Las llaves de la escuela

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—¡Paulina! unas chicas estaban molestando a tu hermana.

—Si claro, Daniela metida en problemas. Buen intento –dije mofándome.

—Ella no, la pequeña.

Apenas había escuchado la frase cuando salí corriendo lo más rápido que pude. Una mezcla de angustia y enojo me invadió. Se supone que la estaba esperando para irnos juntas. Debí suponer que me dejaría plantada. Alejandra es demasiado terca.

No sé si el hecho de ser una prodigio le hacía sentirse superior, pero tenía que aprender que en la vida real hay que ganarse el respeto de los demás. La escuela es una jungla, yo lo sabía perfectamente.

—Disculpa ¿Viste por aquí a una niña como de nueve años? –pregunté con el poco aire que me quedaba a una chica que conocía de vista, era de segundo de secundaria.

—Sí, paso corriendo rumbo al edificio de allá –señaló el lugar donde se supone debíamos estar en quince minutos.

—¡Gracias! –le sonreí antes de volver a correr.

No era momento de titubear, si Daniela descubría que no fui capaz de cuidar a Ale, tendría una semana de reproches de su parte que no estaba dispuesta a soportar.

Amaba a mi hermana mayor, pero a veces no podía con su perfección. Sobre todo porque no era algo en lo que se esforzara, Dany en realidad era buena hija, buena estudiante, bien portada, preocupada por los demás.

Yo en cambio, si bien tenía mis cualidades que me hacían sobresalir, no tenía el mismo don de gente que ella. Se que a muchos no les caía bien por mi modo de ser competitivo y porque no conozco la palabra derrota, pero no me importaba, incluso me gustaba provocar malestar en aquellos a quienes no les agradaba.

Jamás nadie me había hecho daño, nunca lo permití. Si algo le pasaba a Alejandra bajo mi cuidado, no me lo perdonaría el resto de mi vida. No sé quién sería la pobre infeliz que había decidido morir hoy.

Si descubro que le tocaron un solo pelo a mi hermanita les daré la lección de su vida.

—¡Sal de ahí cobarde! –Escuché unos gritos provenientes de los baños del tercer piso.

—¡Fue un accidente, te lo voy a pagar! –esa era la voz de Alejandra

—¡Claro que lo vas a pagar! te voy a dar tu merecido por imbécil –fue lo último que alcanzó a decir antes de que yo abriera de una patada la puerta.

—¡Deja en paz a mi hermana! –las dos chicas que antes mantenían la puerta cerrada, yacían en el piso y mis ojos inyectados de odio se enfocaron en la gorila que golpeaba la puerta donde estaba escondida Ale.

La pelea era injusta, tres chicas de 2° de secundaria contra una de 4°primaria. Odiaba a quienes hacían bullying, eran patéticos y detestables. Hoy tres estaban atacando a una de las personas que más amo en el mundo.

—¡¿Tu hermana?! – respondieron al unísono las tres bravuconas que ahora parecían niñas que estaban a punto de morir.

—¿Alita, estás bien? –pregunté dulcemente.

—Sí –contestó con su voz quebrándose.

—¡¿Qué pretendían hacer con mi hermanita bola de estúpidas?! —les grité llena de ira.

—Pau, por favor perdóname, si hubiera sabido que –no la dejé terminar.

—¡Cállate! Y apártate de la puerta para que Ale pueda salir –la fulminé con la mirada.

—Nosotras no tuvimos nada que ver –se excusaron las otras dos.

—¿Estas son tus amigas? –dije burlonamente a la gorila– lárguense de aquí, y como descubra que respiran a dos metros de Alejandra, no volverán a tener la misma suerte.

Las chicas huyeron abandonando a la infeliz que se arrodillaba ante mí, bajo la mirada atónita de mi hermana menor. No entendía como una chica mayor y más grande que yo y que hace unos minutos quería matarla, me suplicara clemencia.

—¡Pau haré lo que me pidas, pero no me hagas daño por favor! –lloraba.

—¡Detesto a los cobardes! Tienes suerte de no haberla tocado – decía mientras examinaba que Ale no tuviera ningún rasguño– tendrías la cabeza en el excusado.

—Si hubiera sabido quien era jamás la habría molestado, te lo juro.

—Ese es el problema con las personas abusivas. No quiero imaginar a cuantas chicas más aterrorizan cuando en realidad no son más que unas malditas y estúpidas cobardes.

—¡Paulina cuida tu lenguaje! –me interrumpió mi hermanita.

No pude evitar sonreír. La había rescatado del desastre de su vida poniendo en su lugar a las abusivas que la atacaban y se atrevía a darme órdenes. Osada y mandona como yo.

—Tienes razón. Ya hay que terminar con esto ¿Quieres elegir el castigo?

—Sólo quiero irme. Faltan cinco minutos para que empiece mi primera clase.

—Ok. Tienes suerte de que mi hermana no sea vengativa, es una lástima —me dirigí a la escoria que permanecía de rodillas.

—¡Gracias! Te prometo que no volverá a ocurrir.

—Sin embargo, tengo una lección que enseñarle. Toda injusticia merece un castigo.

—No entiendo –balbuceó la pobre infeliz.

—Hagamos esto rápido. Le vas a pedir perdón a mi hermana. Vas a besar sus zapatos y le vas a jurar que nunca más volverás a molestarla.

—La chica hizo exactamente lo que le pedí y salió corriendo, humillada entre lágrimas.

—Deja de meterte con los más pequeños, por tu bien –le sugerí.

—Pau ¿Qué fue todo eso? –cuestionó una sorprendida Alejandra.

—Acabo de entregarte las llaves de la escuela –pasé mi brazo sobre sus hombros–. Nadie volverá a molestarte a partir de hoy.

—Pero no entiendo por qué te hizo caso. Hizo exactamente todo lo que ordenaste.

—Hermanita, hay muchas cosas que no conoces sobre mí. Pero eso cambiará desde hoy.

—Gracias por ayudarme –me miró avergonzada–. Discúlpame por no respetar nuestro acuerdo. Quería demostrarles que no era necesario que me trataran como una bebé.

—Dany y yo solo intentamos protegerte Lita. Te guste o no, siempre serás nuestra bebé –la abracé con fuerza para molestarla, sabía que lo odiaba–. Ahora démonos prisa porque vamos tarde a tu flamante primera clase.

Entre melodías y hechizos (The Warning)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora