ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ 3: ʙᴀᴅ ᴅʀᴇᴀᴍs

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𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟑: 𝐁𝐀𝐃 𝐃𝐑𝐄𝐀𝐌𝐒
𝟎𝟖/𝟐𝟑/𝟐𝟎𝟐𝟒
𝐌𝐀𝐍𝐒𝐈𝐎́𝐍 𝐋𝐄𝐂𝐋𝐄𝐑𝐂
𝐓𝐄𝐎𝐑𝐈́𝐀 𝐃𝐄 𝐂𝐀𝐎𝐒


Charles estaba sumido en un sueño profundo, pero no era un sueño que brinda descanso. Era un sueño de sombras, de recuerdos que se enroscan como serpientes en su mente, sofocándolo con temor y arrepentimiento, inundandolo de miedo. Se encontraba en la casa de su infancia, un lugar que solía ser un refugio de risas, calidez, amor y algunas veces peleas con su padre. Sin embargo, en este sueño, todo se sentía inquietantemente vacío.

El sol brillaba a través de las ventanas, llenando la sala con una luz dorada que contrastaba con la oscuridad que invadía el corazón del monegasco. Frente a él estaban su padre, su hermano y su prometido, todos sonriendo, ajenos al destino que les aguardaba. La escena era tan real que Charles podía escuchar la risa de su hermano, sentir la calidez de la mirada de su prometido, y notar la presencia distante de su padre, una figura imponente, amargada y seria pero siempre un poco lejana.

"¿Estás seguro de que todo está bien con el coche?" preguntó su prometido, su voz llena de afecto y amor, como siempre, mirando a Charles con esos ojos que lo habían conquistado desde el primer día.

Charles intentó responder, quiso gritar que no, que el auto no estaba bien, que los frenos podrían fallar, pero su voz se ahogó en su garganta. Estaba atrapado en su propio cuerpo, un prisionero de su mente, incapaz de advertirles, incapaz de cambiar lo que estaba por suceder.

El tiempo pareció acelerarse cuando su familia salió de la casa y subió al auto. Charles los siguió, sus pies pesados como el plomo, pero cada paso que daba parecía alejarlos más y más. Vio el auto arrancar, sus seres queridos dentro, sonrientes y despreocupados. Intentó correr tras ellos, pero sus piernas no respondían. Estaba inmovilizado, condenado a observar cómo el vehículo se alejaba por la carretera. Las cadenas que lo ataban a ser infeliz lo arrastraban de vuelta a la casa.

De repente, el cielo se oscureció, las nubes se arremolinaron sobre ellos como presagios de lo inevitable. La carretera, antes tranquila, se convirtió en una trampa mortal. Charles sintió un nudo en el estómago mientras veía cómo el auto comenzaba a acelerar de forma descontrolada. Los frenos, lo sabía, no funcionarían.

“Has escuchado la teoría del caos?”

Sin duda no lo había hecho, las palabras de su hermano resuenan en su mente.

“No puedes arrancar una flor sin afectar una estrella.”

Volvió su vista hacia la carretera, el terror se apoderó de él cuando un enorme camión apareció a la distancia, acercándose a ellos con una velocidad implacable. Quiso apartar la vista, pero sus ojos permanecieron fijos en la escena. El impacto fue brutal. Un sonido espeluznante de metal retorcido, cristales rotos y gritos ahogados llenó el aire. La imagen del auto destrozado, envuelto en humo y llamas, quedó grabada en su mente como una marca indeleble, los gritos desesperados de los que alguna vez fueron su familia eran desgarradores, la sangre escurrida por la cera caliente, el olor a carne quemada le daba nauseas, incluso en sus sueños el falla nuevamente.

“Has escuchado la teoría del caos?” Otra vez esa pregunta. No. No había escuchado la última conversación de su hermano, le parecía aburrido una tonta teoría donde una mariposa puede causar un tornado. La tonta teoría se volvió realidad, y todo por una pequeña mentira.

“No puedes arrancar una flor sin afectar una estrella.”

Charles se despertó de golpe, su cuerpo cubierto de sudor frío, su corazón latiendo con una fuerza dolorosa en su pecho. El grito que había intentado liberar en su sueño escapó finalmente de sus labios, un gemido desesperado que resonó en la soledad de su habitación. Se llevó las manos al rostro, intentando en vano ahogar los sollozos que surgían desde lo más profundo de su ser.

El dolor era insoportable, como si una garra invisible le estuviera arrancando el corazón. Los recuerdos del accidente lo asaltaron con una ferocidad implacable. Podía ver los rostros de su hermano, de su prometido, incluso de su padre, una y otra vez. Los extrañaba con una intensidad que lo dejaba sin aliento, como si su alma fuera devorada por un vacío insaciable.

Su hermano... Su hermano siempre había sido su apoyo, su compañero de juegos en la infancia, su confidente en los momentos difíciles. La risa de Jules resonaba en sus oídos, un eco lejano de días que nunca volverían. La ausencia de su hermano era una herida abierta, un vacío en su vida que nada ni nadie podía llenar. Charles sentía una punzada de dolor al recordar las bromas compartidas, las conversaciones a medianoche, las promesas que habían hecho de estar siempre juntos. Ahora, todo lo que quedaba era el silencio, un silencio que lo ahogaba.

Y luego estaba su prometido, la persona que había llenado su vida de amor y alegría. La pérdida de su prometido lo destrozaba de una manera que apenas podía comprender. No volvería a ver esos ojos llenos de amor, no volvería a sentir esos abrazos que lo hacían sentir seguro, no volvería a escuchar esa voz que siempre sabía cómo calmar sus tormentas internas. La idea de vivir el resto de su vida sin él era insoportable. El dolor lo consumía, lo destrozaba por dentro, dejándolo vacío y roto.

Incluso su padre, con quien la relación nunca había sido fácil, le hacía falta. Su padre, que siempre había sido duro, exigente, pero también su protector en los momentos difíciles. Ahora que se había ido, Charles se daba cuenta de cuánto lo extrañaba, de cuánto le hubiera gustado reconciliarse, decirle todo lo que nunca se atrevió. Pero ya era tarde. Su padre también se había ido, y la posibilidad de enmendar las heridas del pasado se había esfumado para siempre.

La culpa lo inundaba, un peso insoportable que lo hacía encogerse sobre sí mismo, buscando un alivio que sabía que nunca llegaría. Había sido su descuido, su olvido de mandar el auto al taller, lo que había provocado el accidente. Esa simple acción que no llevó a cabo, ese detalle que había ignorado en medio de una de sus tantas fiestas, había costado la vida de las personas que más amaba. 

El dolor de la culpa era un fuego que lo consumía, quemando cada rincón de su ser, dejando solo cenizas donde alguna vez hubo esperanza. ¿Cómo podría vivir consigo mismo sabiendo que su olvido había destruido todo lo que amaba? ¿Cómo podría encontrar la paz cuando cada día, cada noche, ese recuerdo volvía para atormentarlo?

Se levantó de la cama, tambaleándose como un fantasma, y se dirigió a la ventana. Afuera, el sol apenas comenzaba a asomarse, pero para Charles, la luz no traía consuelo, solo un nuevo día para revivir el mismo dolor.

Apoyó la frente contra el vidrio frío, sus lágrimas cayendo silenciosamente. El sentimiento de pérdida, de culpa, de desesperanza, lo abrumaba. Estaba solo, atrapado en un abismo de dolor y arrepentimiento, sin saber si alguna vez podría salir de él.

El amanecer avanzaba, pero Charles permanecía allí, inmóvil, atrapado en su sufrimiento. El dolor de perder a su hermano, a su prometido, a su padre, lo había dejado roto, y no sabía si alguna vez podría recomponer los pedazos de su alma, su alma que ahora ardía en un infierno privado solo para él.

───Es inevitable…───Soltó entre lágrimas────Al final siempre será mi culpa, y no hay nada que yo pueda hacer…

𝑽𝒊𝒄𝒊𝒐𝒔 𝑹𝒐𝒋𝒐 𝒇𝒖𝒆𝒈𝒐 𝑨𝒛𝒖𝒍 𝒎𝒂𝒓𝒊𝒏𝒐 || 𝑳𝒆𝒔𝒕𝒂𝒑𝒑𝒆𝒏 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora