VII. UNA MANO AMIGA

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DÍA 7
DETROIT: BECOME HUMAN

El jabón escurrió por su pecho cuando Erik abrió de nuevo la regadera, enjuagando la espuma que se había creado después de tallar el cuerpo de Charles con una suave esponja, cuidadosa y dedicadamente.

Charles estaba sentado en una silla de plástico en medio de la ducha, cuyo asiento estaba amoldado con un cojín para evitar el cansancio, los calambres y los espasmos musculares repentinos. Con la ayuda del androide, se cambiaba de su silla a dicho asiento para bañarse; una vez ahí, Erik lo ayudaba a desvestirse hasta estar completamente desnudo.

Las primeras veces, Charles había insistido en conservar sus calzoncillos holgados, demasiado pudoroso como para permitir exhibir sus genitales frente a Erik. Sin embargo, con el tiempo y conforme el androide se fue familiarizando más con su rutina privada —sus horarios para visitar el baño, colocar los catéteres y las bolsas que debía portar al salir en caso de emergencias y presenciar un par de erecciones matutinas de vez en cuando—, Charles perdió el miedo a desnudarse y también a permitir que Erik lo tocase para limpiar.

Habría sido un acto íntimo y quizás sexual en una instancia diferente. Sin embargo, Charles se había resignado a una vida sin ese tipo de emociones y sabía con certeza que Erik tampoco se dejaba influenciar por tentaciones sinuosas, siendo él un androide tan recto y empecinado en su tarea de ayudar.

El problema residía aquí: Charles, con el pasar de los meses, había desarrollado una sútil atracción hacia el androide. Era capaz de ocultarla en su día a día, de mantenerse a raya y de recordarse que, ante todo, dejarse llevar por esas ideas podría resultar en un abuso de poder, pues Erik lo complacería con tal de ayudarlo, mas nunca podría corresponderle sinceramente. Por otro lado, Charles aún no estaba seguro de sus propias opiniones sobre las relaciones interpersonales entre humanos y androides.

Todo esto concretaría su posición en el asunto, de no ser por las reacciones involuntarias de su cuerpo. Con el resto de sus sentidos agudizados debido a la falta de tacto en la parte inferior de su cuerpo, el olor agradable de los jabones se volvía más fuerte en el aire, asimismo la sensación del vapor del agua caliente y su percepción de los sonidos a su alrededor. No ayudaba que Erik fuese un androide tan atractivo que tenía el deber de tocarlo para agilizar sus tareas. Charles a veces se sorprendía a sí mismo mirando a su compañero por segundos tan largos, que el androide le dedicaba una mirada confundida debajo de sus pestañas humedecidas por el agua.

—¿En qué piensas? —preguntó el androide esa tarde, atrapando a Charles en uno de sus momentos contemplativos.

Los ojos del profesor se apartaron del rostro de Erik abruptamente, mirando hacia sus propias rodillas.

—Tienes algo en mente. —El androide insistió.

—Por lo general, saber eso suele ser habilidad mía.

Erik detuvo el movimiento de su mano en el muslo ajeno y parpadeó con lentitud, apagando la ducha con una indicación remota.

—No puedo leer tus pensamientos, Charles.

—Ni yo los tuyos.

—Por ende, para poder asistirte en tus dudas, debes decirme qué es lo que necesitas.

Charles pegó su barbilla a su pecho, frustrado. Luego, aspiró una larga bocanada de aire.

—Me siento como un pervertido —balbuceó, tan bajo que ni siquiera él mismo pudo percibirlo. La mirada de Erik inquirió con insistencia, probablemente por la misma razón—. Un pervertido. Así es como me siento.

—¿Por qué?

—No lo sé. Luces más joven que yo y estás aquí, recorriendo mi cuerpo con una esponja.

COSA DE AZAR [CHERIK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora