XVIII

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Desatar a Fenrir fue lo primero que hizo el aesir esa mañana. El cachorro aulló al verlo y casi lo derribó en el instante que deshizo los nudos de la cuerda. Desde entonces, Fenrir se mantuvo a su lado, alejado de Tony, quién trabajaba con sus armas en su rincón habitual.

Tony masculló algunas palabrotas mientras terminaba el molde de arcilla y lo dejaba secar.

—Regálale un perro, sólo para que lo quiera más que a ti.

Sabía que sonaba resentido, y era ridículo. Frente a él tenía lo que sería el descubrimiento más importante de su aldea: el metal era maleable cuando pasaba por las brasas, y había creado moldes que lo obligarían a adoptar la forma que él deseara. Podría crear armas mucho más precisas y fuertes de lo que su aldea había conocido hasta ahora y, aun así, su mente se negaba a concentrarse en ello porque estaba celoso de un perro.

Se rindió. Dejó lo que estaba haciendo para observar a Loki sin ganas de disimular más. Para su fastidio, él ni siquiera dio muestras de notar su presencia, se entretenía lanzando una rama a Fenrir, que la atrapaba y se la devolvía en sus fauces, sin mirar ni una sola vez en su dirección.

El brote de amargura en su estómago creció. No es que le molestara que Loki jugara con el perro, le gustaba verlo divertirse. Su sonrisa era adorable cuando la dejaba salir y sus ojos brillaban más cuando hacía travesuras, apreciaba eso. Y él había sido el primero en desear que desarrollara un vínculo con Fenrir cuando se lo regaló. Quería que el aesir superara su miedo y que Fenrir pudiera protegerlo si él no estaba. Sus emociones estaban siendo ridículas e ilógicas.

Quizás su mal humor sólo se debía a que le habían negado un beso al despertar. Loki había sido bastante receptivo a sus caricias los días anteriores, pero esa mañana, cuando Tony lo había intentado, el aesir se tensó y lo empujó fuera de la cama. ¿Cuánto iba a durarle el enfado por el maldito perro?

—Loki —llamó. No hubo ninguna respuesta del otro, pero sus hombros tensos dejaban adivinar que lo había oído —. Voy a salir, ¿vienes conmigo?

—¿Por qué me lo preguntas? No tengo más opción que hacer lo que tú decidas.

—Claro que tienes opción. Puedes quedarte atado aquí hasta que vuelva.

Las chispas de furia en los ojos verdes de Loki no le dejaron duda de que su comentario no había sido el más inteligente. Algún día tendría que aprender a controlar su lengua si no quería empeorar lo que fuera que hubiera entre ellos.

Sin embargo, funcionó, en parte. Loki se levantó, siguiéndolo con la expresión más descontenta que había visto en mucho tiempo y Fenrir lo hizo detrás, confundido porque Loki había dejado de mirarlo y lanzarle su juguete. ¿Era demasiado mezquino alegrarse de haber ganado a un perro? No le importaba. Punto para Tony.

Fue lo suficientemente sensato para no hacer más comentarios, hasta él sabía que no serían bien recibidos. En su lugar, caminaron en silencio en dirección a las cocinas.

Si se aventurase a adivinar, los hornos habían sido encendidos con las primeras luces, ya que el olor inundaba todas las zonas cercanas y había una gran cantidad de porciones de comida distintas, listas para ser repartidas. La misma cantidad de midgardianos hacía fila para hacerse con cualquiera de ellas.

Tony también fue allí, haciendo a esperar a Loki en un rincón. Regresó poco después, con un cuenco lleno de huevos y bayas de dos colores distintos.

—¿Te encantan los huevos, cierto?

El aesir recibió el plato, todavía con el ceño fruncido, y comenzó a comerlo en silencio. Tony supo que la comida no bastaría para arreglarlo esta vez y rodó los ojos. A él tampoco le apetecía comer con un compañero enfurruñado que hacía lo imposible por ignorarlo, su propia comida le había empezado a saber amarga en respuesta.

El lobo que quiso cazar la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora