El lobo que quiso cazar la luna

XI

Ni él ni Stark mencionaron nada sobre el ataque de llanto al que había sucumbido días atrás.

Loki había explotado después de que Jane saliera porque había ardido de celos. Hasta él mismo había sido consciente de ellos. Celos por no tener a alguien que fuera un igual, alguien que se preocupara por él, alguien con quien encajar. Porque se había comparado con ellos y se había sentido perdido, solo y diminuto.

Quizás no había sido lo peor que le había ocurrido desde que era prisionero, ni siquiera lo peor que había aguantado como un hombre libre en Asgard. En retrospectiva, sólo habían sido algunos comentarios estúpidos que habían derramado un vaso que ya estaba lleno.

Así que, durante unos pocos minutos, Loki dejó que se arrastraran todas las emociones que lo habían sobrecargado las últimas semanas: la traición de su padre y Asgard, el miedo que había sentido de forma casi constante, los sentimientos confusos que siempre traía la figura de Stark... todo ello convertido en agua. Y, después, se había sentido agotado y vacío, cómo una vasija de arcilla que se rompía y derramaba todo su contenido en la tierra.

Tony tampoco le había pedido explicaciones y agradecía que no hurgara en su vergüenza, pero creía que, aun así, entendía cómo se sentía. Los días siguientes lo había estado mimando, si es que podía considerarse así a seguir desnudo y atado a una cuerda, pero Stark se comportaba de forma más suave, las raciones de comida habían mejorado y se habían vuelto más variadas. Además de carne, Tony le había traído huevos, que siempre eran difíciles de conseguir, frutas y miel.

Tampoco volvió a enfrascarse en su trabajo, dejó de perder horas en cincelar herramientas y alargaron sus paseos. El collar de piedras verdes había sido olvidado entre el resto de cosas de Stark, tan intacto como el primer día.

Loki hubiera deseado volver al río, nadar de nuevo había sido divertido, pero el tiempo estaba cambiando y el viento era más frío. Ya no sería agradable esperar a que el Sol les secara después de salir.

En su lugar, Tony lo llevó al bosque y acamparon en él, lejos de las miradas de otros midgardianos, para su alivio. Se alimentaron de bayas y Stark cazó un jabalí que asó en una hoguera que improvisó en medio del claro.

También dejó que Loki permaneciera libre siempre que no se alejara de su vista y pasó ese tiempo recogiendo las plantas y flores más interesantes que pudo encontrar. Cuando terminó, hizo un paquete con ellas y se las entregó a Tony que rodó los ojos al recibirlas, pero terminó apilándolas con el resto de sus cosas. Como prisionero no se le permitía tener nada, pero confiaba en que Tony las guardara hasta el momento en que pudieran necesitarlas.

Cuando la noche avanzó lo suficiente para que costara ver más allá de lo que estaba a unos pasos frente a él, Stark decidió que era la hora de dormir y llamó a Loki para que lo hiciera con él.

Tony era cálido y los cubrió a ambos con una capa de piel. Loki se quedó quieto mientras Stark lo refugiaba en sus brazos y lo cubría con su cuerpo. El fuego también calentaba y no le importó no tener un techo que los protegiera del frío de la noche.

A la mañana siguiente, tuvieron que regresar.

Volvió a ser atado al poste de la habitación y Stark se fue de allí durante horas. Era el líder de la aldea y el tiempo que no pasaba con sus creaciones, lo que Loki sabía que disfrutaba más, lo gastaba en resolver los problemas de Midgard. Había visto como algunos de sus habitantes se abalanzaban sobre él pidiéndole toda clase de cosas, nuevas herramientas de trabajo o armas para impresionar a una pareja la mayoría de veces, él respondía con una sonrisa amable diciendo que luego se encargaría, pero Loki sabía que no era una sonrisa sincera.

Tony no era tan sociable como trataba de aparentar. Su personalidad era mucho más compleja, compuesta por decenas de capas que se interponían entre sí y formaban algo único.