Prologo

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Manon miraba hacia la limusina negra, con los brazos cruzados y los labios apretados, tratando de no mostrar la tristeza que la invadía. Sabía que este día llegaría, pero eso no lo hacía más fácil. La limusina relucía bajo la luz tenue que atravesaba la neblina de la isla, una mancha de lujo en un mundo que no conocía más que oscuridad y ruinas. Los otros niños de la isla miraban desde la distancia, con mezcla de envidia y recelo. Manon sabía que pensaban que Mal y los otros los estaban abandonando.

Jay, con su chaqueta de cuero raída y su sonrisa traviesa, fue el primero en acercarse. Sin decir una palabra, le dio un abrazo rápido, casi incómodo, como si el contacto físico prolongado lo hiciera sentir vulnerable. Luego se separó y entró en la limusina sin mirar atrás.

Evie fue la siguiente. La hija de la Reina Malvada tenía los ojos brillantes y una sonrisa que no lograba ocultar la emoción de lo que venía. Se inclinó hacia Manon y le dejó un beso suave en la mejilla, su gesto característico de ternura.

Carlos arrojó su mochila dentro del coche antes de acercarse a Manon. Sin decir nada, la rodeó con sus brazos, apretándola contra él como si quisiera absorber su tristeza. Manon cerró los ojos y apoyó la cabeza en su hombro, permitiéndose un momento de vulnerabilidad.

—Te echaré de menos —murmuró, su voz apenas un susurro.

—Y yo a ti —respondió Carlos con suavidad, acariciándole el cabello— Pero no te preocupes, Manon. En menos de lo que piensas, volveremos a por ti. A por todos. ¿De acuerdo?

Manon se apartó lentamente y asintió, con los ojos húmedos. Intentó sonreír, aunque le costaba.

—Pásatelo bien en Auradon y... cuidado con los perros.

Carlos rió, un sonido ligero que pareció aliviar un poco la tensión en el aire.

—Ni me lo recuerdes —respondió, dejando un beso en su frente antes de soltarse de ella— Te dejo para que te despidas de Mal.

Cuando Carlos se apartó, Manon vio a su hermana mayor, Mal, acercarse. Había algo en sus ojos que Manon no podía descifrar, una mezcla de determinación y duda. Mal había cambiado, pero aún era su hermana, y esa conexión parecía inquebrantable.

—Te voy a echar de menos, Malita —dijo Manon, usando el apodo cariñoso que le había dado cuando eran niñas. Su voz tembló ligeramente.

Mal sonrió con suavidad y la abrazó con fuerza, como si quisiera transmitirle toda la seguridad del mundo en ese gesto.

—No te preocupes, Noni. Conseguiré esa varita y vendré a por ti. A por todos —le susurró Mal al oído.

—Confío en vosotros. Todos confiamos en vosotros —respondió Manon con un nudo en la garganta, soltándola y dando un paso atrás.

Mal le dio una última mirada a Manon y luego a su madre, que las observaba desde el balcón, antes de subir a la limusina. Manon sintió un vacío en su pecho mientras el coche se alejaba, llevándose con él a los pocos amigos y a la única familia que sentía realmente suya.

 Manon sintió un vacío en su pecho mientras el coche se alejaba, llevándose con él a los pocos amigos y a la única familia que sentía realmente suya

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Día de la Coronación

El ambiente en la isla era tenso. Manon estaba en la taberna de Uma, rodeada de piratas y otros isleños, todos con la vista clavada en una vieja televisión que apenas funcionaba. La pantalla parpadeaba y la señal era débil, pero era suficiente para mostrar la ceremonia de coronación del futuro rey Ben. Los susurros llenaban el bar, mientras algunos murmuraban sobre lo que estaba sucediendo.

Harry, con su garfio reluciente en la mano, estaba a su lado, observando con interés. Mira y Gil estaban cerca, entremezclados con la multitud. Manon mantenía las manos entrelazadas y apoyaba la cabeza en ellas, intentando calmar su mente inquieta. Sus ojos no se apartaban de la imagen de Mal, ahí, en primera fila junto a los reyes y reinas de Auradon.

—Por favor, no la líes, Mal. Por favor —murmuró Manon para sí misma, casi como si estuviera rezando.

El estallido de un grito y el sonido de vidrio rompiéndose hizo que Manon se sobresaltara. En la pantalla, alguien había tomado la varita de las manos del Hada Madrina. Hook se echó a reír a su lado.

—¿Esa quién es? —preguntó Gil, claramente confundido.—La hija del Hada Madrina —respondió Manon sin apartar la vista de la pantalla.

La tensión en el bar se hizo palpable cuando Mal se acercó a Jane y le arrebató la varita con rapidez.

—¡Sí! —gritó Manon, sin poder evitar unirse a los vítores de otros alrededor. Por un instante, creyó que todo estaba saliendo según lo planeado.

Uma se acercó, cruzando los brazos mientras miraba la pantalla con desconfianza.

—Espero que tu hermana no lo estropee ahora.

El caos estalló en la pantalla: Maléfica apareció de repente en Auradon, trayendo con ella una sombra de terror. Manon observó, su corazón latiendo frenéticamente, mientras los acontecimientos se desarrollaban ante sus ojos. Pero tan rápido como Maléfica apareció, la transmisión se interrumpió.

Mal estaba abrazando a Ben. Sonreía. Y el Hada Madrina tenía de nuevo su varita en las manos.

El silencio cayó sobre el bar como una losa pesada. Primero fueron murmullos, luego gritos. Los insultos volaron hacia la pantalla, hacia Mal, hacia todos los hijos de villanos que habían traicionado a la isla por la promesa de una vida mejor en Auradon.

Manon se quedó quieta, inmóvil. Sus ojos seguían fijos en la televisión, que ahora mostraba estática y estaba rota por un vaso lanzado en un momento de ira. No escuchaba nada de lo que pasaba a su alrededor; solo oía un zumbido en sus oídos, un vacío que la envolvía.

Esto no puede estar pasando.

Pensó, su mente repitiendo las palabras una y otra vez, como un mantra.

Mal iba a liberar la isla.

Iba a volver a por mí.

El sentimiento de traición la golpeó con fuerza. Su respiración se hizo rápida y superficial, y notó cómo la ira reemplazaba a la incredulidad. Sus manos, apoyadas en la mesa, se convirtieron en puños apretados. Sin pensarlo, golpeó la mesa con fuerza y se levantó de la silla, tirándola al suelo en el proceso. Sin mirar a nadie, salió del local, dejando la puerta abierta de golpe tras de sí.

Corrió por las calles desiertas hasta llegar a su hogar. La casa estaba vacía, oscura. Un eco de su propia desesperación resonó en las paredes vacías.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Por favor, mamá! —gritó, su voz rompiéndose mientras revisaba cada habitación, buscando algún signo de vida.

Pero no había nadie. Estaba sola. Completamente sola.

Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, calientes y llenas de rabia y dolor. Carlos había roto su promesa. Mal había cambiado. Y su madre... su madre la había dejado también, en un intento desesperado de recuperar el poder perdido.

Manon | DescendientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora