ep. 11

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Kim Minji tardó todo un año en recuperarse por completo de la lesión. Como se temía, no pudo volver a jugar profesionalmente y su plaza en el equipo fue cedida a otra alumna mientras ella estaba en el hospital.

Después de las facturas médicas, apenas le quedaba dinero. Lo poco que había conseguido
ahorrar entrenando a novatos y trabajando de camarera en el campus, junto con su cuantiosa beca, habían acabado siendo utilizados para la recuperación total de su rodilla.

Minji volvió a casa abatida y sin saber qué hacer. Tras soportar durante semanas las miradas de lástima de su madre y de su abuela, de sus vecinos y amigos, puso sus cosas en una maleta y se marchó a la casa del lago que le había regalado el señor Kang años atrás.

La casa de dos plantas apenas estaba en condiciones para que alguien viviera allí. Ya a simple vista parecía ruinosa, con su pintura resquebrajada, sus ventanas rotas, muchas de las cuales carecían de cristales, y su puerta desencajada.

El interior no era mucho mejor, con muebles viejos llenos de polvo y telarañas. Lo único que
había podido arreglar antes de marcharse fue la cocina, que lucía como nueva, y las instalaciones básicas, por lo que gozaba de electricidad y agua caliente. Lo demás era todo un desastre, pero ese desastre era lo único que le quedaba. Sacó sus herramientas y se dispuso a convertir ese montón de ruinas en un hogar.

Minji sólo salía de su casa para dos cosas: comprar alimentos y adquirir materiales para sus arreglos. Se convirtió en una auténtica ermitaña, aislada de todo contacto humano.

Todos en Incheon estaban tremendamente preocupados, pero, como ni sus familiares ni sus amigos pudieron sacarla de su soledad, decidieron darle tiempo hasta la llegada de Haerin, a la que esperaban impacientemente mientras apostaban cuánto tardaría Doña Perfecta en sacar a Kim Minji de su viejo caserón.

Tardó exactamente cinco segundos en sacarla de su casa, ya que Haerin se encontraba en el
porche con una cerilla encendida en una mano mientras en la otra portaba un bidón de gasolina.

—Kim Minji, ¡o sales de la casa o le prendo fuego!

—¡No te atreverás! —gruñó la joven desde dentro mientras se asomaba por la ventana.

—¿Ah no? —respondió Haerin a la vez que arrojaba la cerilla encendida en el viejo suelo de madera del porche.

Minji salió con celeridad hacia el exterior y comenzó a sofocar el pequeño fuego que comenzaba a formarse, apagándolo con la suela de sus botas de montaña. Llevaba puestos unos jeans rotos y desteñidos, junto con una vieja camiseta blanca llena de polvo que se pegaba a su torso sudado marcando sus delirantes atributos. Su aspecto era desaliñado, con su melena negra despeinada y marcas oscuras debajo de los ojos.

—¿Estás loca? —exclamó enfurecida.

—¡Mírate, pero si has salido de tu casa! Y eso que todavía no he utilizado el bidón de gasolina—comentó Haerin mientras le entregaba el bidón—. Por cierto, el señor Byul te manda esto. Te lo olvidaste la última vez que fuiste a su tienda —señaló Haerin mientras pasaba hacia el interior sin esperar invitación alguna. Sus zapatillas de lona resonaron por el viejo suelo, y Minji se permitió admirar su cuerpo, recordando todas y cada una de las curvas que lucía bajo esos cortos pantalones negros y esa camiseta rosa de tirantes bastante ajustada.

La casa continuaba llena de polvo y suciedad. La única variación eran las herramientas y los
tablones de madera que descansaban esparcidos por el salón y la entrada ocupándolo todo.

—¿Cómo demonios puedes vivir así?—inquirió Haerin señalando la suciedad acumulada.

—Es lo único que me queda —respondió Minji—, mientras la arreglo no me da tiempo a
limpiarla y no tengo dinero para contratar a nadie, así que vivo como puedo y punto. ¿A qué has venido? ¿A atosigarme?

mpsa ; catnipz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora