La alarma sonó a primera hora de la mañana, el delicado sonido de un violín llegó a sus oídos y la hizo despertar lentamente, como si cada nota intentara extraerla con suavidad del mundo de los sueños. Daisy abrió los ojos y miró el techo de su habitación, iluminado por una fina línea de sol que se colaba entre las cortinas que la noche anterior no habían sido bien cerradas.
El sonido del violín no se detenía, el solo seguía sonando de manera incesante repitiendo las mismas notas una y otra vez, como una melodía que perdía sentido, más molesta que relajante. Daisy frunció el ceño, aun desorientada y paseó su mano sobre la cama buscando a tientas el teléfono. Cuando lo encontró, lo apretó fuertemente entre sus dedos y lo levantó para ponerlo frente a su cara. El brillo de la pantalla la deslumbró y la obligó a cerrar sus ojos con fuerza para recuperarse, se mantuvo así por un tiempo, hasta que sintió que sus ojos ya estaban listos para volver a enfrentarse a la luz.
Con los ojos entrecerrados, y sus largas pestañas bloqueándole gran parte de la visión, volvió a encender el celular y lo desbloqueo para por fin apagar la molesta alarma.
Dejó sus manos caer a ambos lados de su cuerpo y permitió que el teléfono se deslizara entre sus dedos muy cerca del borde de la cama y que rodara hasta caer al suelo. Daisy miró de reojo y soltó un quejido de angustia al ver que el celular no estaba en su mano ni sus alrededores.
Con un suspiro de resignación, se levantó de la cama y puso sus pies sobre la mullida y fría alfombra que estaba alrededor de su cama, aun sin soltar la sábana caminó con pasos lentos y medidos alrededor de esta hasta llegar a donde estaba su teléfono. Lo levantó con cuidado, y poco a poco lo fue volteando, esperando que la pantalla no estuviera rota. Sus hombros se relajaron, la pantalla del celular seguía intacta, aunque un poco despegada del resto del teléfono.
Abandonando cualquier preocupación sobre el aparato, Daisy caminó hacia la ventana y abrió las cortinas de par en par, el sol inundó la estancia, los grandes ventanales de cristal, que ocupaban toda una pared, dejaban entrar la suficiente luz como para que no hubiera necesidad de encender las lámparas.
Aún envuelta en la sábana, la chica se dirigió hacia la puerta y salió de su habitación, tenía planes de ir al piso de abajo y llamar a su madre, aunque el hacerlo era más por obligación que por deseos propios.
Mientras bajaba las escaleras tropezó con sus propios pies de manera torpe y casi cómica. Sus manos se abrieron por puro reflejo cuando trató de sujetarse, y el teléfono que sostenía cayó, una vez más. Daisy solo pudo quedarse parada, mirando como su teléfono rebotaba de escalón en escalón hasta llegar al piso de abajo.
Inclinó la cabeza hacia un lado y se agachó sujetándose fuertemente de uno de los ornamentos de madera de la barandilla, se quedó en esa posición durante un buen rato, mirando su celular que yacía en el suelo con la pantalla contra el piso.
—Buenos días.
Una voz seria, gruesa y muy masculina la sacó del trance en el que estaba. Daisy levantó la vista y vio a su esposo vestido con un traje hecho a medida perfectamente colocado sobre su cuerpo, y con su pelo rubio estirado a más no poder con tres toneladas de gel. Parecía una estatua de mármol, o un busto de esos que hacían a los héroes y que no reflejaban emoción alguna.
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Daisy
RomanceDe la indiferencia al amor, ¿cuentos pasos hay? Carol y Daisy son esposos desde hace casi cinco años, ambos impulsados por sus padres y sus deseos de que la asociación entre sus empresas diera el siguiente paso. Daisy es taciturna y distraída, un al...