Hablábamos tanto que las horas se desvanecían, y con ellas los días y los meses. Desde el principio fue evidente que compartíamos algo más que gustos en común; éramos dos mitades que se completaban la una con la otra, éramos almas gemelas.
Cada conversación que teníamos, cada canción que escuchábamos, cada video que veíamos, y cada noche que pasábamos juntos se convirtieron en mis momentos más preciados. No había nada en el mundo que pudiera compararse con la felicidad que sentía cuando estaba contigo.
Con el tiempo, me di cuenta de que lo que sentía por ti no era algo pasajero. Me gustabas, y no solo un poco; me gustaba todo de ti. Cada vez que veía tu sonrisa, cada vez que tus ojos brillaban al verme, y cada vez que escuchaba tu voz suave y melodiosa, me sentía más conectado a ti. Disfrutaba tanto estar contigo, tanto que no quería que todo esto se quedase en una simple amistad; deseaba algo más profundo.
Me di cuenta de mis sentimientos rápidamente, quizá antes que tú. Y antes de darme cuenta, ya estaba enamorado de ti.
Estaba enamorado de cada gesto tuyo, de cada pequeña acción, de cada mínimo detalle que hacía que fueras tú. Me enamoré de tu rostro, de tu cuerpo, pero, sobre todo, de tu esencia.
Éramos dos almas errantes, vagando sin rumbo hasta que nuestros caminos se entrelazaron.
Y ahora, somos dos almas compartiendo un mismo destino, dispuestos a caminar juntos por este largo camino hasta que ya no podamos caminar más.