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A las siete y media llego a mi casa. Saludo a mi gato Curro que acude a recibirme acercándose muy
despacio. Una vez dejo el bolso sobre el sofá color berenjena, me dirijo hacia la cocina, cojo unas gotas,
abro la boca de Curro y le doy su medicación. El pobre ni se inmuta.
Tras darle su ración de mimos, abro la nevera para tomarme una Coca-Cola. Tengo un vicio con las
Coca-Colas… ¡tremendo! Sin pensar en nada más, miro el montonazo de plancha que tengo esperándome
en la silla. Aunque esto de vivir sola y ser independiente tiene sus cosas buenas, seguro que si aún
estuviera viviendo con mi padre, esa ropa ya estaría planchadita y colgada en el armario.
Tras acabarme la lata me voy directa a la ducha.
Antes pongo un CD de Guns’n’Roses. Me encanta este grupo. Y Axl, el cantante, con esos pelos y esa
cara tan de guiri, y con su particular movimiento de caderas. ¡Me vuelve loca! Entro en el baño. Me quito
la ropa mientras tarareo Sweet Child O´Mine:
She´s got a smile that it seems to me,
Reminds me of childhood memories
Where everything was as fresh as the brigh blue sky.
¡Vaya, qué marcha! ¡Qué voz tiene ese hombre! Instantes después, suspiro al sentir cómo cae el agua
caliente por mi piel. Me hace sentir limpia. Pero, de repente, el señor Zimmerman y su manera de
hablarme aparecen en mi mente y mis manos, resbaladizas por el jabón, bajan por mi cuerpo. Abro las
piernas y me toco. ¡Oh, sí, Zimmerman!
Pensar en su boca, en cómo recorrió mis labios con su lengua me enciende. Recordar sus ojos y todo
él me pone a cien. ¡Calor de nuevo! Mis manos vuelan sobre mí y una de ellas se para en mi pecho
derecho mientras la desgarradora voz del cantante de Guns’n’Roses continúa su canción. Me toco el
pezón derecho con el pulgar y éste se hincha. ¡Más calor!
Cierro los ojos y pienso que es Zimmerman quien lo toca, quien lo endurece. No lo conozco. No sé
nada de él. Pero sí sé que su cercanía me pone como una moto. Un jadeo sale de mi boca justo en el
momento en que oigo sonar mi teléfono. Paso de él. No quiero interrumpir este momento. Pero al sexto
pitido abro los ojos, salgo de mi burbuja de placer, cojo la toalla y corro a mi habitación para cogerlo.
—¿Por qué has tardado tanto en cogerlo?
Es mi hermana. Como siempre tan oportuna y tan preguntona.
—Estaba en la ducha, Raquel. ¿Alguna objeción?
Su risita me hace reír a mí también.
—¿Cómo está Curro?
Me encojo de hombros y suspiro.
—Igual que ayer. Poco más puedo decir.
—Cuchufleta, tienes que estar preparada. Recuerda lo que dijo el veterinario.
—Lo sé, lo sé.
—¿Te ha llamado Fernando? —me pregunta tras un breve silencio.

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