado.
—¿Pasa algo? ¿Estás bien? Yo... No esperaba que me llamaras.
Normal que esté preocupada, al fin y al cabo, no fui yo quien la cagó hasta el fondo y decidió cargarse una amistad de casi diecinueve años antes que quitarse las ganas de liarse con mi novio.
—Mira, ehm... Sé que no estamos en nuestro mejor momento —El puto eufemismo del año—. Pero necesito tu ayuda, solo es por esta noche, lo prometo.
—Alessia...
—¿Podemos no hablar del tema? —Me conozco, y sé que mi orgullo terminaría negando que necesito a alguien para salir de un problemón. Y ya estoy haciendo un esfuerzo gigantesco para enfrentarme a esto.
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Santuario Berenice: Un verano gatuno
RomanceUn voluntariado en Grecia. Una tormenta que traerá a una persona inesperada. Una libreta esperando dejar de estar en blanco. Un verano que jamás olvidará.