XII

42 8 4
                                    


La temporada de lluvias llegó a Midgard. Como todos los años, los días de viento que precedieron habían servido para poner a sus habitantes en sobre aviso.

Cuando Loki se despertó esa mañana, una lluvia suave ya había comenzado a caer y continuó haciéndolo durante todo el día, evitando que pudieran salir de casa salvo para lo indispensable. Tony lo hizo para traer la comida y regresó empapado, haciendo malabares con los cuencos de barro de sus manos.

Loki apenas pudo contener la risa al verlo dejar un rastro de agua por donde pasaba y su cabello rebelde ahora estaba aplastado contra su cabeza. Él masculló algunas quejas al notar las muecas divertidas del aesir y repartió los cuencos para que tanto ellos como los perros comieran una ración.

A media tarde, el tiempo volvió a cambiar. La tranquila lluvia, que había dejado charcos de barro y olor a tierra mojada se convirtió en una tormenta. La temperatura descendió, el viento rugió con fuerza y las calles de Midgard se convirtieron en ríos que lo arrastraban todo a su paso. El agua también se había aventurado a escalar hasta la entrada y más de la mitad de la primera instancia estaba ahora inundada.

Fenrir escapó de sus brazos con los primeros truenos, ocultándose bajo una manta de piel en la habitación más alejada y Loki se acurrucó en una esquina adivinando que iba a ser una noche difícil. Su cuerpo no dejaba de temblar de frío y algunas gotas de agua se filtraban desde el techo, golpeando su piel de forma irregular. Se encogió, en un intento de conservar el calor, esperando dormirse pronto para escapar de la sensación de sentirse congelado. Luego, estornudó.

Al segundo estornudo, Tony decidió que no podía aguantarlo más. Se levantó de su cama, hasta el lugar de Loki, y cortó la cuerda que lo hacía permanecer unido al poste para arrastrarlo hasta su cama.

Habían dormido juntos antes, en el bosque. En ese momento había sido una buena solución para ambos, no tenían refugio y era la manera más natural de conservar el calor. En Asgard, los cazadores se acurrucaban en grupos siempre que tenían que pasar la noche fuera, lo que no era inusual. Pero, entrar en la cama de un líder era diferente.

Los únicos que habían tenido habitaciones propias en su antigua aldea habían sido Odín y Thor, los demás se envolvían en pieles para protegerse del frío. Nadie más tenía derecho a ocupar una cama a menos que se tratara de la pareja afortunada del líder y él no lo era.

—Ven, tranquilo.

Tony lo guio hasta que ocupó un lugar en el colchón y Loki se sorprendió por lo blando que era en comparación con el suelo al que ya estaba acostumbrado. Había muchas pieles esparcidas sobre lo que podía ser un lecho de plumas y hojas.

Fenrir aulló de miedo y Loki miró en su dirección con ansiedad en los ojos.

—Está bien, trae también al perro, pero si destroza algo, serás tú el que lo arregle.

Loki tomó al cachorro en sus brazos y regresó a la cama, dónde Tony lo cubrió con más pieles y abrazó su cintura por detrás. El temblor de su cuerpo fue desapareciendo a medida que entraba en calor y el azul abandonaba las puntas de sus dedos. Cerró los ojos, dejándose arrullar durante toda la noche.

El dolor de cabeza fue lo que lo hizo abrir los ojos al día siguiente. Al intentar incorporarse, un mareo lo sacudió y volvió a dejarlo en la cama. Su boca sabía cómo si hubiese estado masticando raíces amargas y su garganta estaba irritada. Comenzó a toser, comprendiendo el motivo. Tony ya había salido de la cama y Loki volvió a intentar levantarse para averiguar dónde estaba.

Vio algunos trozos de madera caídos en la entrada y un rastro de paja. Tosió de nuevo y Tony apareció a su lado, obligándole a volver a acostarse mientras acariciaba su cabello y le susurraba palabras suaves.

El lobo que quiso cazar la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora