Nkosi - Octubre 2024

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Nkosi siempre se había sentido torpe, demasiado voluminoso para escapar tras hacerse con la bolsa de monedas de cualquier incauto y sin la agilidad suficiente en los dedos para hacerlo sin que se percataran. Si el resto de los muchachos lo dejaban en paz era porque le tenían miedo. El tamaño de sus músculos era motivo de admiración por parte del resto y, aunque nunca le había hecho daño a nadie, permitía que los rumores de cráneos triturados y huesos rotos lo siguieran.

Dejó de importarle el día que la conoció. Era una chica preciosa de piel brillante, del color de la arcilla, piernas largas y cintura estrecha, cuya mirada oscura y su amplia sonrisa le visitaban cada noche en sueños. Estaba enamorado, pero ella no le correspondía. Muy a su pesar, su corazón pertenecía a otro. Tafari era un muchacho alto, del color de la teca, fibroso y de sonrisa seductora. Nkosi lo odiaba. Representaba todo lo que él quería: perfección, carisma y popularidad. Pero sobre todo porque la tenía a ella.

Los observaba desde las sombras y se imaginaba que eran sus labios a los que ella besaba, sus manos las que la acariciaban y sus palabras las que la hacían ruborizarse. Su obsesión era tan grande, que comenzó a seguirla allá donde fuera. Desde el almacén cerrado dónde vivía hasta la zona donde los establecimientos de dudosa reputación daban lugar a todo tipo de negocios turbios. Allí vigilaba que nadie le hiciera daño antes de seguirla de vuelta al almacén horas después.

Ella sabía que él estaba allí, sus miradas se habían cruzado en más de una ocasión, seguidas siempre de una sonrisa. Aquello era suficiente para él puesto que ya sabía que estaba fuera de su alcance.

Tafari se lo dejó claro. Lo esperó una noche cerca de su hogar, apoyado contra la pared con los brazos cruzados y al pie derecho flexionado. Su postura era casual y desenfadada, pero Nkosi era capaz de notar la tensión en sus músculos. Parecía un gato acechando a su presa. Pasó junto a él lanzándole una mirada de desprecio. Fue unos metros más adelante, justo donde la calle empezaba a estrecharse, cuando se percató de que lo estaba siguiendo.

Se dio la vuelta con rapidez para encararle, recibiendo de Tafari una sonrisa ladeada. Se detuvo a un metro de distancia y lo miró de arriba abajo antes de clavar sus ojos oscuros sobre los suyos.

—¿Qué crees que estás haciendo, Nkosi?

—¿A ti qué te importa?

—Me importa cuando se trata de Nía. He visto cómo la miras y cómo la sigues. ¿Eres de ese tipo? ¿Un pervertido?

Nkosi apretó los puños. ¿Él? ¿Un pervertido? ¿Después de cómo cuida de ella cada día?

—¿Ella te ha dicho eso?

Tafari esbozó una sonrisa divertida.

—¿Crees que le interesas? No sabe que existes. Ni siquiera das miedo, Nkosi.

—Te lo doy a ti. Si no, no estarías aquí.

Tafari gruñó y dio un paso hacia él.

—¿Tú? —Suelta una carcajada amarga—. No me hagas reír. ¿Crees que ella elegiría a alguien como tú?

—¿Tienes miedo de que pueda quitártela?

—¿Quitármela? —resopló Tafari—. ¿Y qué harías con ella? El resto de las chicas dicen que no te funciona.

Nkosi no supo cómo llegaron las manos a su cuello, pero en un segundo lo tenía sujeto contra la pared, con los pies pataleando en el aire.

—¿Qué has dicho? —preguntó entre dientes apretando aún más, haciendo que Tafari boqueara en busca de aire—. Acabaré contigo aquí mismo. ¿Me oyes? Ella no se merece un tipo como tú, rata inmunda.

—Nkosi, suéltalo.

La voz de Nía resonó a su espalda sobresaltándolo. Aflojó el agarre pero lo mantuvo contra la pared el tiempo suficiente como para dejarle claro que iba en serio antes de lanzarlo al suelo con fuerza.

Nía se agachó junto a Tafari y se aseguró de que se encontraba bien antes de clavar sus ojos de color ébano en los suyos.

—Ibas a matarlo.

—Yo... no...

—No era una pregunta. Necesito una persona así a mi lado, alguien que sea capaz de hacer lo que sea necesario por mí. ¿Eres tú?

Nkosi repasó a Nía con la mirada, se detuvo en las curvas de su cadera, en sus pechos y en la sonrisa ladeada que le estaba dedicando. ¿Haría lo que fuera por ella? Su corazón comenzó a latir con fuerza en el pecho. Iría al infierno por ella si hiciese falta tan solo por ver su sonrisa. Y así se lo dijo. La sonrisa de Nía se hizo mas amplia, llegando a sus ojos que brillaron con un destello afilado como un cuchillo.

—Estupendo—dijo ella—. Porque necesito que mates a alguien.

¿Qué hubiera pasado si Nkosi no hubiese atacado a Tafari?

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⏰ Última actualización: Oct 02 ⏰

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