Capítulo 1 |

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La habitación estaba sumida en un silencio hostigante mientras terminaba de desempacar. Lo sentía acechándome desde el momento en que entré en ella, en el cuarto en el que pasé toda mi infancia y adolescencia, y que abandoné al momento de ingresar en la universidad.

No me sorprendía que estuviera intacta, mi madre siempre ha sido de esas que no saben deshacerse de los recuerdos por muchos años que pasen, y los cuartos de sus retoños no eran la excepción. Los mantenía inalterables por si Beth decidía volver a casa —improbable, porque desde que entró en la UCLA se dispuso a seguir los mismos pasos atolondrados que yo a su edad— o si a mí me daba el venazo y decidía regresar a Los Ángeles.

Esto último me parecía imposible hasta hacía un par de semanas, pero aquí estaba de nuevo. A veces, había que romper una lanza a favor de las madres.

Agradecí esa minúscula porción de familiaridad porque, de lo contrario, no sabría a qué atenerme. Ahí dentro, en aquella habitación, no había cambiado nada, pero afuera... Nada había vuelto a ser lo mismo.

Traté de concentrarme en sacar mis pertenencias de la maleta, pero tenía tantísimos pensamientos circulando que se aplastaban unos a otros. Por un momento, mientras estaba surcando el cielo, sentí verdaderamente que estaba preparada para aquello. Estuve inmersa en un limbo irreal en el que mi pasado y mi presente no me afectaban como lo hacían en realidad, donde no dolían. En el que yo sólo era una chica más volviendo a su ciudad natal.

Por desgracia, no era así para mí.

Un par de golpes a mis espaldas me tomaron desprevenida e hicieron dar un brinco.

—¡Joder! —Me giré asustada cual cervatillo ante el fogonazo de una pistola, y con el corazón a punto salírseme del pecho. Los latidos se me apaciguaron al ver a mi madre observándome sin traspasar el marco de la puerta— Mamá, si vuelves a entrar así me va a dar un síncope, primer aviso.

—Hija, pero si te estaba hablando... —Las arrugas en el contorno de sus ojos se acentuaron al sonreír.

—Ya, pero estaba... Estaba distraída —me excusé regresando mi atención al contenido sin sacar de la maleta.

Se adentró en la habitación hasta llegar a mí y me masajeó el hombro con una mano, en un gesto cariñoso muy propio de ella.

—Lo sé, cariño. Lo sé —Se puso a mi altura y yo ladeé el rostro para mirarla. Sus ojos, de un verde musgo muy parecido al mío, me observaban a detalle con añoranza. Me di cuenta en ese instante de que debía reflejar perfectamente el desasosiego que sentía por dentro y ella lo había captado desde el primer momento. Porque sí, el instinto de una madre jamás fallaba—. ¿No crees que te has traído poca ropa para...?

—Mamá, ya lo hemos hablado. Aún no he decidido cuánto tiempo estaré por aquí, no sé si me iré mañana, la semana que viene o si voy a quedarme dos meses. —Me esforcé por recalcar la idea de que no tenía una fecha exacta con la que cumplir y, aunque se me encogió el corazón al ver su expresión de decepción, me mantuve firme.

—Es sólo que estamos muy contentos de que estés aquí —El timbre animado de su voz contrastaba con la tristeza que se vislumbraba en sus ojos. Había estado lejos durante mucho tiempo y, pese a que esa distancia había resultado sanadora para mí, sabía de sobras que había sido dolorosa para el resto de la familia—. En fin, te dejo deshacer el equipaje tranquila. Philippe está liado con el pastel de carne en la cocina y tu hermana debe estar al caer, así que voy a echarle una mano. Cualquier cosa que necesites, me llamas.

Compartimos una sonrisa débil, titubeante en las comisuras antes de que marchara rumbo al primer piso.

No tardé más de veinte minutos en sacar el resto de mis cosas y, pese a que ya hacía un rato que había escuchado cómo mi hermana había entrado a casa a voz en grito, me quedé sentada al borde de la cama. Observé la habitación con esmero, aquel retazo de mi pasado que permanecía inmutable en el presente y que conseguía revolverme las tripas. Fue inevitable empezar a recordar.

Una sensación condujo a otra y esta vertió una imagen en mi mente. Luego, diálogos con lagunas, alguna que otra escena inacabada y, por último, una cinta entera sin reproducir. Una película sin final.

Jugueteé con el anillo que llevaba en el dedo anular al tiempo que pensaba en cuál iba a ser mi primer movimiento en el tablero ahora que los acontecimientos se habían precipitado. Porque sí, era cuestión de tiempo que se supiera que había vuelto, y yo era mucho menos ingenua que antes y mil veces más calculadora. Incluso si tomé la decisión de volver en un impulso, llevaba desde entonces ideando cómo reaparecería.

El ejemplar del Wall Street Journal que precipitó mi regreso yacía sobre el escritorio. Databa de una semana atrás y su portada seguía causándome el mismo efecto que aquel día. En primera plana, la imagen de cuatro personas vestidas de punta en blanco saliendo de los juzgados de la ciudad y amparadas por todo un equipo de guardaespaldas. Pese a que vestían para pasar desapercibidos, con gafas, bufandas y atuendos oscuros, los reconocí de inmediato. Incluso antes de leer el polémico titular: «El caso Boregate se reabre de nuevo: Los Hayes contra las cuerdas».

—¡Blaaaaake! ¡A cenar! —La voz estridente de mi hermana menor escaló hasta el segundo piso sin necesidad de que subiera un solo peldaño.

Necesité coger una gran bocanada de aire antes de levantarme de la cama y sólo un instante para decidir sacarme el anillo de compromiso y guardarlo en un bolsillo oculto en la maleta. A continuación, la cerré, la bajé al suelo y la metí debajo de la cama de un puntapié.

La partida estaba a punto de comenzar.

El irresistible juego de Midnightemptation (PARTE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora