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▶︎ 5 años y 4 meses de edad


-Oi niña -la voz áspera de mi padre me llamó.

-¿Señor? -Me acerqué al sofá gastado frente al televisor.

-Tráeme él sake de la nevera, rápido- ordenó. 

Yo sentí mientras corría a la cocina.

Saque una botella que ya estaba helada y fui corriendo a dársela.

-¿Deseas algo más padre?

Hizo una mueca de asco al escuchar como lo nombre.

-Que no me llames así! -gritó. Incline mi cuerpo hacia delante.

-Lo lamentó señor.

Hice un puchero con los ojos aguados, pero a él no le importo.

-Largo. -hizo un ademán con su mano libre como si espantara un animal.

Corrí hasta la puerta, me paré de puntitas para poder tomar el pomo, me tarde un poco, la manija estaba muy alto.

Salte tomando la manija, se abrió y  sentí alivio.

Fui corriendo al restaurante de Anna, una señora de 48 años, quien conozco desde hace 1 año.

Empuje la puerta haciendo sonar la campanita.

-Buenas ta... pequeña! -sonrió alegre mientras dejaba el trapo en la mesa.

Pequeña, así le llamaba, no tengo un nombre específico como ella, mi padre no quiso ponerme uno.

Tu no te mereces un nombre.

Esa fue su explicación cuando pregunte.

Él siempre me llamo niña.

-Anna! -corrí a lanzarme en sus brazos, amaba los abrazos, sentir el cariño de Anna en ellos era anhelante.

-¿Ya almorzaste pequeña? -pregunto. Negué con la cabeza. Ella sonrió con los labios apretados.

-Bien! Así podrás probar mi nueva receta. -me cargo hasta la barra para sentarme en la silla más cercana.

Yo sonreí entusiasmada, empecé a oler el dulce olor a comida casera.

Mi barriga rugió con fuerza haciéndome doler.

Anna se empezó a demorar, sin saber que hacer empecé a cantar.

-Un barco una vez quiso navegar... -Empecé en  voz baja.





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Salí del restauración con la barriga llena y una sonrisa en mi rostro.

Amaba este sentimiento.

Camine despacio a la casa de papá sin apuros, estaba empezando hacer frío.

Al llegar a la casa estuve a punto de entrar hasta que escuche voces de hombres en el interior.

Hice una mueca sintiendo mi barriga contraerse.

Camine hasta la ventana de mi cuarto que siempre mantengo abierta y salte, trate de no hacer mucho ruido con éxito.

Ya estaba acostumbrada.

Cerré con cuidado mi ventana y me fui a poner seguro a la puerta.

Estaba por irme a mi cama cuando me quede viendo una silla en mi escritorio.

Agarre la silla y despacio la arrastre a la puerta para que nadie entre.

Era un truco que me había enseñado Anna cuando le comenté que una vez un amigo de papa quiso entrar a mi cuarto a jugar al doctor.

No se porque se altero, creí que era divertido, le iba abrir de no ser porque mi papa se había puesto violento con otro amigo suyo que él tuvo que interferir.

Al contárselo casi se le salían los ojos.

Nunca, pero nunca dejes que alguien menos un hombre entre a tu cuarto...

Me enseñó cómo colocar la silla en la puerta, así que todas las veces que sus amigos vienen lo hago, para luego irme a mi cama.

Mire el techo y cerré los ojos.

Me imagino una casa, en la montaña, no, mejor una casa en la playa, no ya se, una casa en el bosque, con un hermoso jardín.

Una señora al lado mío enseñándole a plantar florecitas de colores.

Un golpe en la sala junto a una gran oleada de carcajadas me sobresaltó. Suspire.

Miré a mi alrededor, en mi cuarto solo tenía una cama y una silla, mi ropa estaba en unas cajas.

Mi padre tuvo que vender mi ropero para comprar comida y cervezas.

Sentí mis ojitos arder, me quité la agüita que salía y puse un puchero.

Me envolví con mi mantita.

Quizá mañana sea mejor

𝐍𝐨 𝐥𝐚 𝐭𝐨𝐪𝐮𝐞𝐬 / One PieceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora