Aiko

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En un tiempo antiguo, en una aldea escondida entre los densos bosques de Japón, vivía una joven llamada Aiko. Desde su infancia, Aiko había sido conocida por su corazón puro y su espíritu gentil. Su vida estaba marcada por una devoción hacia los kami, los espíritus sagrados que habitaban en los árboles y las montañas cercanas. Aiko pasaba sus días en el santuario del pueblo, ofreciendo plegarias y cuidando de los altares.
Un día, mientras recogía flores para el altar, Aiko encontró un misterioso portal escondido entre las raíces de un antiguo cedro. Sin poder resistir la curiosidad, entró en el portal y se encontró en el Reino Celestial, un lugar de infinita paz y belleza. Allí, los árboles brillaban con una luz dorada, y el aire estaba lleno de un aroma dulce y embriagador. Los kami la recibieron con alegría, ofreciéndole una vida de dicha eterna entre ellos.
Aiko vivió durante años en el Reino Celestial, sintiendo que había alcanzado el verdadero paraíso. Sin embargo, una tarde, un kami anciano se le acercó con una expresión grave en su rostro. Le explicó que había un precio por haber entrado en su reino sin invitación: debía regresar a la tierra y experimentar el dolor y el sufrimiento en su forma más pura.
Así, Aiko fue devuelta al mundo humano, pero no a la vida tranquila que conocía. Despertó en un lugar desolado y oscuro, un rincón del infierno que estaba reservado para las almas torturadas por el arrepentimiento. Este lugar, conocido como Jigoku, estaba envuelto en llamas eternas y poblado por espíritus atormentados que nunca encontraban descanso. La desesperación se aferró a Aiko, y cada momento allí se sintió como una eternidad.
A pesar del sufrimiento, Aiko nunca olvidó el Reino Celestial. Cada vez que cerraba los ojos, podía ver el resplandor dorado y sentir la paz que había experimentado allí. Esa memoria se convirtió en su única esperanza. Con una determinación inquebrantable, Aiko comenzó a buscar una manera de escapar de Jigoku. Sabía que no podría soportar el tormento por mucho tiempo, pero también sabía que alguien que ha probado el cielo no querría caer de nuevo al infierno.
Aiko se enfrentó a los demonios del inframundo, superando pruebas imposibles con el recuerdo de la luz celestial guiándola. Al final, logró encontrar un segundo portal, un camino hacia la redención. Este portal la llevó de vuelta al santuario de su aldea, donde fue recibida por los aldeanos, quienes notaron un cambio en ella. Aiko era más fuerte, más sabia, pero también más distante, como si una parte de su alma aún estuviera en el Reino Celestial.
Desde entonces, Aiko dedicó su vida a ayudar a otros a encontrar la paz en medio del sufrimiento, recordándoles que, aunque la oscuridad sea profunda, quien ha probado el cielo jamás deseará volver al infierno. Y así, su historia se convirtió en una leyenda en la aldea, recordando a todos que la esperanza y la redención siempre están al alcance de quienes buscan con el corazón puro.

Susurros del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora