Itu - Junio 2024

1 2 2
                                    


Itu se detiene tras su padre, que saluda a la dueña de aquella casa, y mira con la cabeza ladeada al niño que permanece sentado sobre sus tobillos a un lado del patio con un libro entre las manos. Dubitativa, se separa de su padre y se acerca con timidez a él hasta estar justo delante. El niño frunce el ceño y levanta la cara clavando en ella sus ojos oscuros y brillantes. Sus labios se tuercen en una mueca de disgusto e Itu no puede evitar fijarse en la tenue arruga que se le forma en el puente de la nariz.

—Me tapas el sol—dice él antes de volver a centrarse en su libro.

Itu pega un respingo y se aparta avergonzada. Sin embargo, vuelve a acercarse a él unos minutos después recibiendo de nuevo una mirada de hastío.

—Me tapas el sol y no me dejas leer—repite él de forma pausada, como si ella necesitase tiempo para entender el significado de las palabras. Itu frunce el ceño y se muerde la lengua, pero no se aparta esta vez.

—¿Qué lees?

—No creo que lo entiendas—murmura el niño antes de volver a centrarse en el libro.

Itu aprieta los puños con tanta fuerza que se hace daño en los dedos. Odia que la subestimen. Odia que la gente piense que es una simple cara bonita, que cuando su padre no esté, ella no será capaz de hacerse cargo del gobierno, que no vale para otra cosa que no sea ser una simple niña más, una futura esposa de un gobernador. Porque ella es mucho más que eso. Si hay algo en lo que Itu destaca por encima de todo es en conseguir lo que quiere y sabe que la paciencia es una virtud.

Con rapidez, le arrebata el libro al niño y se aleja lo suficiente como para que le de tiempo a echarle un ojo. Maldice en voz baja al no ser capaz de descifrar aquellos trazos, aquellos dibujos de figuras de reyes y torres bicolores. ¿Qué se supone que es eso?

Lanza una mirada al niño que se levanta de un salto con los ojos entornados. Itu aprieta los dientes y abraza el libro con fuerza. Mira a su alrededor buscando donde esconderse. Una puerta abierta al fondo del patio se mece con un suave crujido con la brisa cálida que sopla desde el sur. Clava sus ojos en el niño una última vez, sonríe de lado y sale corriendo en aquella dirección. Oye sus pasos tras ella, por lo que fuerza a sus piernas a correr más rápido, pero la tela que rodea su cintura a modo de falda le impide moverse con la misma facilidad que él.

Sale al patio trasero y se dirige al pequeño edificio que compone la cocina, lo rodea y se encoge tras él. Abre el libro y ojea una a una las páginas, intentando captar la información básica. No es hasta llegar a una colorida ilustración a doble página que entiende de qué trata todo eso: un juego. Un simple juego de figuras sobre un tablero que reconoce del despacho de su padre.

El niño llega junto a ella y le arrebata el libro desgarrando la imagen que cae sobre su regazo como una pluma. Itu la mira con tristeza y está a punto de devolvérsela al niño cuando este le espeta:

—¡Esto es culpa tuya!

—Lo has roto tú. Yo sólo quería mirar.

—¿Para qué? Ni que fueses a entender algo.

—A lo mejor sé más que tú, cerebrito—responde Itu entre dientes.

Jengo bufa y se aleja de ella, dejándola sola con aquella hoja desgarrada sobre la falda. Itu la toma con delicadeza, la dobla en varias mitades y se la esconde entre los pliegues de la ropa, decidida a hacerle ver a aquel niño quién es ella. Porque ahora mismo lo que quiere es que él la vea como una igual, como alguien con quien poder pasar el tiempo. Y lo va a conseguir cueste lo que cueste.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

¿Qué hubiera pasado si Itu se hubiera sentado a su lado en lugar de quitarle el libro?

Érase una vez... EbonmereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora