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ESTOY dormida como un tronco cuando oigo el sonido de la puerta de mi casa al abrirse. Salto de la
cama ¿Qué hora es? Miro el reloj de mi mesilla. Las once y siete. Me tumbo de nuevo en la cama. No
quiero saber quién es hasta que, de pronto, una pequeña bomba cae sobre mí y grita:
—¡Hola, titaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Mi sobrina Luz.
Maldigo en silencio, pero luego miro a la pequeña y la agarro para besarla con amor.
Adoro a mi sobrina. Pero cuando mis ojos se cruzan con los de mi hermana, mi mirada dice de todo
menos bonita. Veinte minutos después y recién salida de la ducha, entro en el comedor en pijama. Mi
hermana está preparando algo de desayuno mientras mi pequeña Luz, espachurra entre sus brazos al pobre
Curro y ve los dibujos de la televisión.
Entro en la cocina, me siento en la encimera y pregunto:
—¿Se puede saber qué haces en mi casa un sábado a las once de la mañana?
Mi hermana me mira y pone un café ante mí.
—Me engaña —cuchichea.
Sorprendida por sus palabras, me dispongo a contestarle, pero ella baja la voz para que Luz no la
oiga y prosigue:
—Acabo de descubrir que el sinvergüenza de mi marido ¡me engaña! Me paso media vida a régimen,
yendo al gimnasio, cuidándome para estar siempre estupenda y ¡ese desgraciado me engaña! Pero no, esto
no va a quedar así. Te juro que voy a contratar al mejor abogado que encuentre y le voy a sacar hasta los
higadillos por cabrón. Te juro que…
Necesito un segundo. Tiempo muerto. Levanto la mano y pregunto:
—¿Por qué sabes que te engaña?
—Lo sé y punto.
—No me vale esa respuesta —insisto cuando la pequeña entra en la cocina.
—Mami, voy al baño.
Raquel asiente y dice:
—Oye, no te olvides de limpiarte el petete con papel, ¿vale?
La pequeña desaparece de nuestra vista.
—Ayer Pili, la madre de la amiguita de Luz —continúa—, me confesó que descubrió que su marido
la engañaba cuando éste comenzó a comprarse él mismo la ropa. Y justamente, Alfredo hace dos días se
compró una camisa ¡y unos calzoncillos!
Eso me deja patitiesa. No sé qué decir. Efectivamente, se dice que uno de los síntomas para
desconfiar en un hombre es ése. Pero claro, tampoco se puede decir que eso sea una tónica general en
todos. Y menos en mi cuñado. Que no, que no me lo imagino.
—Pero, Raquel, eso no quiere decir nada mujer…
—Sí. Eso quiere decir mucho.
—¡Anda ya, exagerada!—río para quitarle importancia.
—De exagerada nada, cuchufleta. Me mira de forma extraña… como si quisiera decirme algo y… cuando hacemos el amor, él…
—No quiero saber más—la interrumpo. Pensar en mi cuñado en plan caliente no me apetece.
Entonces, mi sobrina irrumpe en la cocina y pregunta:
—Tita… ¿por qué este pintalabios no pinta pero tiembla?
Al escuchar eso creo morir. Rápidamente miro a la pequeña y veo que trae en las manos el vibrador
en forma de pintalabios que Eric me ha regalado. Salto de la encimera y se lo quito. Mi hermana, como
está en su mundo, ni se entera. Menos mal. Me guardo el jodido pintalabios en el primer sitio que
encuentro. En las bragas.
—Es un pintalabios de broma, pichurrina. ¿No lo has visto?
La pequeña suelta una risotada y yo me parto. Bendita inocencia. Mi hermana nos mira y mi sobrina
dice:
—Tita, no te olvides de la fiesta del martes.
—No lo haré, cariño —murmuro, mientras le acaricio la cabeza con ternura.
Mi sobrina me mira con sus ojitos castaños, tuerce la boca y dice:
—He discutido otra vez con Alicia. Es tonta y no la pienso ajuntar en la vida.
Alicia es la mejor amiga de mi sobrina. Pero son tan diferentes que no paran de discutir, aunque luego
no pueden vivir la una sin la otra. Yo soy su intermediaria.
—¿Por qué habéis discutido?
Luz resopla y pone sus ojitos en blanco.
—Porque le dejé una película y ella dice que es mentira —cuchichea—. Me llamó tonta y cosas
peores y yo me enfadé. Pero ayer me trajo la película, me pidió perdón y yo no la perdoné.
Sonrío. Mi canija y sus grandes problemas.
—Luz, sabes que siempre te digo que cuando quieres a una persona hay que intentar solucionar los
problemas, ¿no? ¿Tú quieres a Alicia?
—Sí.
—Y si te ha pedido perdón por su error, ¿por qué no la perdonas?
—Porque estoy enfadada con ella.
—Vale, entiendo tu enfado, pero ahora debes pensar si tu enfado es tan importante como para dejar
de ser amiga de una persona a la que quieres y que encima te ha pedido disculpas. Piénsalo, ¿vale?
—De acuerdo, tita. Lo pensaré.
Segundos después la pequeña desaparece en el interior de mi piso.
—¿Se puede saber qué te has guardado en el pantalón? —pregunta Raquel.
—Ya lo he dicho. Un pintalabios de broma —río al recordar que está dentro de mis bragas.
Convencida o no, acepta lo dicho y no pide más explicaciones. Eso me alegra. Media hora después,
tras haber despotricado todo lo habido y por haber contra mi cuñado, mi hermana y mi sobrina se van y
me dejan tranquila en casa.
Miro el reloj. Las doce y cinco minutos.
Entonces recuerdo que Eric me vendrá a buscar y maldigo. No pienso salir con él. Que salga con la
que tuvo la cita anoche. Voy a mi habitación, cojo mi móvil y, sorprendida, me doy cuenta de que tengo
un mensaje. Es de Eric.
«Recuerda. A la una paso a buscarte.»
Eso me enfurece.

Pero ¿quién se ha creído éste que es para ocupar mi tiempo? Le respondo:
«No pienso salir.»
Tras enviárselo, suspiro aliviada, pero mi alivio dura poco cuando el teléfono suena y leo: «Pequeña,
no me hagas enfadar».
¿Que no lo haga enfadar?
Este tío es de todo, menos bonito. Y, antes de que le conteste, mi móvil pita de nuevo.
«Por tu bien, te espero a la una.»
Leer aquello me hace sonreír.
¡Será impertinente…! Así que decido responderle: «Por su bien, señor Zimmerman, no venga. No
estoy de humor».
Mi móvil inmediatamente pita de nuevo.
«Señorita Flores, ¿quiere enfadarme?»
Boquiabierta, miro la pantalla y respondo: «Lo que quiero es que se olvide de mí».
Dejo el móvil sobre la encimera, pero suena de nuevo. Rápidamente lo cojo.
«Tienes dos opciones. La primera, enseñarme Madrid y disfrutar del día conmigo. Y la segunda
enfadarme y soy tu JEFE. Tú decides.»
Me atraganto. Su abuso de autoridad me enardece pero me excita.
¿Seré imbécil?
Con las manos temblorosas, vuelvo a dejarlo sobre la encimera. No pienso contestarle. Pero el móvil
pita de nuevo y yo, curiosa de mí, leo lo que pone: «Elige opción».
Enfadada, maldigo por lo bajo.
Me lo imagino sonriendo mientras escribe aquello. Eso me enfada aún más. Suelto el teléfono. No
pienso contestar y tres segundos después vuelve a pitar. Leo: «Estoy esperando y mi paciencia no es
infinita».
Desesperada, me acuerdo de todos sus antepasados. Y al final contesto: «A la una estaré preparada».
Espero su respuesta, pero no llega. Convencida de que me estoy metiendo en un juego al que no
debería jugar, me preparo otro café y, cuando miro el reloj del microondas, veo que marca la una menos
veinte. Sin tiempo que perder, corro por la casa.

Pídeme Lo Que Quieras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora