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El timbre retumbó entre las paredes del colegio privado, haciendo que los jóvenes, aburridos y cansados, salieran del aula a toda prisa

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El timbre retumbó entre las paredes del colegio privado, haciendo que los jóvenes, aburridos y cansados, salieran del aula a toda prisa. Las pisadas eran tantas que podían volver loco a cualquiera, menos a aquellos que se encontraban en lugares apartados.

Samantha y Félix habían encontrado su propio refugio en el rincón más alejado del gimnasio, justo debajo de las gradas, donde el silencio se convertía en cómplice de sus encuentros. Samantha, con un libro clásico entre sus manos, estaba completamente absorta en la lectura, sus ojos recorriendo cada línea con una concentración que solo ella podía mantener. Sin embargo, su cuerpo estaba en otra situación, y la tensión era palpable.

El mayor, siempre jugueton y un poco descarado, estaba sentado detrás de Samantha, sus largas piernas entrelazadas con las de la rubia mientras sus manos exploraban los muslos expuestos de su amiga. Sus dedos, delgados y habilidosos, se movían con una familiaridad inquietante, acariciando la piel suave con ternura y provocación. Pero lo que hacía que la situación fuera aún más complicada para Samantha no era solo el contacto físico, sino la creciente sensación de calor que se acumulaba en su pecho, un fuego latente que no sabía descifrar.

La menor era conocida por su seriedad y su devoción por los estudios, no estaba preparada para lo que Félix despertaba en ella. Era como si las caricias del pelinegro fueran un lenguaje que nunca había aprendido, uno que hablaba directamente a sus nervios, acelerando su pulso y desdibujando la línea entre lo que consideraba inocente y lo que claramente no lo era.

- ¡Félix, deja de hacer eso! - exclamó, cerrando su libro de golpe con un ademán nervioso.

Intentó tomar las manos del mayor para apartarlas, pero la firmeza con la que el mayor la sostenía la hizo dudar de sus propias fuerzas.

Félix, con esa sonrisa que era a la vez inocente y traviesa, observó cómo Samantha luchaba entre el deseo de mantener el control y la inexperiencia que la mantenía al borde del abismo.

-¿Qué pasa, Samy? -preguntó en un susurro, acercando sus labios al oído de la rubia, provocando un escalofrío que recorrió toda su columna-. Solo estoy jugando... Esto es lo que hacen los amigos, ¿no?

Samantha cerró los ojos con fuerza, como si de esa manera pudiera bloquear las sensaciones que la abrumaban. Sabía que Félix estaba jugando, pero el problema era que su cuerpo no entendía las reglas de ese juego. Las manos del mayor se movieron entonces a su cintura, subiendo lentamente hacia sus costados, deslizándose con una familiaridad que encendía en Samantha una alarma interna, una que gritaba por huir y quedarse al mismo tiempo.

-¡No es un juego! -protestó la rubia, su voz más aguda de lo que pretendía. Sentía que su corazón latía tan rápido que apenas podía pensar con claridad. Intentó apartarse de Félix, pero el mayor simplemente la retuvo con un suave apretón, como si fuera una simple marioneta en sus manos.

- Oh, vamos, Sam - murmuró con una risa que retumbó en el espacio cerrado, haciendo que la tensión en el aire se espesara aún más -. Eres tan tensa... Necesitas relajarte un poco, ¿sabes? Deja que te enseñe cómo hacerlo.

La rubia se mordió el labio inferior, sus ojos abiertos de par en par mientras intentaba procesar las palabras de su amigo. Félix siempre había sido así, juguetón y atrevido, pero nunca había llegado tan lejos. Samantha sabía que debía detenerlo, que esto estaba cruzando una línea que no estaba preparada para cruzar, pero la cercanía, la calidez del cuerpo de Félix contra el suyo, la dejaba sin palabras, sin aliento.

- Felix... - exhaló, su voz apenas un susurro, mientras intentaba apartar las manos del mayor de su cuerpo. Pero Félix, en lugar de retroceder, llevó sus manos a los pechos de Samantha, acariciándolos con una presión que hizo que la rubia soltara un pequeño jadeo de sorpresa, seguido de un sonrojo furioso que se extendió por su rostro.

- ¡Félix, para! - gritó finalmente, con un tono que mostraba la desesperación con una confusión creciente.

Félix soltó una carcajada baja, pero apartó las manos con un suspiro fingido de resignación.

- Está bien, está bien - dijo con una sonrisa traviesa, levantando las manos en señal de rendición-. No más juegos... por ahora.

La menor soltó un respiro tembloroso y se cruzó de brazos, tratando de protegerse del asalto de sensaciones que Félix había dejado en su cuerpo.

-Esto no es un juego, Francisco... -su voz temblando mientras intentaba recuperar el control de sí misma-. No deberías... no puedes hacer esas cosas.

Félix se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en los gatunos, con una intensidad que hizo que la rubia se estremeciera.

- Algún día, Sam, te darás cuenta de que hay más en la vida que libros y estudios -susurró, su tono serio por primera vez-. Y cuando lo hagas... estaré aquí para enseñarte todo lo que necesitas saber.

Samantha se quedó sin palabras, sintiendo que sus piernas temblaban bajo el peso de las palabras de Félix. Sabía que su amigo hablaba en serio, y eso la aterrorizaba más que cualquier otra cosa. No porque temiera a Félix, sino porque, en el fondo, temía que pudiera tener razón.

Mientras Félix se recostaba de nuevo, dejando que el momento de tensión se disipara, Samantha abrió su libro con manos temblorosas, fingiendo que podía concentrarse en la lectura. Pero las palabras en la página parecían perder su significado, desvaneciéndose en el aire como el eco de la risa de Félix. La rubia sabía que algo había cambiado entre ellos desde que había cumplido los dieciocho, aunque simplemente no sabía el por qué o precisamente qué cambió.

Pero estaba segura de que pronto lo descubriría.




Pero estaba segura de que pronto lo descubriría

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𝐁𝐨𝐨𝐛𝐬❝ʳⁱᵛᵉʳᵈᵘᶜᶜⁱᵒⁿ❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora