Capítulo 2 |

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El taxi me dejó justo en la puerta del restaurante italiano. Bajé con la sensación de haber sobrevivido al tráfico de Los Ángeles sin perder la cabeza, lo cual ya era un logro. Aunque, comparado con el de Nueva York, este caos parecía casi una molestia soportable, una especie de ruido blanco. Incomodaba, sí, pero no conseguía sacarme de mis casillas de la misma manera.

Pagué la tarifa y bajé del coche, sintiendo cómo el aire tibio de la noche me envolvía. El aroma a pizza recién horneada y parmesano me golpeó incluso antes de entrar al restaurante, anticipando una cena que prometía ser memorable. Había leído las reseñas del lugar mientras le daba la dirección al taxista, y todas eran inmejorables. "No puedo quejarme de mi elección", pensé mientras cruzaba la entrada.

Connor ya estaba ahí. Lo vi desde lejos, sentado, jugueteando con su teléfono mientras esperaba, y me sorprendió una sonrisa casi inmediata. Ese era el efecto que Connor siempre había tenido en mí, incluso después de tanto tiempo. Un torrente de recuerdos de nuestra época universitaria me invadió, cada uno más cálido y reconfortante que el anterior. Y cuando levantó la vista y me encontró con la mirada, vi cómo sus ojos se iluminaban, como siempre lo hacían cuando veía a alguien que le importaba. Como hay cosas que nunca cambian y él parece vivir justo en esa línea atemporal, sigue inmerso en su estilo ecléctico y socialmente divergente que fascina a la gente, aunque admite que la madurez le ha dado un toque elegante que le sienta de maravilla. Tampoco ha cambiado el número de tinte, sigue luciendo un cabello platino impecable que, por suerte, ahora sí se peina.

Cuando levantó la vista y me encontró con la mirada, vi cómo sus ojos se iluminaban, como siempre lo hacían cuando veía a alguien que le importaba.

—¡Tú! —exclamó mientras se levantaba de golpe, casi tirando su silla en el proceso. No habían pasado ni dos segundos antes de que me envolviera en un abrazo, un abrazo de esos que solo Connor sabía dar, intenso, sin reservas, lleno de cariño—. ¡No puedo creerlo! ¡Blake en carne y hueso!

—¡Lo sé! —me reí, abrazándolo con la misma fuerza. Connor siempre lograba sacarme una sonrisa, incluso cuando las cosas no iban bien.

Se apartó un poco, echándome una mirada juguetona mientras me sostenía por los hombros.

—Se te está pegando mi costumbre de llegar tarde y no voy a pasártelo por alto porque no nos vemos lo suficiente seguido —Soltó entre risas y fui consciente de que había saltado a sus brazos como una cría a sus regalos el despertar de la mañana de navidad—. ¿Cuándo fue la última vez que te vi...? Según yo algo así como mil años. —me retrajo con un tono jocoso, pero que no me pasó inadvertido.

—No exageres —le respondí, fingiendo indignación, aunque en realidad él tenía toda la razón. Había sido demasiado tiempo.

—Algo más de un año seguro. ¿Por Acción de Gracias quizá? —desvarió de forma intencional— Me suena que fuimos a ver el desfile de Macy's. Y apestaba a comida refrita y marihuana.

—Connor, Nueva York siempre huele así, no importa cuándo vayas —respondí, riendo, mientras sentía la calidez de nuestra amistad regresar como si nunca hubiera habido distancia entre nosotros.

Él se recostó hacia atrás, con su típico estilo relajado, ese aire despreocupado y lleno de vida que nunca abandonaba.

Te extrañaba. Ya te lo dije mil veces, pero bueno, te lo digo otra vez. Mis puertas siempre han estado abiertas para ti. Y no es solo porque tu presencia ilumina cualquier cuarto, ¿eh?

Sonreí, agradecida por su sinceridad. Connor nunca dejaba de ser Connor, y esa era una de las razones por las que lo adoraba. Nuestra amistad había sobrevivido a la distancia, a mis excusas para no volver, y a los momentos en que parecía que nunca regresaríamos a lo que éramos en la universidad.

El irresistible juego de Midnightemptation (PARTE 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora