Souvenirs doux ou amers

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El traje beige, ese es el traje que Yerin recuerda con amor.

Fue el traje que ella misma le quitó en su primera vez, en la sala de juntas vacía en medio de una celebración y ahí, la besó, para después hacerle una felación. El traje beige que se tuvo que lavar ahí mismo por manchas de líquido y sus propios fluidos porque Jennie la folló en la mesa y contra la pared, en la todavía imagen proyectada.

La azabache abrió el closet, pero ella misma sólo se asombró y se dijo ahí un 'Oh' decepcionado.

No estaba el traje. Ya no había sacos, es más, había nuevos.

Yeri ladeó su cabeza viendo a Jennie entrar suspirando, dejando una chaqueta americana en el perchero y su maletín en el suelo, acariciando su cuello, entrando a la casa ignorando a la azabache que se acercó.

Ella misma pasó a la cocina a sacar algún sartén. Ahí aprovechó para hablar.

—Eh, hice la cena, está en el horno, es lasaña―asintió, revisando el horno mientras aflojaba su corbata y le daba esa mirada característica de la Jennie actual. Una mirada fría, sin sentir.

No era la mirada que le daba a La mujer. Yerin comenzó a rascar su brazo mientras bajaba su mirada, carraspeando, ladeándose en su propio eje, acariciando sus mejillas. No generó mucho en Jennie que sólo le sacó un plato y le sirvió, fingiendo una sonrisa que segundos después se comenzó a convertir en ese rostro neutro. Muerto.

Ese gesto se convirtió en uno lleno de confusión cuando vio la maceta del centro de mesa, tragando saliva, viendo las flores bien. Rosas rojas, recién cortadas porque lanzaba ese olor fresco, a pasto. Su barbilla tembló como su mano tembló, parándose, sujetando esas rosas mientras tragaba saliva y veía a Yerin, ahora, frunciendo su ceño.

Habló lo más fuerte que pudo con su voz rota.

—¿De... de dónde sacaste estas rosas?— la azabache habló, sonriendo pero también confundida a una Jennie que estaba a nada de correr a algún lugar. Lo único que la paraba, eran 6 palabras que ella soltó.

—Las saqué del jardín del patio, son unas flores hermosas como para dejar que —-no terminó de hablar porque la mayor salió corriendo, abriendo, casi rompiendo las puertas que se deslizaban para salir al patio, corrió como jamás pensó que ella correría por lo que, preocupada, salió detrás de la castaña.

En ese momento, lo supo. Supo que no había logrado nada.

Porque el ver a Jennie llevar sus manos a su cabeza para después respirar pesado, volteando a verla, supo que de todos modos seguiría siendo la otra hasta en nivel de importancia. A la castaña le importaban más unas rosas ya muertas que el comer, de su cena.

La señaló.

—¿Quién te dijo que debías cortarlas? ¿Para empezar quién te dijo, eh? ¿Acaso hubo una puta voz en tu cabeza que te dijo '¡Vamos, Yerin corta esas flores de una casa a la que apenas te dejaron entrar, eso alegrará a la dueña, eh?!

Los ojos rojos, las manos apretando las propias flores y que después apretó la mandíbula, llevando una mano libre a su cabello y de paso, limpiando una lágrimas que salió, negando, riendo después. Hizo un gesto con su mano, señalando a una Yerin que retrocedió, con su labio temblando. Algunas veces olvidaba que era una niña. Jennie acarició su entrecejo y después su garganta, hablando cinco tonos más bajos que antes.

—Lo siento, sólo, no vuelvas a tocar nada, pero nada de este jardín, aunque te parezca lindo o bueno, no lo es, es lo más preciado que tengo, ¿Si?—recibió un asentir, después, ella caminó al cajón de medicinas, recordando.

'¿Ella te dará tus medicinas?' era lo de menos. Jennie llevó su mano a sus ojos, al puente de su nariz, tragando saliva que llevaba en ella la pastilla, pero después, se dejó llorar.

¿Apenas, después de meses, se enteró que hizo mal? La narcisista de Jennie sí, apenas se dio cuenta que el verdadero daño se lo causó ella a Rosé, con Yerin, la misma chica que había dejado entrar a su casa hace una semana, ella le hizo daño. Ella era la que estaba mal.

La castaña lo admitió, ella estaba mal, ¿Ahora qué? Ella se quedó despierta hasta las 3 am entre enviándole mensajes a su esposa y revisando algunas planillas atrasadas que se supone debería entregar pronto pero, por haberse ahogado en un vaso de agua que ni existía, era un placebo propio.

Levantó su mirar al escuchar un toque en la puerta, ver a Yeri pasar, y tragó saliva al hablar.

—¿Necesitas algo?

—Nini, es que...

—Jennie, por favor, Jennie.

Golpe bajo. La azabache asintió, después excusándose que no era nada y después se retiró a ver, boca arriba, el techo del cuarto vacío y alejado del de Jennie, donde estaba la cama donde la castaña amaba y hasta adoraba a la mujer.
Ni siquiera el pensar que lo nuevo reemplazó lo viejo por unos segundos le daba el placebo falso, pero eso ya ni funcionaba.

Ella era la que estaba mal.

Jennie apenas llegó su descanso le marcó a Rosé, un tono, dos tonos, 2 llamadas, 4 llamadas, 9 llamadas. Más de 20 que no se dio cuenta que en eso se fue ese descanso y no probó bocado, nada de nada. Sólo trabajo, borrando de su mente el hambre, la tristeza, y ahora, la completa culpa.

Comiendo por completo, que le hacía sentir un gusano bajo gramos de sal y le hacía retorcerse, gritar, carcomerse. La menor después se levantó, para manejar a la casa.

Suspiró, caminando, pero antes de entrar a su casa después de atravesar el grande pasillo, escuchó una pequeña risa, pero después, algo que la hizo fruncir su ceño.

—Sí, mamá, todo está bien, algunas veces ella se pone tensa pero se va muy rápido, espero que tú también estés bien, ¿Salúdame a papá, si? Te amo, adiós, mamá—oh.

Así que, le mintió.

Jennie se apoyó en la puerta, suspirando, acariciando sus ojos y el puente de su nariz y apenas entró, rió, señalando la puerta.

—Vete de mi casa, ve con mami que al parecer todo está mejor, Yerin, vete de mí maldita casa, nunca debí dejarte entrar.

— ¿Y para qué la dejaste entrar? ¿Para follarla en mi cama?

Esa fue la voz suave que hizo a Jennie voltear, con lágrimas en los ojos, sintiendo sus rodillas temblar.

The Other Woman | ChaennieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora