3- 2016: Walter

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Una amiga y yo estábamos haciendo el Camino de Santiago, en la penúltima etapa del recorrido francés. Ese viaje se convirtió en una oportunidad única para que nuestras conversaciones se volvieran más profundas a medida que avanzábamos. Revelábamos pensamientos, emociones y heridas del pasado, como si cada paso fuera una confesión que dejábamos atrás, un lastre menos en nuestro camino.

Hablábamos del poder sanador del "ahora", de la importancia de vivir el presente. Reflexionábamos sobre cómo, desde esa consciencia, podíamos perdonar casi cualquier cosa y conectar con una gratitud infinita. Incluso el dolor que nos había llevado hasta allí, hasta ese instante, parecía tener un propósito, como si, al final, todo valiera la pena.

Con toda esa emoción en el pecho, seguimos caminando. Al poco tiempo, nos topamos con una furgoneta que parecía una pequeña casa aparcada en mitad del sendero. Me detuve y bromeé:

—¿Ves? ¡Eso es! Vivir diferente. Mola. Tendría que comprarme una igual y viajar sola por ahí.

Justo en ese momento, comenzó a chispear, pero Galicia ya nos había entrenado para los chaparrones repentinos. Aceleramos el ritmo hasta que llegamos a un cartel que decía: "A veces, solo hace falta un momento de iluminación para darse cuenta de lo verdaderamente necesario para vivir". Me detuve bajo la lluvia, y vi otro cartel que se empapaba con las palabras: "¿Para qué caminar tanto cuando la belleza está en la quietud del momento?". Me quedé paralizada. Sentí un escalofrío y agarré a mi amiga por el brazo, sugiriendo que nos detuviéramos en el lugar donde estaba el dueño de esos carteles.

Nos encontramos en lo que parecía un porche convertido en refugio. Un hombre conversaba con unos peregrinos al lado de una especie de altar lleno de libros. De repente, la lluvia comenzó a caer con una fuerza desmesurada, y la mitad de los peregrinos que nos encontrábamos allí buscamos refugio bajo ese techo improvisado.

Al fondo del porche había un banco, perfecto para disfrutar de uno de esos momentos de quietud de los que veníamos hablando, y parecía que la lluvia nos invitaba a hacerlo.

Cuando me senté, el perro que acompañaba al hombre vino corriendo hacia mí. Lo vi como un consuelo cósmico para sanar la nostalgia que mi fiel amigo me había dejado tras su partida reciente. Nos saludamos durante un buen rato, mientras yo observaba al hombre hablando con los caminantes.

—¿No te suena de algo? —le pregunté a mi amiga.

Ella se encogió de hombros y aprovechó la pausa para revisar su teléfono. El hombre, siguiendo la pista al perro, se acercó a mí. Lo miré frunciendo el ceño, intentando recordar de dónde lo conocía.

—¿Nos conocemos? —me preguntó al ver mi expresión.

—Eso estaba pensando. Me suenas mucho. ¿Has sido músico o algo así?

Por alguna razón, lo imaginé cantando o tocando, como si lo hubiera visto en algún lugar. Él se echó a reír y me dijo que sí había tocado, pero que no se dedicaba a eso, así que descarté la idea. Después de presentarnos como Flan, Walter y yo, me levanté y me dirigí al "altar".

—¿Vendes libros? —pregunté.

—Yo lo escribí —respondió.

—¡Vaya! A mí me encanta escribir —dije mientras ojeaba la portada.

—¿De dónde eres? —me preguntó.

—De Barcelona, ¿por?

—Tienes rasgos... como de origen africano. Los ojos —dijo, y me reí con vergüenza. —¿Y qué viniste a hacer en el Camino? —preguntó.

Cuéntame tus 'te cuento' y te cuento un cuentoWhere stories live. Discover now