capítulo 3: momentos de debilidad.

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Lyon, cuando estaba contigo, siempre me sentía entusiasmada.
Podía actuar de formas tan alocadas como sólo tú podías.
La gente decía que tú eras súper rara.
Pero ante mis ojos, tú eras todo lo que me gustaba, todo lo que estaba bien.

No había defectos en tí.
Tus ojos eran... Son preciosos.
Tu sonrisa es hermosa.
Tu cabello es precioso.
Tu voz es hermosa.
Tu cuerpo es precioso.
Tu alma es hermosa.

Luchaba por reprimir mis sentimientos, por miedo a perderte. Había momentos en los que me sentía perdida, y tú eras el hilo que me mantenía anclada a la esperanza en mis días oscuros.

Me gustabas y, aunque me daba miedo ser rechazada y que nuestra amistad se acabara por culpa de mi egoísmo, te insinuaba que te deseaba, que te amaba.

Después de varios meses de amistad, un día, entre juegos y preguntas vagas, te pregunté:

"Si el amor de tu vida fuera una chica, ¿Estarías con ella?"

Tu respuesta fue un "no", y eso me llenó de tristeza.
Entendí que no podía tenerte.
Luego, un mes después, me rendí.

Una noche, chateando por Messenger, me propusiste jugar "Verdad o Reto". Acepté con entusiasmo y comenzamos el juego. Hiciste preguntas sencillas al inicio, pero eventualmente llegamos a temas más profundos.

Entonces, te declaraste. Te confesaste.
Recuerdo claramente la sensación, como si algo se hubiera encendido adentro.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza y los nervios se dispararon. Era una sensación desconocida y abrumadora.

Nunca había experimentado algo tan intenso. No había imaginado que pudieras fijarte en mí; tu declaración me tomó completamente por sorpresa y me mantuvo despierta esa noche, imaginándome cosas bonitas y pervertidas, entremezclando pensamientos bellos y atrevidos.

Me citaste en el parquecito.
Había meditado y reflexionado sobre lo que sentía por tí.
Lyon, me pediste salir contigo.
Me negué.
Aunque sentía el impulso de decirte que sí, me cohibí; percibía que no estabas segura de lo que querías.
Pensé que solo buscabas experimentar, que sólo querías jugar conmigo.

Me pediste una razón de peso por la cual no podía aceptar salir contigo. Expuse mis temores: el miedo a enamorarme profundamente y a ser lastimada, un temor que siempre había llevado conmigo, pues había sufrido en el pasado.

Cuando llegó mi hermana a buscarme y, después de una breve charla, te pedí que me preguntaras de nuevo. Y cuando lo hiciste, no pude evitar sonreír y respondí: "Sí, quiero salir contigo". Antes de marcharme, te abracé y te di un beso en la mejilla, dejando atrás un torrente de emociones.

Mi hermana siempre había sido consciente de lo que sentía por ti.

Así, comenzamos a construir algo especial, una relación hermosa y significativa. Pero, con el tiempo, empecé a notar que te distanciabas.

Tu vida se llenaba de problemas y la escasez de tiempo para dedicarme se hacía cada vez más evidente. A pesar de mis esfuerzos por mantener viva nuestra conexión -celebrando aniversarios con pequeños regalos- una tristeza me invadía al sentirme frecuentemente abandonada.

Recuerdo cómo me esforzaba por entender tus ausencias. A menudo, te encontrabas enferma o lidiando con las restricciones que tu madre te imponía. Pero, en el fondo, sabía que no era intencionado. A veces, solo deseaba que las cosas fueran diferentes, que pudiéramos compartir más momentos juntas, sin esas sombras que nos acechaban.

¿Te acuerdas de esos días, ?

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