Capítulo 4. ¿Qué es este sentimiento?

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—Me agradan estos tipos de encuentros, bello—Dijo la joven veneciana de cabellos cortos azabache, haciendo círculos con su indice sobre el pecho desnudo e inflado del florentino –Me ha encantado esa noche.

Ezio sólo le dirigió una sonrisa, quizá no de la más animada, pero sí la más tranquila que podía ofrecer, con sus manos en la nuca. —No sabes lo bien que me haces sentir a mí.

Ella formó una sonrisa retadora, esa típica de ella, pero no siempre mostraba reto, si no más bien, otras palabras que fueran de él. Él lo notaba, y rápidamente mostraba su nerviosismo, acomodándose en la cama para mirarla a los ojos y darle un profundo beso, quizá para demostrárselo de verdad, que de verdad se sentía bien con ella. —No de esa manera, lo sabes. Te aprecio, te quiero demasiado, Rosa.

Ella rió, dejando que su cabeza cayera en la almohada, su rostro brillara con los rayos del sol y su cabello corto y desordenado se esparciera en la misma almohada. Si había algo adorable en ese florentino, eran sus intentos por demostrar que de verdad quería a alguien. A ese alguien, se le podía realmente derretir el corazón sin siquiera él darse cuenta.

— Lo sé,— dijo ella con veleidad, con aquella personalidad que la caracterizaba, tan dura y chacal, pero a la vez tan coqueta; y tirando las sabanas hacia atrás, se enderezó en la cama, descubriendo su desnudo y contorneado cuerpo al sol, para levantarse. —Pero creo que es hora de ponerse en marcha, ¿No? Y tú tienes a alguien a quién cuidar.

Ezio arqueó una ceja viéndola vestirse. La verdad es que ambos habían tenido suficientes encuentros como para acostumbrarse a los cuerpos de cada uno, así que formó una mueca mirando a la sábanas y asintió con la cabeza. Sería hora de hacer caminar al bebé.





En cuanto la calma volvió a la vida y se encontró sólo consigo mismo, vestido de sus elegantes atuendos y firmes botas, Ezio entró por la puerta del inquilinato vigilada, y se dirigió a la habitación del asesino mientras terminaba de masticar lo último de una manzana. Se detuvo a observarlo un momento. Pudo notar como Altaïr se movió entre sus placidos sueños, dando un pequeño suspiro.

—Al parecer estás cómodo—. Sonrió Ezio en un susurro, de cierta manera, verlo durmiendo tan plácido, le tranquilizaba a él. Caminó en dirección a la ventana de la habitación, abriendo las persianas para que entrara la luz y las ventanas para que la habitación fuese ventilada, y lanzando la coronta de la manzana acabada por la ventana abierta, finalizó por voltearse a este asesino nuevamente. Realmente se veía apacible durmiendo allí, con un ritmo de respiración suave y tranquilo, era casi como ver la fragilidad en un hombre en su máximo esplendor, pero no de la fragilidad débil. Era como ver a alguien tras un cristal, siendo venerado amada y perfectamente, y no lo envidiaba por encontrarlo en ese estado, al contrario, se sentía incluso orgulloso de verlo tan plácido. Como que de verdad estaba haciendo algo bien.

Pero... aún tenía muchas dudas.


Nuevamente procedió a acercarse al asesino para observarlo y caer en otra de sus típicas hipnotizaciones raras en las que su mente se ponía en blanco observando su cuerpo, pero esta vez, quiso observar más de cerca su rostro.

Si era ese Altaïr del que se conocía allá en Monteriggioni, ¿Por qué estaba ahí? ¿Era posible siquiera que existiera la posibilidad de que esto sucediera? Su mente no estaba hecha para entender situaciones tan extremas como el tener a un tipo que resultó vivir en una época anterior a esta, y tenerlo ahora ahí mismo.

El asesino abrió los ojos de golpe, inesperadamente, sorprendiendo a Ezio. El asesino, alterado, giró sus ojos a la mesilla de noche divisando una navaja.

—Oh...— Ezio ya suponía a lo que el asesino iba. Maldición, si sólo no hubiese dejado aquella navaja allí para pelar aquella madera de lo aburrido que se encontraba en aquel lejano momento... ahora el asesino practicaría lo que se llamaba "Defensa personal".


The Golden Age [Ezio x Altaïr] || Assassin's CreedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora