Capítulo 5 |

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El sonido del agua golpeando el lavabo me recordaba al ritmo rápido de mis propios pensamientos. El baño de la segunda planta de la casa de mi madre era un pequeño refugio, con sus baldosas de un verde suave y el espejo ligeramente empañado. Estaba de pie frente a él, tratando de controlar los nervios mientras me aplicaba una fina línea de delineador en el párpado.

Ese día era importante. El primer día oficial trabajando para Heaven. Sentía una presión incómoda en el pecho, como si cada parte de mí tratara de alinear las expectativas y el miedo en un solo punto. La chaqueta negra de corte impecable y los pantalones ajustados me sentaban bien, daban la ilusión de alguien segura de sí misma. Aunque, por dentro, la realidad era algo distinta.

—Venga, Blake, ya lo has hecho antes —murmuré, como si las palabras pudieran convencerme. Me eché el cabello hacia atrás, dejando que las puntas se deslizaran por mis hombros como un recordatorio de que la imagen también cuenta, de que en este mundo las apariencias son una carta que se juega antes de la primera palabra.

Una vez lista, respiré hondo y salí del baño, recorriendo el pasillo con paso firme, tratando de ignorar el nudo que se apretaba en mi estómago. Cuando bajé por las escaleras, la voz de mi madre me alcanzó.

—¡Blake! ¡Ven un momento, cariño!

Intenté apretar el paso y pasar de largo, con la excusa de que tenía prisa, pero me detuve en seco al percibir el aroma inconfundible de tostadas francesas recién hechas. Y no solo eso. Al asomarme a la cocina, vi el despliegue completo: una mesa repleta de huevos revueltos, bacon caramelizado y zumo de naranja. Era una estampa que olía a hogar, a un cariño que no estaba acostumbrada a recibir tan temprano por la mañana.

Mi madre, con su característico delantal azul, se giró y me sonrió de oreja a oreja, iluminando el espacio como solo ella sabía hacerlo. A su lado, Philippe, con su camisa remangada y la calidez que siempre lo rodeaba, colocaba una jarra de café humeante sobre la mesa.

—No puedes irte sin desayunar —insistió mi madre, señalando la mesa con un gesto casi teatral—. Sabes que hoy es un día importante.

—Mamá, de verdad, voy con el tiempo justo... —empecé a decir, pero mi estómago rugió antes de que pudiera terminar la frase, traicionándome.

Ella no me dejó continuar. Me lanzó una mirada de esas que significaban "no aceptaré un no por respuesta", y yo sabía que no había forma de escapar de esa determinación. Así que, con un suspiro resignado, me dejé caer en una de las sillas de la cocina, agarrando una tostada antes de que mi madre pudiera soltar alguna otra réplica.

—Me alegra verte de nuevo comiendo en casa —comentó Philippe mientras servía el café en una de las tazas de cerámica que mi madre había coleccionado durante años. Tenía esa forma de hablar que siempre sonaba sincera, como si cada palabra estuviera pensada para hacerte sentir bien.

—Gracias, Philippe. Y gracias por esto, pero... —tomé un bocado de la tostada y la mantequilla se fundió en mi boca, haciéndome olvidar por un momento cualquier excusa—. No puedo quedarme mucho rato. Heaven me espera.

Mi madre se sentó frente a mí y me observó con ojos brillantes, esos que siempre parecían a punto de soltar una lágrima de alegría. Hacía tres años que se había casado con Philippe, y desde entonces no había hecho más que iluminar cada rincón de la casa con esa energía desbordante. Ella siempre fue así, pero creo que Philippe le dio el espacio para serlo plenamente. Me hacía feliz verla así, aunque, al mismo tiempo, me recordaba lo lejos que me sentía de encontrar algo parecido.

—Estoy tan orgullosa de ti, cielo. Sé que vas a hacerlo genial. —Las palabras de mi madre me envolvieron, y aunque normalmente me incomodaba la sobrecarga emocional, ese día no pude evitar sentir un calor reconfortante en el pecho.

El irresistible juego de Midnightemptation (PARTE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora