—¿Qué tan lejos está el restaurante? —preguntó a su chofer en un tono que dejaba en claro su impaciencia
—Entre 15 y 10 minutos, pero con el tráfico... demorará más que eso.
Carol tamborileó sus dedos sobre su muslo, impaciente. Su mirada se deslizó de nuevo hacia el reloj antes de volver a fijarse en el retrovisor, donde el conductor lo miraba de reojo.
—¿Y si voy caminando? —preguntó de repente, su tono afilado.
—¿Caminando? — preguntó con incredulidad, no acostumbrado a que su jefe sugiriera algo tan fuera de su rutina habitual.
Carol le lanzó al chofer una mirada de advertencia a través del retrovisor, el hombre tragó saliva y volvió la vista al frente, buscó algo en la pantalla táctil del vehículo y se volteó para responderle a su jefe.
—Creo que si atraviesa uno que otro callejón... llegará en 20 minutos —respondió tras verificar la ruta.
—Bien, mándame la ruta a mi teléfono —ordenó Carol con un tono cortante, desabrochando su cinturón de seguridad sin esperar respuesta.
El chofer asintió en silencio, enviando la dirección mientras Carol salía del auto y se mezclaba en el caos de la ciudad. El sonido de una notificación hizo vibrar su teléfono, y al abrirlo, vio un mapa de Manhattan con una ruta marcada que zigzagueaba por entre las calles.
Empezó a caminar, metiéndose entre el gentío que iba apresurado y los vagabundos que pedían limosnas. Eran muy pocas las veces que él hacía eso de caminar por las calles de la ciudad, y eso era justamente por el hedor que desprendían, el inconfundible olor de comida podrida mezclada con la orina de vagabundos y animales por igual.
Puso cara de asco y aceleró el paso. La próxima vez llegaría tarde, pero no volvería a caminar por callejones.
Para su disgusto y a pesar de la prisa el camino era más largo de lo que había imaginado, y en su trayecto tuvo que esquivar charcos de sustancias de dudosa procedencia, casi patear a tres vagabundos que insistían en ponerse en su camino, y apretar los dientes ante la mugre generalizada de la ciudad. Finalmente, tras lo que le pareció una eternidad, llegó al restaurante.
El aire acondicionado fresco lo recibió al entrar, ofreciéndole un alivio temporal. Dio su nombre al recepcionista, quien, tras verificar la reservación, le permitió pasar al interior. Carol aprovechó los minutos restantes antes de la hora acordada para ir al baño. Necesitaba lavarse las manos, sentir algo de limpieza después de caminar entre las calles sucias de la ciudad. También intentó neutralizar el olor que sentía impregnado en su ropa, aunque por más que se lavaba, no podía deshacerse de la sensación.
Con corbata ajustada y su reflejo impecable en el espejo, finalmente salió del baño. Caminó hacia la mesa donde lo esperaban sus padres y suegros, donde luego de un breve saludo se sentó. Un mesero no tardó en ir a atenderlos, recibió su orden y se fue tan rápido como había llegado.
—Carol —dijo la señora Evans —, ¿cómo está mi pequeña florecita últimamente?
Carol, incómodo, pensó por unos segundos antes de responder. A pesar de llevar casados casi cinco años apenas cruzaba palabra con su esposa, por lo que sabía poco o nada de la situación en la que se encontraba.
—Bien —mintió tras unos segundos de vacilación —, últimamente se la ve con muchas más ganas de vivir que de costumbre.
Marylin, la señora Evans, sonrió. Le hacía mucha ilusión que su hija no vagara por la vida como un fantasma, cada vez que la recordaba de niña con los ojos carentes de vida y mirando hacia la nada las ganas de llorar se apoderaban de ella.
—Sabía que si ustedes dos se casaban ella iba a mejorar —dijo casi al borde de las lágrimas.
Carol desvió la mirada, se sentía incómodo por esa mirada de falsa esperanza en los ojos de su suegra.
—Carol, cariño — lo llamó su madre —, a tu padre y a mi nos gustaría saber cuándo nos vas a dar nietos, ya nos estamos haciendo mayores, si seguimos esperando no vamos a poder jugar con ellos por lo viejos que estaremos.
Carol iba a hablar, pero fue interrumpido por Marylin, quien de repente se secó las lágrimas y empezó a delirar sobre lo bonito que sería un hijo de él y Daisy, sobre como lo cuidaría y sobre la bonita familia que formarían.
—Aunque es verdad que Daisy ha mejorado mucho —dijo Carol interrumpiéndolas —, todavía no creo que su condición sea apta para cuidar a un niño.
Ambas, su madre y su suegra, iban a contradecirlo, pero justo en ese momento llegó la comida.
—Comamos —dijo Carol de manera tajante, dejando claro que no quería volver a hablar del tema.
El resto del desayuno pasó con normalidad, nadie volvió a mencionar el tema de nietos ni hijos, se centraron en hablar de trabajo o de los hobbies de cada uno.
—Bueno —Carol interrumpió una larga y tediosa conversación sobre golf que mantenían su padre y su suegro —, aún tengo trabajo por hacer, así que me retiro. No se preocupen por pagar, lo haré yo en la recepción.
Salió del restaurante, sintiéndose aliviado de haber salido librado de desayunos familiares en al menos un mes. Llamó a su chofer, quien en pocos minutos llegó a la puerta del restaurante. Subió al auto y este tomó rumbo de regreso a su casa.
Durante la mayor parte del trayecto estuvo revisando y respondiendo correos electrónicos, o hablando con su secretario, organizando reuniones que tendría con inversionistas y socios durante la semana entrante.
Cuando terminó con sus pendientes miró por la ventana, pero el camino por el que iban no le parecía conocido en absoluto.
—¿Qué haces, Brian? Este no es el camino a casa.
El chofer no contestó la pregunta, sin embargo, la velocidad del auto aumentó.
—¿Qué demonios estás haciendo? ¡Para el maldito auto en este momento!
La velocidad del auto continuó aumentando, y el chofer no parecía tener intenciones de frenar. Carol maldijo a la vez que se desabrochaba el cinturón de seguridad, se inclinó hacia la puerta y trató con todas sus fuerzas de abrirla. Empujó, pateó, golpeó, hizo todo lo que estuvo en su poder, pero nada sirvió.
Maldiciendo, se lanzó hacia el chofer y tomó el cinturón de seguridad que este traía puesto para intentar asfixiarlo con él. Brian perdió en control del auto mientras poco a poco el oxígeno iba abandonando su cuerpo, en un intento por recuperar el control dio un repentino girón a un lado, no solo causando que Carol lo soltara y saliera volando, si no también que el auto se estrellara con un camión que iba pasando.
***
Yyyyyyyyy, de nuevo espero que hayan disfrutado el cap, no se olviden de dejar su comentario para darle amor a mi historia, graciassssssssssssss.
Y si ven palabras juntas diganmelo, es Wattpad quien lo hace cuando copio y pego desde Word, por favor y gracias, espero que lo hayan disfrutado.
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Daisy
RomanceDe la indiferencia al amor, ¿cuentos pasos hay? Carol y Daisy son esposos desde hace casi cinco años, ambos impulsados por sus padres y sus deseos de que la asociación entre sus empresas diera el siguiente paso. Daisy es taciturna y distraída, un al...