Soren

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Colgué el teléfono apretando el dispositivo entre mis dedos como si quisiera hacer saltar dramáticamente el cristal. Las conversaciones con mi jefe siempre eran desagradables, como solían ser siempre que tratabas con un capullo integral. Pero aquella vez su mensaje había sido bastante claro: me había despedido.

Inspiré hondo, tratando de tranquilizarme y de tragarme la bola de palabras e improperios que se había formado en mi garganta tras haber aguantado casi una hora de bronca sin apenas hablar, y tragándome unas cuantas cosas que me hubiera gustado decirle sobre su mierda de condiciones y cómo tenía a su plantilla. Literalmente era un esclavista que tenía a un montón de gente sin estudios, trabajando demasiadas horas para la miseria que pagaba, a sabiendas de que ninguno encontraría algo mejor.

Muy a pesar, no podía culparle del todo. Mis últimas semanas habían estado llenas de faltas, alegando enfermedades que no tenía, citas del médico cuyos justificantes falsos había sacado de internet y compromisos familiares a los que nunca asistí. Todo ese tiempo lo había pasado con Dragan en el In Chains, o en casa, hundido en una espiral y abrumadora de pensamientos confusos y agrios.

Aun así, no lamentaba demasiado haber perdido esa mierda de trabajo. Realmente lo detestaba. El único motivo por el que había aguantado meses de broncas y me había pasado doce horas al día deslomándome preparando pedidos y entregas; era porque necesitaba el dinero.

Me dejé caer sobre el blando colchón de mi habitación alquilada, abandonando mi ira en pos del inminente bajón anímico. El teléfono cayó en algún lugar sobre la colcha, silenciado. Mi mirada se perdió en el techo amarillento. Mis iris se pasearon por las paredes de mi estrecha habitación, completamente empapeladas por mis bocetos, dibujos a medias y apuntes de proyectos empezados que, probablemente, nunca terminaría. Habían quedado todos relegados a meros adornos destinados a cubrir los desconchones y las grietas de la pared.

Sobre la mesa que hacía las veces de escritorio, prácticamente pegada a la cama, mi portátil emitía música metal a bajo volumen. Normalmente usaba los auriculares para escucharla, pero ese día tuve la suerte de que mis tres compañeros de piso se hubieran ido de excursión durante el fin de semana, dejándome un poco de tranquilidad. No me habían invitado a ir, cosa que agradecía. La gente nunca se me había dado bien, y ellos eran estudiantes de universidad que poco o nada tenían que ver conmigo. De hecho, la mayor parte del tiempo yo no les aguantaba, eran ruidosos, desordenados y sucios. Muchas veces me había tocado limpiar sus restos de la cocina, desatascar bolas de pelo del plato de la ducha (por lo hablar de lo que había llegado a sacar del váter) y limpiar vómitos y otros rastros de resaca por el pasillo principal.

Por desgracia, no habían muchos lugares de alquiler económicos en New Haven. Los otros inquilinos llamaban a mi cuarto "el escobero", y con motivo. La única ventaja que tenía era el armario empotrado donde guardaba casi la totalidad de mis cosas. En verdad, con lo que ganaba en el almacén, podría buscarme una habitación mejor o algún estudio pequeño en el extrarradio donde vivir por mi cuenta. No obstante, la mensualidad del In Chains me dejaba muy poco margen de dinero. En más de una ocasión había dejado de pagar comida u otras necesidades personales para poder permitirme seguir allí. Algo que cualquiera tacharía de locura, pero que para mi había sido un sacrificio necesario para poder lograr algo que quería. O que, más bien, necesitaba.

"Y ahora... ¿Qué voy a hacer?", me pregunté. ¿Cómo iba a poder seguir pagando mi entrenamiento? Tendría que buscar otro trabajo que me diera la libertad de horarios que solía tener en los almacenes, y eso no iba a ser fácil para un joven sin estudios como yo.

Cerré los ojos, inspiré hondo. Recordé con añoranza la calidez de la casa de Ariel y Leon, con quienes había convivido un par de meses, antes de que mi anterior dómine se mudara. Guardaba aquellos recuerdos como algo frágil y preciado, de las pocas cosas que aun lograba arrancarme una sonrisa. Especialmente esa sensación al despertar bajo las caricias del sol entrando por la ventana del cuarto de Leon, adornado con pósters de músicos, vinilos y guitarras. El olor a café cada vez que Ariel hacía el desayuno en la cocina, el sonido del agua en el baño mientras mi dómine se duchaba y su posterior aparición envuelto en la toalla atada a la cintura, con el pelo empapado goteando por su perfecta espalda. Su sonrisa de ojos verdes respondiendo a la mía, adormilada. Una caricia tierna sobre mi pelo deslizándose acto seguido por mi cuello...

In Chains: Encadenados (RESUBIDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora