Capítulo 3

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Daisy terminó de desayunar en silencio, como siempre lo hacía, y se dirigió al piso superior

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Daisy terminó de desayunar en silencio, como siempre lo hacía, y se dirigió al piso superior. Deambuló por los pasillos, moviéndose como un fantasma. Observaba a los trabajadores, pero no interactuaba con ellos. Los sirvientes la conocían bien, sabían cómo moverse a su alrededor sin perturbarla, pero siempre atentos a sus necesidades.

Finalmente, una joven sirvienta la tomó de la mano con delicadeza, guiándola hacia el baño. Sin decir palabra, comenzó a desvestirla con suavidad. Primero quitó las sábanas que ella llevaba como si fueran parte de su vestimenta y las puso a un lado, luego, con manos suaves y precisas, desabrochó uno a uno los botones de su camisa, dejando que esta cayera al suelo. La ropa interior siguió el mismo destino, deslizándose por sus muslos hasta los fríos azulejos del suelo.

La sirvienta la tomó de la mano y la ayudó a entrar en la bañera. El agua en su interior estaba caliente, perfecta para equilibrar el frio en su cuerpo. Daisy se sumergió por completo, dejó que el agua entrara a sus oídos y lo silenciara todo a su alrededor. Soltó el aire por la nariz y abrió los ojos, entre las ondas que habían dejado las burbujas tras llegar a la superficie pudo ver de manera distorsionada a la chica que la había llevado al baño.

Daisy salió a la superficie, el cabello que había estado flotando en el agua segundos antes se había quedado pegado a su rostro y le dificultaba respirar.

La sirvienta apartó con delicadeza el pelo de su cara y lo peinó hacia atrás, luego, con suavidad empujó a Daisy hacia el borde de la bañera y la hizo recostarse. Se puso tras su espalda y empezó a lavarle la cabeza. Masajeó su cuero cabelludo y sus hombros, se fue moviendo de lugar para limpiar sus brazos, piernas y torso.

Durante todo ese tiempo Daisy no hizo más que jugar tranquilamente con el agua. Cuando terminó de bañarla la sirvienta salió de la habitación y la dejó sola.

Daisy juntó ambas manos y levantó agua con ellas, después la dejó caer mientras recorría sus brazos. Volvió a meter las manos bajo el agua, esta vez utilizó sus dedos para hacer curvas y espirales, y se entretuvo viendo como el agua se movía.

Poco después la sirvienta volvió, sin decir palabra ayudó a Daisy a salir de la bañera y le puso un albornoz. Otra sirvienta entro al baño y llevó a Daisy a su habitación, la dejó parada frente al closet y buscó algo con lo que vestirla.

Daisy caminó hacia su ventanal, y se sentó en el suelo frente a él con los ojos cerrados para que la luz del sol la bañara.

La sirvienta salió del armario y al ver donde estaba sentada Daisy no quiso molestarla, buscó una toalla y se acercó a ella. Con cuidado se agachó y empezó a secar su cabello con leves toques, el sedoso pelo negro de Daisy no era muy largo, por lo que el proceso no fue tardado.

La sirvienta salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Daisy miró hacia atrás y contempló la puerta, al igual que el resto de su cuarto, estaba pintada de manera singular. Grandes sombras de color negro con ojos sin vida y una extraña marca que podría ser una boca clamando por ayuda decoraban cada lugar de la habitación.

Daisy se levantó del suelo y se quitó el albornoz, caminó desnuda por su habitación hasta encontrar la ropa que la sirvienta le había preparado con anterioridad. Luego de ponérsela salió de su habitación arrastrando un caballete con un lienzo y una bolsa llena de pasteles.

En la casa el único sonido que se oía era el de las patas del caballete cayendo en cada escalón a medida que Daisy bajaba las escaleras.

Se detuvo en la sala. Dejó el caballete y el lienzo apoyados en la pared y rodeó el sofá. Su cámara seguía donde la había dejado antes de subir a bañarse. La tomó y la metió en la bolsa junto con los pasteles.

Recogió su caballete y su lienzo, y retomó su camino. Al salir de la casa pudo sentir bajo sus pies el pasto frio y mojado por las gotas de rocío. Encogió sus dedos, y pedazos del pasto se rompieron y quedaron atrapados entre ellos.

Daisy continuó caminando hacia la parte trasera de la mansión, donde la esperaba un pequeño banquito de madera y una mesa manchada con pintura. Dejó su caballete frente al banquito y puso el lienzo en él, sacó su cámara de la bolsa y la puso sobre la mesita, dejando los pasteles a su lado. Abrió la caja donde se encontraban, tirando la tapa al suelo.

Daisy se sentó sobre la endeble silla de madera y subió también sus pies sobre esta, se inclinó hacia la caja y cogió un puñado de pasteles, los cuales dejó apartados sobre la mesa antes de empezar a dibujar.

Los pasteles se deslizaron sobre el lienzo de manera confiada y precisa, haciendo trazos hermosos que poco a poco fueron tomando forma. La paz empezó a fluir por el cuerpo de Daisy, y su mente se transportó a ese momento debajo del agua cuando vio la imagen distorsionada de la sirvienta. Una leve sonrisa se formó en sus labios y sus manos empezaron a trabajar con más entusiasmo.

Apenas había empezado a ver la forma que quería cuando se vio rodeada desde lejos por los sirvientes de la mansión, Daisy se molestó, no le gustaba que hubiera personas a su alrededor cuando pintaba. Detuvo sus manos y las apartó del lienzo, puso los pasteles a un lado, esperando que no pasara mucho tiempo antes de que todos se fueran, pero eso no fue así.

—¿Qué pasa? —preguntó, no tenía ganas de hablar, pero tampoco quería ser molestada.

Los sirvientes susurraron algo entre ellos antes de que el ama de llaves diera un paso adelante y decidiera hablar.

—Señora, lamento informar esto, pero su esposo ha tenido un accidente.

Daisy no mostró ninguna reacción, permaneció indiferente, como si lo dicho no tuviera importancia alguna.

—Dicen que uno de sus brazos se fracturó y tuvieron que enyesarlo —añadió el ama de llaves.

De repente, una chispa de emoción recorrió el cuerpo de Daisy, y sus ojos se iluminaron. Dejó todo lo que estaba haciendo y corrió hacia la casa, subió a su habitación y estuvo buscando cosas en una gaveta. Luego volvió corriendo al piso de abajo, y tomó de la muñeca a su chofer. Lo arrastró hasta el auto, casi obligándolo a subirse a este.

El chofer no necesitó indicaciones, rápidamente tomó rumbo hacia el hospital.

Daisy estaba tan feliz como un niño en navidad, dando pequeños brinquitos de alegría en su asiento y con una sonrisa que amenazaba con partir su cara en dos.

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Espero que hayan disfrutado el cap, espero que dejen comentarios sobre qué les pareció, gracias por leerme, los quiero.

DaisyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora