Capítulo 4

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No le tomó mucho tiempo encontrar la habitación donde estaba su esposo

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No le tomó mucho tiempo encontrar la habitación donde estaba su esposo. Empujó la puerta y entró como si de su casa se tratara. Carol yacía en la cama, conectado a una vi intravenosa, con la cabeza vendada y el rostro pálido y maltratado. Desde el punto de vista de Daisy se veía mal, pero mejor que de costumbre.

Daisy, con pasos ligeros, temiendo despertarlo con el sonido de sus pisadas, caminó alrededor de la cama hasta pararse junto a él. De la nada dio pequeños brinquitos e hizo un ademán de aplaudir sin llegar a juntar las manos.

El chofer, que observaba todo desde la puerta, la miró desconcertado. No era para nada normal sonreír y estar tan feliz con ver a tu esposo postrado en una cama, aunque viéndolo desde otro ángulo, nada relacionado con Daisy era normal.

Se sentó en el suelo y poco a poco empezó a dejar con cuidado junto a ella las cosas que llevaba en la bolsa. Pinceles, pañuelos y óleos quedaron perfectamente acomodados en un orden que solo ella comprendía. Luego, con total naturalidad, buscó el control de la cama y la bajó hasta quedar casi a ras del suelo.

Daisy volvió a su sitio para sentarse, cruzó las piernas, y con delicadeza, tratando de no despertarlo, tomó el brazo de su esposo y lo acomodó frente a ella. El yeso blanco y recién puesto era soso y feo, en comparación con otras cosas que Daisy había visto y pintado esta, con diferencia, era la más aburrida. Frunció el ceño, ella lo arreglaría. Tomó una paleta y empezó a echar pintura sobre ella, colores vivos y vibrantes que le recordaban el bosque durante el otoño. Diferentes tonalidades de naranjas, amarillos, cafés y uno que otro verde pronto dieron color a lo que, para Daisy, era el lienzo en blanco más exótico que había pintado nunca.

Poco a poco, el blanco del yeso quedó atrás, siendo remplazado por un hermoso paisaje de un frondoso bosque durante el otoño.

Alguien llamó a la puerta de la habitación, seguido de eso una enfermera entró por la puerta y se sorprendió al ver a Daisy sentada en el piso y con la cara manchada de pintura roja.

—¿Estas bien? —preguntó pensando que era sangre debido al color intenso y el brillo del óleo.

Daisy levantó la vista y giró la cabeza cuando se encontró a la enfermera con la cara pálida.

—¿Qué? —preguntó extrañada mientras con las manos iba quitando la pintura de su cara.

A la enfermera le regresó al alma al cuerpo, y soltó un suspiro aliviado.

—Vengo a revisar el estado del paciente.

Cuando dijo esas palabras la enfermera esperaba que Daisy se apartara de la cama, pero esta no lo hizo, simplemente se le quedó viendo.

La enfermera se sintió incomoda por la mirada inexpresiva de la chica, y esa incomodidad aumentó al ver que cuando se acercó a revisar el estado del yeso del paciente Daisy lo atrajo a su pecho y no la dejó acercarse a él.

—¿Ya terminaste? —preguntó impaciente.

Durante la revisión la mujer había sido torpe y ruidosa, acabando en cuestión de minutos con la paciencia de Daisy.

—Casi, solo me fal...

Un gemido de Carol interrumpió a la enfermera, quien en seguida salió de la habitación para buscar un doctor.

Daisy soltó la mano enyesada y se apartó de él sin quitarle la vista de encima.

Carol estaba confuso y aun adormilado por la morfina, no entendía porque su esposa estaba tan cerca de él cuándo en cuatro años nunca se le había acercado más de lo necesario. Dejó ese hecho de lado, pensando que se trataba de algún tipo de alucinación causada por las drogas.

—Ugh —trató de levantarse, pero las partes del cuerpo que no estaban adormecidas le dolían de sobremanera.

—No te muevas, la pintura aún no se seca.

La voz de Daisy, aunque bajita, hizo que la cabeza del hombre retumbara, sentía que con cada respiración el corazón le latina con más y más fuerza en el centro del cerebro.

La puerta se abrió y causó un estruendo que hizo gruñir a Carol, los doctores entraron en la habitación y sin ninguna delicadeza empezaron a hacer preguntas.

La chica se quedó sentada en una esquina junto a Carol, abrazándose a sí misma y esperando a que el ruido parara, mientras tanto, él se aguantaba la cabeza como tratando que los pedazos de su cerebro no salieran volando, ambos suspiraron cuando los médicos salieron de la habitación, pensando que la calma al fin había vuelto.

Sin embargo, el alivio duró poco, apenas unos minutos después sus padres entraron a la habitación, haciendo un escándalo aun mayor que los doctores.

***

Hola, solo paso por aquí para agradecer a las 16 personas que me leen y a todas aquellas que han votado. Hasta el próximo lunes y gracias por darme algo de su tiempo.

DaisyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora